domingo, 30 de junio de 2024

ÉL NOS DA LA VIDA

  

Cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se le reunió mucha gente, y él se quedó en la orilla. Llegó entonces uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, que al ver a Jesús se echó a sus pies suplicándole con insistencia:
– Mi hija se está muriendo: ven a poner tus manos sobre ella, para que sane y viva.
Jesús fue con él, y mucha gente le acompañaba apretujándose a su alrededor. Entre la multitud había una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con hemorragias. Había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado cuanto tenía sin que le hubiera servido de nada. Al contrario, iba de mal en peor. Esta mujer, al saber lo que se decía de Jesús, se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó la capa. Porque pensaba: “Tan sólo con que toque su capa, quedaré sana.” Al momento se detuvo su hemorragia, y sintió en el cuerpo que ya estaba sanada de su enfermedad. Jesús, dándose cuenta de que había salido de él poder para sanar, se volvió a mirar a la gente y preguntó:
– ¿Quién me ha tocado?
Sus discípulos le dijeron:
– Ves que la gente te oprime por todas partes y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’
Pero Jesús seguía mirando a su alrededor para ver quién le había tocado. Entonces la mujer, temblando de miedo y sabiendo lo que le había sucedido, fue y se arrodilló delante de él, y le contó toda la verdad. Jesús le dijo:
– Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila y libre ya de tu enfermedad.
Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga a decirle al padre de la niña:
– Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?
Pero Jesús, sin hacer caso de ellos, dijo al jefe de la sinagoga:
– No tengas miedo. Cree solamente.
Y sin dejar que nadie le acompañara, aparte de Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, se dirigió a casa del jefe de la sinagoga. Allí, al ver el alboroto y la gente que lloraba y gritaba, entró y les dijo:
– ¿Por qué alborotáis y lloráis de esa manera? La niña no está muerta, sino dormida.
La gente se burlaba de Jesús, pero él los hizo salir a todos, y tomando al padre, a la madre y a los que le acompañaban, entró donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo:
– Talita, cum (que significa: “Muchacha, a ti te digo: levántate.”)
Al momento, la muchacha, que tenía doce años, se levantó y echó a andar. Y la gente se quedó muy impresionada. Jesús ordenó severamente que no se lo contaran a nadie, y luego mandó que dieran de comer a la niña.

Jesús nos da la vida. A la mujer impura la deja limpia y devuelve la vida a la niña. Pero debemos acercarnos a Él con Fe. Como lo hizo aquella mujer y como lo hizo Jairo.  Nosotros debemos imitar a Jesús. Dejarse tocar por el impuro y acercarse a aquel que parece muerto, pero que en realidad sólo está dormido al bien. Es así como haremos desaparecer el mal y lo transformaremos en bien. Como veíamos el otro día, es yendo a las periferias como haremos el bien y sembraremos a Jesús en nuestra sociedad.

"Pobre entre los pobres era la mujer que se acercó a Jesús. La enfermedad la convertía en una impura, marginada social y religiosamente. No había manera de poder remediar su situación. No la había, hasta que apareció en su vida Jesús de Nazaret. Posiblemente, su última esperanza. Era imprescindible encontrarse con Cristo. Pero no era tan fácil. Primero había que enfrentarse a la Ley de impureza, que la apartaba de la comunidad. Después, acercarse entre toda la gente que, de hecho, eran como una muralla humana. Vaya reto.
Pero nada puede con ella. Sin prisa, pero sin pausa, logra acercarse por detrás a Cristo, para tocar su manto. En su situación, no se sentía digna de más. Recuerda al leproso del Evangelio de Mateo (Mt 8, 1-4). Este leproso, con toda humildad, de rodillas le pide a Jesús que, si quiere, le curre. Está dispuesto a aceptar la decisión que el Maestro tome. Y Él le cura. También la mujer, al tocar el manto, ve como toda la fuerza sanadora de Jesús la cura.
Tanto el leproso como la hemorroísa entienden que no hay nadie tan malo o impuro que no sea digno del perdón o de la sanación. Por el encuentro con Cristo, se transforman en puros. Ellos entendieron que nada impide acercarse a Dios. Ni la opinión de los demás, ni la propia imagen, muchas veces deformada por el pecado.
El poder sanador de Jesús no se detiene ni ante nada ni ante nadie. Ni ante los prejuicios ni las convenciones que van contra la dignidad de la persona. Ni siquiera la muerte puede con ese poder. No hay situaciones sin salida para quien confía en Él. La niña – tenía 12 años – vuelve a la vida.  La súplica confiada del padre ha funcionado, ha dado a su hija otra oportunidad.
La muerte de cada persona ya no es el final, es un paso, una “pascua” hacia la vida que no tiene fin. Es el mayor regalo que Cristo nos ha dejado. La resurrección de la niña acontece por el poder de la palabra de Jesús, que Marcos ha conservado en original arameo. Jesús se manifiesta como señor de la vida y de la muerte. Todos los milagros que se refieren a resurrecciones no son más que la proclamación de que en Jesús y por Jesús la vida triunfa sobre la muerte.
Con frecuencia vemos como Jesús impone silencio a los testigos de sus milagros. Tanto que se ha hablado de la «ley del silencio». Si Jesús establece esa ley es para evitar que sus paisanos confundan el sentido de su mesianismo y caigan en falsos triunfalismos. Él ha venido a demostrar cuál es su mensaje: misericordia y espíritu compasivo. Por eso lo acogen los humildes y los sencillos de corazón, porque están en la misma sintonía. A los “listos” les resulta más difícil, porque sus esquemas no encajan con los esquemas de Cristo.
Tenemos que seguir pidiendo a Jesús que nos cure, acercarnos con temor y temblor a tocar su manto, para recibir su fuerza. Confiando, y aceptando lo que Él nos dé. Con fe. Porque es la fe la que nos sana."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda

