Y les dijo: Id por todo el mundo y anunciad a todos la buena noticia. El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea será condenado. Y estas señales acompañarán a los que creen: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán nuevas lenguas; cogerán serpientes con las manos; si beben algún veneno, no les dañará; pondrán las manos sobre los enfermos, y los sanarán.
Jesús envía a sus discípulos a anunciar su Palabra a todo el mundo. Dios es el Dios de todos. No solamente de un pueblo o de unos elegidos. Por eso les pide, y nos pide, que anunciemos su Palabra por todo el mundo.
Él estará con nosotros y nos ayudará. Con Él podremos alejar el mal del mundo. Por desgracia lo queremos hacer solos; por eso no desaparece el mal del mundo.
San Pablo, del que hoy celebramos su conversión, dio su vida anunciando la Palabra a los que no eran judíos. Había salido de Jerusalén hacia Damasco para hacer prisioneros a los cristianos. En el desierto Dios le esperaba y lo hizo caer del caballo, de sus ideas preconcebidas contra los seguidores de Jesús. También nosotros debemos caer de nuestros caballos y aceptar la Palabra. Y con la Palabra, el mandato de anunciarla.
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