martes, 2 de enero de 2024

PREPARAR EL CAMINO

 


Los judíos de Jerusalén enviaron sacerdotes y levitas a Juan, a preguntarle quién era. Y él confesó claramente:
– Yo no soy el Mesías.
Le volvieron a preguntar:
– ¿Quién eres, pues? ¿El profeta Elías?
Juan dijo:
– No lo soy.
Ellos insistieron:
– Entonces, ¿eres el profeta que había de venir?
Contestó:
– No.
Le dijeron:
– ¿Quién eres, pues? Tenemos que llevar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué puedes decirnos acerca de ti mismo?
Juan les contestó:
– Yo soy, como dijo el profeta Isaías,
‘Una voz que grita en el desierto:
¡Abrid un camino recto para el Señor!’
Los que habían sido enviados por los fariseos a hablar con Juan, le preguntaron:
– Pues si no eres el Mesías ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas?
Juan les contestó:
– Yo bautizo con agua, pero entre vosotros hay uno que no conocéis: ese es el que viene después de mí. Yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias.
Todo esto sucedió en el lugar llamado Betania, al oriente del río Jordán, donde Juan estaba bautizando.

Nosotros, como Juan, debemos indicar el camino que conduce a Jesús, ayudar a los demás a encontrarlo, ser luces...Pero no somos importantes. El único importante es Él.

"Toda la semana vamos a estar escuchando testimonios sobre Jesús. La liturgia nos invita a fijarnos en el recién nacido y escuchar lo que otros dicen de él. En el Evangelio de hoy son los judíos los que mandan mensajeros a Juan el Bautista. Quieren saber si es él el que están esperando, el que tiene que venir, el Mesías. Juan, tal como se nos presenta en el Evangelio, niega ser el esperado mesías. Él sólo es “la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor”. Pero tiene algo más que decir a los enviados de los judíos. El que tiene que venir es uno que está “en medio de vosotros”, uno al que “no conocéis”.
Hay dos mensajes muy claro en estas pocas palabras de Juan. En primer lugar, para ver al esperado, al Mesías, al enviado de Dios, no hay que salir al desierto. No hay que ir a lugares especiales ni siquiera a lugares sagrados. El que va a venir está en medio de los judíos, en su ciudad, en su barrio, entre las calles por las que se mueven. Lo que dice Juan lo podemos aplicar a nosotros sin problema: Jesús, el salvador, el Hijo de Dios, está en medio de nosotros. No hay que buscar apariciones ni milagros, ni profetas, ni místicos. No hay que ir a esos santuarios famosos. Él está en medio de nosotros. Camina por nuestras calles, vive en nuestras casas…
La segunda idea es también importante que la tengamos en cuenta. Sucede, según dice Juan, que los judíos “no le conocéis”. Ni siquiera esos que se han pasado los días y las horas de su vida escudriñando las escrituras, estudiando su sentido palabra a palabra, escribas y fariseos, conocen a ese que tiene que venir, que ya está en medio de ellos. No saben cómo es. Quizá se pueda aplicar esto también a nosotros. Después de tantas misas, de tanto catecismo, de haber estudiado quizá algo de teología y de haber leído unos cuantos libros, no conocemos cómo es Jesús.
Los pastores y la gente sencilla sí lo reconocieron, como hemos leído en los días pasados. Y alabaron a Dios. Ellos supieron ver en ese niño recién nacido en una cuadra maloliente, hijo de unos padres tan pobres que no hubo lugar para ellos en la posada, al Salvador, al Esperado, al Mesías, al Hijo de Dios. ¿No deberíamos dedicar un minuto a pensar en esta paradoja?"
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

No hay comentarios:

Publicar un comentario