sábado, 29 de junio de 2024

LAS LLAVES DEL REINO



 Cuando Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo preguntó a sus discípulos:
– ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Ellos contestaron:
– Unos dicen que Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que Jeremías o algún profeta.
– Y vosotros, ¿quién decís que soy? – les preguntó.
Simón Pedro le respondió:
– Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente.
Entonces Jesús le dijo:
– Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque ningún hombre te ha revelado esto, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a edificar mi iglesia; y el poder de la muerte no la vencerá. Te daré las llaves del reino de los cielos: lo que ates en este mundo, también quedará atado en el cielo; y lo que desates en este mundo, también quedará desatado en el cielo.


 "Se dice de Pedro y Pablo que son las columnas de la Iglesia. Y en la mente se nos crea la imagen de un templo, que posiblemente guarde una cierta similitud con la basílica de san Pedro de Roma. Una nave inmensa y una cúpula que sobresale por encima de todos los edificios circundantes. Damos por supuesto que los cimientos de semejante edificio son firmes y profundos. No permiten que los muros del edificio se muevan ni con el más fuerte de los terremotos. Y pensamos que así es la Iglesia.
Pero la verdad es que la imagen no es verdadera. La Iglesia es un edificio vivo. Y los creyentes somos los ladrillos que van dando forma a los muros. Los cimientos están también vivos. Es la fe vivida y hecha práctica de amor, de justicia, de Reino, a lo largo de la historia. Cimientos y muros han tenido muchas restauraciones a lo largo de los siglos. En algunos momentos daba la impresión de que el edificio se caía, que no iba a aguantar la siguiente tormenta. Los mismos cimientos han podido darnos la impresión de que eran débiles. De Pedro y Pablo, ellos incluidos naturalmente, en adelante ha habido mucha debilidad en la Iglesia, mucho pecado, mucha desorientación. A veces el Evangelio de Jesús se ha leído con muchos prejuicios. La Iglesia que se dice a sí misma que es experta en humanidad (Pablo VI) a veces se ha comportado de una forma cruel con los de fuera y con los de dentro.
Claro que también a lo largo de la historia ha habido muchos creyentes, muchos ladrillos, que han dado fuerza a las paredes, que han sido fieles al Espíritu de Jesús, que han abierto las puertas para que entrase el viento del Espíritu y barriese las inmundicias. Son los santos y santas, muchos más de los reconocidos oficialmente por la iglesia. El edificio se va manteniendo y ampliando.
Y ¿qué es lo que brilla en toda esta historia y hoy mismo? Pues la gracia de Dios, la fuerza de su Espíritu. La misma fuerza y gracia que animó a Pedro y a Pablo, a pesar de sus debilidades y limitaciones, a anunciar la buena nueva de la salvación para todos. Es un buen día para dar las gracias por esta historia hecha de amor y fidelidad, pero también de pecado y deslealtad. Porque en ella se ve con claridad que es la gracia de Dios la que mantiene en pie el edificio. Hasta que todos, hombres y mujeres, lleguen a conocer el amor con el que Dios nos ama."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 28 de junio de 2024

QUEDAR LIMPIO

 

Cuando Jesús bajó del monte, le seguía mucha gente. En esto se le acercó un hombre enfermo de lepra, que se puso de rodillas delante de él y le dijo:
– Señor, si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad. Jesús lo tocó con la mano, y dijo:
– Quiero. ¡Queda limpio!
Al momento, el leproso quedó limpio de su enfermedad. Jesús añadió:
– Mira, no se lo digas a nadie. Pero ve, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda ordenada por Moisés; así sabrán todos que ya estás limpio de tu enfermedad.

Un detalle importante de este texto es que Jesús "toca" al leproso. Estos enfermos estaban excluidos de la sociedad judía y su contacto dejaba impuro al que lo tenía y estaba obligado a realizar ceremonias de purificación. Sin embargo Jesús lo toca con la mano y lo cura. Ese leproso me recuerda a las "periferias" de las que habla el Papa Francisco y a su afirmación  de que prefiere una Iglesia enfangada por ir a la periferia, que una Iglesia pura encerrada en si misma. No debemos temer acercarnos al "impuro" si lo hacemos con el espíritu de Jesús, con Amor, para acoger y curar. Quizá nos llevemos la sorpresa de que sea él quien nos pida que lo limpiemos. 

