Llegaron a Cafarnaún, y el sábado entró Jesús en la sinagoga y comenzó a enseñar. La gente se admiraba de cómo les enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad y no como los maestros de la ley. En la sinagoga del pueblo, un hombre que tenía un espíritu impuro gritó:
– ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco. ¡Sé que eres el Santo de Dios!
Jesús reprendió a aquel espíritu, diciéndole:
– ¡Cállate y sal de este hombre!
El espíritu impuro sacudió con violencia al hombre, y gritando con gran fuerza salió de él. Todos se asustaron y se preguntaban unos a otros:
– ¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva y con plena autoridad! ¡Hasta a los espíritus impuros da órdenes, y le obedecen!
Muy pronto, la fama de Jesús se extendió por toda la región de Galilea.
Nosotros creemos que la autoridad nos la da un título, el carnet de un partido, el dinero que poseemos, la fama...La verdadera autoridad nos la da Jesús; nos la da el Amor. Es amando, con nuestra entrega, que lograremos vencer el mal. Es Jesús quien nos da la fuerza para vencerlo. Si confiamos en otras cosas, el fracaso está asegurado, aunque nos parezca otra cosa.
"El Evangelio de hoy nos muestra otro bonito pasaje de los comienzos de la predicación de Jesús. El episodio sucede en una sinagoga, lugar donde los judíos se reunían para orar, para encontrarse con Dios. Y frente a lo que otros hacían, aparece Jesús hablando y actuando con autoridad. No pertenece a las clases dirigentes del pueblo. Y sin embargo, la gente sencilla percibe que su palabra y sus acciones tienen una fuerza especial… que llama la atención y que –sabemos- le traerá problemas.
La auténtica autoridad es la que tienen aquellas personas que ayudan a los demás a sacar adelante la vida, a organizarse, a caminar. Jesús es un hombre de autoridad. Y la ejerce. A veces despertando lo dormido. Otras, oponiéndose a fuerzas contrarias. Siempre buscando el bien del otro. Hasta dar la vida…
Los seguidores de Jesús también estamos llamados a tener “autoridad”. Una autoridad como la de Jesús: aportar nuestros criterios, nuestras palabras y nuestras acciones para que el mundo se parezca a lo que Dios sueña. En unos tiempos donde a veces parece que todo vale, o donde el único criterio en ocasiones es el criterio económico o del propio beneficio, los cristianos estamos llamados a hacer valer nuestra autoridad… dando la vida.
La cuestión, pues, no es tener autoridad o no tenerla. El Evangelio quiere ser una “autoridad” en nuestro mundo, entre el resto de las voces que buscan orientar la vida de las personas. La cuestión es cómo ejercer esa capacidad. Frente a toda tentación de autoritarismo –autoridad violenta y desconsiderada- o de permisivismo –autoridad nula o endeble-, el justo medio habrá de buscarse mirando a Jesús: la autoridad que mira la vida, escucha todas las voces y, llegado un punto, es capaz de aportar palabras y gestos que apuntan hacia el Reino. A veces incluso en medio del conflicto. Hasta dar la vida…
Y tú, ¿cómo vives esto de la autoridad?"
(Luis Manuel Suárez cmf, Ciudad Redonda)
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