"Hoy el texto evangélico nos plantea un milagro. Jesús cura la lepra a este hombre que se le acerca y que muy humildemente dice a Jesús: “Señor, si quieres, puedes limpiarme.” Más allá de la respuesta inmediata de Jesús (“¡Quiero, queda limpio!”), hay dos cosas que me sorprenden en este hombre.
La primera es que era muy consciente de su lepra. Podemos pensar que esto no es gran cosa, que la lepra es algo que se ve a primera vista. Es cierto. Pero también podemos dedicar un tiempo a pensar en la inmensa capacidad que tenemos de autoengañarnos y de ocultarnos a nosotros mismos nuestras lepras. Curiosamente, son lepras que los demás, los que nos rodean, ven con mucha facilidad. Aquí se cumple perfectamente aquello que decía Jesús en otro pasaje de que somos capaces de ver perfectamente la paja en el ojo ajeno pero nos cuesta infinito ver la viga en el nuestro.
Una primera consecuencia es que quizá nos convendría un rato de reflexión sobre nosotros mismos –quizá con un espejo delante que nos haga ver nuestra imagen real y no la imagen que nos hemos construido en nuestra mente de nosotros mismos–. Objetivo: tratar de descifrar donde están nuestras lepras, cuáles son, llamarlas por su nombre. Hace falta ser valiente para dar este primer paso. Sólo así podremos plantarnos delante del Señor y pedirle que nos cure. Porque a veces en nuestra oración le pedimos cosas que no tienen mucho sentido. Como dijo Jesús a los Zebedeos que le pedían estar a su lado en el Reino: “No sabéis lo que pedís.”
La segunda cosa que me maravilla de este hombre es que su petición está llena de humildad. Ese “si quieres”, es al mismo tiempo un reconocimiento del poder de Dios manifestado en Jesús y la asunción de que quizá esa lepra forme parte de su vida y que va a tener que aprender a convivir con ella en paz. Porque no somos perfectos. Y porque el primer paso es aceptarnos como somos.
Tendríamos que aprender a añadir, de corazón, ese “si quieres” a todas nuestras oraciones. Y decirle que tanto si nos cura como si no, nos comprometemos a trabajar por el Reino, por la fraternidad, por la justicia, por hacer llegar a todos el amor de Dios. Porque todo eso es mucho más importante que nuestra particular “lepra”."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 27 de junio de 2024

CONSTRUIR SOBRE ROCA

 


No todos los que me dicen ‘Señor, Señor’ entrarán en el reino de los cielos, sino solo los que hacen la voluntad de mi Padre celestial. Aquel día muchos me dirán: ‘Señor, Señor, nosotros hablamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros.’ Pero yo les contestaré: ‘Nunca os conocí. ¡Apartaos de mí, malhechores!’
Todo el que oye mis palabras y hace caso a lo que digo es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Vino la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos contra la casa; pero no cayó, porque tenía sus cimientos sobre la roca. Pero todo el que oye mis palabras y no hace caso a lo que digo, es como un tonto que construyó su casa sobre la arena. Vino la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos, y la casa se derrumbó. ¡Fue un completo desastre!
Cuando Jesús acabó de hablar, la gente estaba admirada de cómo les enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad y no como sus maestros de la ley.

Construir nuestra vida sobre roca, es tener a Dios como base. Y esto implica tener como fundamentos el Amor, la entrega, la oración. Una oración que no sean meras palabras, sino que nos lleve a la acción. Por desgracia nuestra religiosidad no se traduce en espiritualidad. Nos quedamos en superficialidad, en meras palabras. Si Dios no impregna toda nuestra vida, si el Amor no es nuestro fundamento, no nos extrañemos si a la primera dificultad, la primera riada, se derrumbe nuestra casa, nuestra vida.

"Esta semana vamos de refranes. El de hoy es: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Dicho con otras palabras, que ser cristiano no consiste en pasarse el día metido en la Iglesia rezando y rezando. Que el partido del Evangelio no se juega en la contemplación mística sino en los brazos abiertos al hermano que sufre y que a nuestro lado necesita nuestra ayuda.
Entonces, ¿es que no tiene sentido orar? ¿No tiene sentido ir a la Iglesia y participar en la Eucaristía? Ciertamente todo eso tiene sentido y mucho sentido pero en tanto que no es fin sino medio. Tiene sentido en tanto que nos lleva fuera de esos muros del templo –donde a veces nos sentimos muy bien y seguros–, hacia la vida y los hermanos y la calle y nos compromete en la construcción del Reino de Dios, en el trabajo por la justicia y la fraternidad. Es ahí en medio de la imperfección, del barro de la vida, donde tenemos que dar el do de pecho los cristianos. Por eso, el refrán de hoy, “A Dios rogando y con el mazo dando”, se entiende perfectamente en el marco de las palabras de Jesús.
Poner el centro de nuestra vida cristiana en esos momentos íntimos de encuentro con el Señor, en la oración silenciosa y pacífica, es una equivocación. Repito que la jugada está fuera. En el encuentro con los hermanos y en el compromiso, el mismo que guio a Jesús toda su vida, por el Reino, por la fraternidad, por convocar y hacer realidad la familia de los hijos e hijas de Dios, el Padre que nos ama sin distinción.
En ese compromiso es donde se edifica sólidamente nuestra vida cristiana. A partir de ahí, el encuentro con los hermanos en la celebración de la Eucaristía será ocasión y motivo para reiterar y reforzar nuestro compromiso con el Reino. Comulgar el cuerpo de Cristo será comulgar con él y hacer nuestro su compromiso de vida. No se tratará tanto de pedirle qué puede hacer él por nosotros sino de mirar qué podemos hacer nosotros por él. Porque nosotros somos sus manos y sus brazos y sus pies, su corazón y su mente. Es decir, sus testigos en el mundo de hoy. No entrar por este camino es edificar nuestra casa sobre arena: al primer viento, la casa se hundirá y nos quedaremos sin nada."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

miércoles, 26 de junio de 2024

FALSOS PROFETAS

 


Cuidado con los falsos profetas! Vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Por sus frutos los conoceréis, pues no se recogen uvas de los espinos ni higos de los cardos. Así, todo árbol bueno da buen fruto; pero el árbol malo da fruto malo. El árbol bueno no puede dar mal fruto, ni el árbol malo dar fruto bueno. Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. De modo que por sus frutos los conoceréis.

Los frutos nos darán a conocer quienes son los verdaderos y quienes son los falsos profetas. El que se pone delante de la Palabra; el que se hace ver; el que se pone como ejemplo... es un falso profeta. El que está detrás de la Palabra; se hace lo menos visible que puede; el que siempre pone como ejemplo a Jesús...este es un verdadero profeta. 
Jesús nos dice que miremos sus frutos. Por sus frutos los conoceréis. Aquel que todo lo ilumina con el Amor, que se entrega siempre sin pedir nada a cambio, aquel que habla después de haber rezado y meditado...ese es un verdadero profeta. 

"La lectura del texto evangélico de hoy me ha hecho recordar la fiesta de Pentecostés que hemos celebrado hace unas semanas. Allí celebrábamos la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos. Recibían el Espíritu de Jesús y sus dones eran amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Así los enumera Pablo en la carta a los Gálatas 5, 22-23. Así que son esos los frutos de los que está hablando Jesús.
Todo lo que no sean esos dones no son frutos del Espíritu. Ese listado nos sirve para discernir bien en nuestra vida. Un ejemplo, cuando nos encontramos con una persona o con un grupo o movimiento que se consideran a sí mismos los buenos y que establecen fronteras que dejan afuera a los que no son como ellos, pues eso no es del Espíritu. Porque la bondad, la fe en Jesús, nos llevan a acoger a todos por la sencilla razón de que todos somos hijos e hijas de Dios. Y lo bueno que tenemos es para compartirlo.
Otro ejemplo, cuando sentimos dentro de nosotros el deseo de venganza, cuando la ira contra los otros nos llena por la razón que sea, pues esos no son frutos del Espíritu. Aunque esa ira creamos que sea en nombre de Dios para imponer su justicia. Demasiadas veces en la historia los hombres hemos impuesto a golpe de espada lo que creíamos que era la voluntad de Dios o hemos creído que la imponíamos, porque Dios nunca actúa así. Demasiadas veces hemos hecho auténticas barbaridades en nombre de Dios (es cuestión de leer un poco de historia para comprobarlo).
Así que mucho cuidado con los falsos profetas que hablan en nombre de Dios pero que no están dominados por los dones del Espíritu. El verdadero profeta se mueve con toneladas de misericordia, de paz, de cariño, de perdón, de tolerancia, de acogida abierta a todos, de comprensión, de paciencia. Al final los dones del Espíritu no son más que la forma de ser de Dios mismo. Esos son los frutos que tenemos que ver y que nos dirán si son verdaderos profetas. Esos son los frutos que deberíamos dar nosotros en nuestra vida, en nuestra forma de comportarnos. Y podar sin miedo aquellas ramas que puedan brotar de nuestro corazón llenas de ira, venganza, ocio, intolerancia, y tantas otras cosas que no dan vida sino que nos llevan a la muerte."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 25 de junio de 2024

PASAR POR LA PUERTA ESTRECHA

 


No deis las cosas sagradas a los perros, no sea que se revuelvan contra vosotros y os hagan pedazos. Y no echéis vuestras perlas a los cerdos, para que no las pisoteen.
Así pues, haced con los demás lo mismo que queréis que los demás hagan con vosotros. Esto es lo que mandan la ley de Moisés y los escritos de los profetas.
Entrad por la puerta estrecha. Porque la puerta y el camino que conducen a la perdición son anchos y espaciosos, y muchos entran por ellos; pero la puerta y el camino que conducen a la vida son estrechos y difíciles, y pocos los encuentran.

Hoy Jesús nos da dos consejos. El primero podemos interpretarlo mal. Los demás no son los perros ni los cerdos. Jesús nos invita a no gastar la Palabra con aquellos que se niegan a recibirla; que no son los pecadores, sino aquellos que no aman, que sólo se aman a sí mismos. 
El siguiente consejo lo explica. Hemos de tratar a los demás, de la misma manera que nosotros queremos ser tratados. Hemos de respetarlos, porque nosotros queremos que nos respeten Hemos de amarlos, porque nosotros queremos ser amados.
Amar a todo el mundo, incluso a los enemigos como nos pedía el otro día, no es fácil. Esla puerta estrecha que conduce a la Vida. Debemos esforzarnos para encontrarla. Para ello debemos desprendernos de todo y entregarnos a los demás. 



lunes, 24 de junio de 2024

ANUNCIAR A JESÚS

 


En el tiempo en que Herodes era rey de Judea, vivía un sacerdote llamado Zacarías, perteneciente al grupo de Abías. Su esposa, llamada Isabel, descendía de Aarón. Ambos eran justos delante de Dios y cumplían los mandatos y leyes del Señor, de tal manera que nadie los podía tachar de nada. Pero no tenían hijos, porque Isabel no había podido tenerlos. Ahora eran ya los dos muy ancianos.
Un día en que al grupo sacerdotal de Zacarías le correspondía el turno de oficiar delante de Dios, según era costumbre entre los sacerdotes, le tocó en suerte a Zacarías entrar en el santuario del templo del Señor para quemar incienso. Y mientras se quemaba el incienso, todo el pueblo estaba orando fuera. En esto se le apareció un ángel del Señor, de pie al lado derecho del altar del incienso. Al ver al ángel, Zacarías se echó a temblar lleno de miedo. Pero el ángel le dijo:
– Zacarías, no tengas miedo, porque Dios ha oído tu oración, y tu esposa Isabel te va a dar un hijo, al que pondrás por nombre Juan. Tú te llenarás de gozo y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque tu hijo va a ser grande delante del Señor. No beberá vino ni licor, y estará lleno del Espíritu Santo desde antes de nacer. Hará que muchos de la nación de Israel se vuelvan al Señor su Dios. Irá Juan delante del Señor con el espíritu y el poder del profeta Elías, para reconciliar a los padres con los hijos y para que los rebeldes aprendan a obedecer. De este modo preparará al pueblo para recibir al Señor.

"Más allá de las maravillas y señales, del nacimiento milagroso, de los ángeles y otras historias, conviene que nos centremos en lo que los evangelios nos quieren transmitir de Juan el Bautista. Él es el precursor. El que anuncia. El que señala.
Juan el Bautista, tal como lo presentan los Evangelios, fue uno que no se quiso poner en el centro sino a un lado. Y dejó que el centro lo ocupase Jesús. Y nos señaló a todos a donde tenemos que mirar. Nos marcó con una señal inconfundible cuál es el centro de la vida de la comunidad cristiana, de la Iglesia, y de cada cristiano. Él no tuvo dudas en menguar para que Jesús creciese. Si por un momento alguno de sus seguidores llegó a pensar que con seguir a Juan Bautista tenía suficiente, el mismo Juan se encargó de decirles que no perdiesen el tiempo y que fuesen detrás de Jesús. Quedarse mirando a Juan es hacer como el tonto que se queda mirando al dedo que apunta a la luna y no va más allá.
Esa actitud me parece que es la clave de nuestra vida y de la vida de la Iglesia. No somos el centro del universo. La iglesia no está para perpetuarse a sí misma sino al servicio de una misión: hacer que los hombres y mujeres de todos los tiempos lleguen a conocer a través de su estilo de vida, de su forma de comportarse y relacionarse, y de su anuncio, por supuesto, a Jesús, el testigo del amor de Dios entre nosotros, el que se entregó por nuestra salvación, el que nos abre a una nueva esperanza. Lo que se dice de la Iglesia se aplica a cada uno de los que la formamos. No estamos para mirarnos al ombligo. No estamos para defender nuestros derechos ni nuestras sacrosantas tradiciones sino para anunciar el Evangelio, la buena nueva de la salvación, a todos los que nos rodean.
Ser cristiano no es cultivar devotamente una relación personal con Dios, con el que en la intimidad puedo dialogar y sentirme bien y amado y perdonado. Es eso pero no es solo eso. No puede ser solo eso. Es además y sobre todo vivir y actuar invitando a todos a que lleguen a descubrir a Jesús en sus vidas. Es ser anunciadores y señaladores. Como Juan el Bautista, el Precursor."
(Fernando Torres cmf, Ciudad redonda)

domingo, 23 de junio de 2024

ÉL CALMA LAS TEMPESTADES



 Al anochecer de aquel mismo día, Jesús dijo a sus discípulos:
– Pasemos a la otra orilla del lago.
Entonces despidieron a la gente y llevaron a Jesús en la misma barca en que se encontraba. Otras barcas le acompañaban. De pronto se desató una tormenta; y el viento era tan fuerte, que las olas, cayendo sobre la barca, comenzaron a llenarla de agua. Pero Jesús se había dormido en la parte de popa, apoyado sobre una almohada. Le despertaron y le dijeron:
– ¡Maestro!, ¿no te importa que nos estemos hundiendo?
Jesús se levantó, dio una orden al viento y le dijo al mar:
– ¡Silencio! ¡Cállate!
El viento se detuvo y todo quedó completamente en calma. Después dijo Jesús a sus discípulos:
– ¿Por qué tanto miedo? ¿Todavía no tenéis fe?
Y ellos, muy asustados, se preguntaban unos a otros:
– ¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?

Nos parece que guarda silencio. Duerme. Sin embargo, Él está con nosotros, en nuestra barca. La vida nos trae tormentas, problemas y dificultades. Él está con nosotros. Pero nos falta Fe. Creemos que todo está perdido y no sabemos verlo junto a nosotros. Debemos fiarnos de Él totalmente, pero cuando la barca se nos llena de agua y Él parece dormir, nos puede el miedo. Sólo la Fe total podrá hacer que sigamos adelante, que podamos vencer los problemas y dificultades. Pero, ¿nuestra Fe es auténtica?

"Otra vez la confianza, como en el Evangelio de la semana pasada. Hemos tenido tiempo estos días para pensar si dejamos sembrar en nosotros la Palabra, y si la sembramos con confianza en los ambientes en los que nos movemos. Y con paciencia, porque no debemos desanimarnos al no ver inmediatamente resultados. Hay que saber confiar en el Señor, al tiempo que doy lo mejor de mí para anunciar el Evangelio.
Hace un par de semanas oíamos la historia de Adán y Eva. Por culpa de ellos, podemos decir, se estropeó todo lo que estaba bien. Por su desobediencia perdimos la gracia. Pero Dios no nos abandona. La gracia obtenida por la obediencia de Cristo es muy superior al mal causado por la desobediencia del hombre. Donde abundó el pecado, sobre abundó la gracia. Sin Cristo, todos estaríamos muertos. Con Cristo, Dios nos ha regalado su vida a todos.
No siempre lo entendemos, no siempre lo recordamos, o no siempre nos lo creemos.  Nuestra fe es pobre, débil, como la de los Discípulos. Se adormece. Somos cobardes. En realidad, vivimos a base de contrastes. Valoramos la luz cuando estamos en la oscuridad; la salud, cuando enfermamos; hablamos del calor cuando hemos experimentado el frío… Y se nos olvida que Dios está siempre con nosotros, aunque parezca que duerma, y está al mando del timón. Él guía nuestra barca en medio de tempestades y tormentas, con una presencia escondida y silenciosa. Porque Dios está entre nosotros, en la calma y en la tormenta. Además, quiere que notemos esa presencia, silenciosa, sí, pero eficaz, que nos demos cuenta de que está en la vida de cada uno de nosotros. Porque el Señor no deja de derramar sus gracias. Así nos va llevando de la mano por esta vida, para que podamos llegar a la Vida Eterna.
Eso no evita que haya tormentas. En la vida de los creyentes, y en la vida de la Iglesia. Hoy las notamos especialmente, porque todo se transmite rápidamente, debido al milagro cibernético. Entre escándalos y envejecimiento, por lo menos en Europa, muchos creen que la Iglesia está llamada a hundirse, y que le queda poco a esto de “ser de Misa”. Que lo piensen los ateos, los agnósticos, los “extraños”, puede ser normal. Se creen que la Iglesia tiene sólo las capacidades personales de sus miembros. Se les olvida la dimensión sobrenatural, esa que nosotros deberíamos tener siempre presente.
Si nosotros lo pensamos (que la barca de la Iglesia se hunde), como lo pensaban los Discípulos, puede ser signo de poca fe. Porque la barca de la Iglesia no es nuestra, es de Cristo, y es Él el capitán y el timonel. Con la presencia de Cristo, la Iglesia es insumergible, porque cuenta con el auxilio divino. Si se nos olvida, tenemos poca fe. Ojalá el reproche de Jesús a sus Apóstoles no sea para nosotros. Que en nuestros corazones nos sintamos seguros, porque sabemos que Él es el Hijo de Dios, y que tiene poder sobre las olas y el mar.
Cuesta pasar a la otra orilla. Hay que hacer la maleta, soltar amarras e ir hacia lo desconocido. No es fácil. A cualquier edad, los cambios, si no asustan, desajustan. Jesús estuvo siempre disponible, para hacer lo que más convenía a la voluntad del Padre. Algunos santos, también. Una respuesta a la pregunta de “¿Quién es éste?” puede ser “Éste es el que siempre hacía la voluntad de Dios”. Porque era uno con su Padre, y a través de Él obraba el Espíritu. Incluso en medio de la tormenta, sabía ver la luz, porque Él era la Luz. El Camino, la Verdad y la Vida.
Nosotros somos parte de la tripulación, y nos lleva con brazo firme el mejor capitán y timonel. Es nuestra responsabilidad estar atentos, seguir las indicaciones y cumplirlas con la mejor disposición de ánimo. No dormirnos, para que no nos lleve la corriente. Que la barca llegue a buen puerto depende en parte de ti. ¿Qué vas a hacer para que así sea?"
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 22 de junio de 2024

CONFIAR EN DIOS

 

Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y al dinero.
Dios cuida de sus hijos
Por tanto, os digo: No estéis preocupados por lo que habéis de comer o beber para vivir, ni por la ropa con que habéis de cubrir vuestro cuerpo. ¿No vale la vida más que la comida y el cuerpo más que la ropa? Mirad las aves que vuelan por el cielo: ni siembran ni siegan ni almacenan en graneros la cosecha; sin embargo, vuestro Padre que está en el cielo les da de comer. Pues bien, ¿acaso no valéis vosotros más que las aves? Y de todos modos, por mucho que uno se preocupe, ¿cómo podrá prolongar su vida ni siquiera una hora?
¿Y por qué estar preocupados por la ropa? Mirad cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan. Sin embargo, os digo que ni aun el rey Salomón, con todo su lujo, se vestía como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, ¿no os vestirá con mayor razón a vosotros, gente falta de fe? No estéis, pues, preocupados y preguntándoos: ‘¿Qué vamos a comer?’ o ‘¿Qué vamos a beber?’ o ‘¿Con qué nos vamos a vestir?’ Los que no conocen a Dios se preocupan por todas esas cosas, pero vosotros tenéis un Padre celestial que ya sabe que las necesitáis. Por lo tanto, buscad primeramente el reino de los cielos y el hacer lo que es justo delante de Dios, y todas esas cosas se os darán por añadidura. No estéis, pues, preocupados por el día de mañana, porque mañana ya habrá tiempo de preocuparse. A cada día le basta con sus propios problemas.

Este texto no nos invita a no trabajar, a no hacer nada, a vivir inconscientemente. Lo que Jesús nos pide es que confiemos en el Padre. Que Él vela por nosotros y siempre está a nuestro lado. También nos dice que lo más importante no son la riqueza, el poder, el tener muchas cosas. Hemos de preocuparnos por el Reino. Por conseguir una sociedad hermanada, una sociedad regida por el Amor, una sociedad que escucha y sigue su Palabra. Lo otro se nos dará por añadidura. 

"Jesús sigue hoy dándonos sus enseñanzas como los días anteriores: cómo debemos vivir los seguidores suyos y qué valores deben regir nuestra vida. Dos frases cortas y densas resumen dos actitudes fundamentales: “No podéis servir a dos señores” y “No estéis agobiados por vuestra vida”.
No se puede servir a dos amos a la vez: Dios y las riquezas. Nadie puede entregar el corazón a Dios y luego buscar afanosamente las cosas del mundo. Nadie puede andar dividido por la vida. En un corazón poseído por la riqueza no hay más espacio para la fe, para Dios. Si la riqueza (las cosas del mundo) ocupa tu corazón, tu mente y tus preocupaciones, Dios no tiene lugar en ti, más bien estorba porque su presencia es un aguijón que no te deja vivir en paz. Quien sirve al dinero, vive para el dinero (acumular, tener más y más, invertir, acciones, negocios cada vez más lucrativos…), lo demás no cuenta ni importa. Quien vive para el mundo, se preocupa de las cosas del mundo y vive para ellas (bienestar, disfrutar, gozar, tener buena casa y buen coche, vacaciones, viajes…) e invierte su tiempo en todas esas cosas. Y anda agobiado y preocupado por todo eso.
Por otra parte quien ha decidido servir a Dios vive su vida confiado en la Providencia del Padre del cielo que cuida de los lirios, de las aves, de los pájaros… Sabe que Dios nos sostiene amorosamente y que no nos va a faltar lo necesario para una vida digna, porque Él no se olvida de ninguno de sus hijos ya que nos conoce por nuestro nombre y apellido, y Él nos ama con un amor entrañable como Padre bueno que es.
Esta confianza total en Dios no quiere decir que no debamos trabajar para ganarnos el pan de cada día sino que no nos agobiamos, ya que el Padre del cielo se preocupa por cada ser humano que ha creado. Es decir “Dios pone casi todo y tú pones tu casi nada; pero Dios no pone su casi todo si tú no pones tu casi nada”.
Esta confianza en la Providencia del Padre Dios no quiere decir que no nos debamos preocupar por las cosas de la vida (los hijos, los estudios de los hijos, los padres, las carreras, las finanzas, la salud…). Todo esto es el día a día de nuestra vida y el cristiano debe afrontarlo con responsabilidad y tranquilidad, con sentido de la proporción ya que debemos preocuparnos más por lo más importante y menos por lo menos importante. De ahí que diga Jesús: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y lo demás se os dará por añadidura”. La preocupación del que ha decidido servir a Dios es hacer su voluntad que se manifiesta en la escucha de la Palabra de Dios y en cada circunstancia de la vida y en los acontecimientos ordinarios y extraordinarios. Esto es lo verdaderamente importante para el discípulo de Jesús, pues así lo enseñó y practicó durante toda su vida."
(José Luís Latorre cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 21 de junio de 2024

UN CORAZÓN Y UNOS OJOS PUROS

 


No acumuléis riquezas en la tierra, donde la polilla destruye y las cosas se echan a perder, y donde los ladrones entran a robar. Acumulad más bien vuestras riquezas en el cielo, donde la polilla no destruye, ni las cosas se echan a perder, ni los ladrones entran a robar. Porque donde esté tu riqueza, allí estará también tu corazón.
La lámpara del cuerpo
Los ojos son como la lámpara del cuerpo. Si tus ojos son buenos, todo tu cuerpo será luminoso; pero si tus ojos son malos, todo tu cuerpo será oscuridad. Y si la luz que hay en ti resulta ser oscuridad, ¡qué negra no será la propia oscuridad!


Nuestro corazón simboliza aquello que amamos, que deseamos con todas nuestras fuerzas. Por eso nuestro corazón se encuentra en lo que consideramos un tesoro. Jesús nos pide que este tesoro no sea el dinero, ni el poder, ni las posesiones...Nuestro tesoro ha de ser el Amor. El de Dios y el del prójimo.
Jesús también nos dice que debemos tener la mirada limpia. Es con esos ojos con la que podremos ver a Dios en todo.

"Continuamos con la lectura del Sermón de la Montaña en que Jesús va presentando cuál es su programa para aquellos que quieran seguirle y vivir conforme a sus enseñanzas. Hoy Jesús nos dice: “no atesoréis para vosotros tesoros en la tierra…” Es una llamada de atención sobre el manejo de los bienes materiales y espirituales. Jesús habla mucho sobre tres tesoros que los humanos solemos buscar: el oro, el dinero, las riquezas ; la vanidad, el prestigio, el hacerse ver que fácilmente a todos nos encanta; el orgullo y el poder que nos seduce por ese instinto de ser más que los demás.
Por eso generalmente la mayoría de los mortales se define por lo tiene, por sus títulos académicos, por sus inversiones económicas, su rango nobiliario…
De ahí los dos mensajes de Jesús: no vale la pena atesorar cosas que son pasajeras, efímeras, que hoy valen y mañana no significan nada; lo principal es vivir en la luz y a la luz de Cristo (amontonad tesoros en  el cielo).
Lo cierto es que Dios nos da la capacidad para adquirir los bienes materiales, y también nos ha dado bienes espirituales (inteligencia, habilidades, cualidades, talentos). Y cada uno los debe administrar para el bien personal y de los demás. Ser administrador sin dejarse llevar de la codicia, de la vanidad, de la prepotencia, porque lo que me han dado y tengo debe estar al servicio de los demás. Nada me podré llevar conmigo cuando termine mi vida, solo si trabajé para que todo lo que recibí diera fruto y este abundante. De ahí la invitación de Jesús atesorar tesoros que la polilla no roe y el ladrón no puede robar; tesoros –obras- que produzcan vida eterna y abran las puertas del cielo.
“Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”: el corazón es el espacio del encuentro con Dios y de todo lo que de verdad interesa. Corazón es el lugar donde  uno puede encontrarse a sí mismo y acumular tesoros al vivir en comunión con los demás dándose a ellos generosamente y desprendidamente. Si tu tesoro en la vida es el amor, la solidaridad, la ayuda a los demás, el compartir, la justicia, la honestidad, tu corazón sentirá, palpitará y vivirá por esos valores; por el contrario si tu tesoro es el egoísmo, el disfrutar de la vida, el medrar, el ser más que los otros, el triunfo personal… tu corazón deseará todo aquello que te ayude a conseguir esos objetivos."
(José Luís Latorre cmf, Ciudad Redonda)

jueves, 20 de junio de 2024

NUESTRA ORACIÓN

 


Y al orar no repitas palabras inútilmente, como hacen los paganos, que se imaginan que por su mucha palabrería Dios les hará más caso. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis aun antes de habérselo pedido. Vosotros debéis orar así:
‘Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.
Hágase tu voluntad en la tierra
así como se hace en el cielo.
Danos hoy el pan que necesitamos.
Perdónanos nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos
a quienes nos han ofendido.
Y no nos expongas a la tentación,
sino líbranos del maligno.’
Porque si vosotros perdonáis a los demás el mal que os hayan hecho, vuestro Padre que está en el cielo os perdonará también a vosotros; pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará el mal que vosotros hacéis.

El Padrenuestro es nuestra oración. Nos la enseñó Jesús. No se trata de muchas palabras. Dios ya sabe lo que necesitamos. Se trata de ofrecerle nuestra vida. Se trata de contemplar nuestra vida a la luz del Padre. Se trata de vivir en el Padre.

"Hoy Jesús nos recuerda: “Cuando recéis no uséis muchas palabras…” La oración cristiana no consiste en hablar mucho, decir muchas cosas, hacer grandes explicaciones… porque no tenemos que convencer a Dios pues Él conoce perfectamente nuestras necesidades, problemas, situaciones… Más bien somos nosotros los que debemos descubrir en la oración lo que Dios ya sabe. Oramos a un Dios que es “nuestro Padre”, y como tal nos conoce, nos ama, nos cuida, nos perdona y está a nuestro lado. No oramos a un extraño o a alguien que no se preocupa por nosotros.
La oración es una relación filial de confianza con un Padre que nos conoce y sabe lo que necesitamos en cada momento. El cristiano sabe que “en Dios vivimos, nos movemos y existimos”, es decir, Dios es nuestro compañero de camino, que va a nuestro lado día y noche, con quien siempre podemos hablar y entablar un encuentro de tú a tú.
La oración es más escuchar que hablar; acoger la palabra de quien sé me ama, estar atento a quien quiere decirme algo. La oración es un diálogo con Aquel que me conoce y quiere lo mejor para mí en todo momento y circunstancia, aunque a veces no lo comprenda o me haga sufrir, pues estoy convencido de que Él quiere lo mejor para mí y todo lo que me acontece es para mi bien.
La oración es también una respuesta a quien me habla, como María que escuchó y respondió “he aquí la esclava del Señor”. Responder es fidelidad, es compromiso, es obediencia, es llevar a la práctica la palabra escuchada en la oración. No hay verdadera oración si no hay cambio de vida o comportamiento. La verdadera oración siembra y genera vida, y la prueba es que las personas que oran con constancia y perseverancia son más buenas, más generosas, más serviciales… pues la oración las lleva a querer ser como Dios y a hacer las cosas como Dios. Jesús ya lo dijo: “el sarmiento que está unido a la vida, da fruto; yo soy la vid y vosotros los sarmientos”.
La oración del Padre nuestro tiene dos partes:
  • Primera parte: El deseo de crecer en la intimidad del Padre: de sentir al Padre como nuestro (de todos sin distinción de raza y color, cultura y condición social); de santificar su nombre (respetar, adorar, alabar, bendecir, agradecer, no tomar a Dios en vano…); venga tu Reino (Él es el único Señor a quien debemos obedecer y seguir, no hay otros dioses ni intereses); hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo (no nuestra voluntad, no nuestros caprichos, no nuestras ideas; esa voluntad que descubrimos en la oración y el discernimiento comunitario).
  • Segunda parte: nosotros, la comunidad. Nuestro pan, nuestras ofensas, nuestros ofensores, no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal. La oración cristiana no se puede olvidar que cada bautizado es hermano, hermana y madre de los demás; que Dios es Padre “nuestro”, de todos y cuando reza debe acordarse de todos, y también de quienes le han ofendido o son enemigos. La oración cristiana no excluye a nadie.
Di Nuestro, si no te aíslas con tu egoísmo.
Di que estás en los cielos, cuando seas espiritual y no pienses sólo en lo material.
Di santificado sea tu Nombre, si amas a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas tus fuerzas.
Di venga a nosotros tu Reino, si de verdad Dios es tu rey y trabajas para que Él reine en todas partes.
Di hágase Tu voluntad, si la aceptas y no quieres que sólo se haga la tuya.
Di danos hoy nuestro pan, si sabes compartir con los pobres y con los que sufren.
Di perdona nuestras ofensas, si quieres cambiar y perdonar de corazón.
Di no nos dejes caer en tentación, si de verdad estás decidido a alejarte del mal
Di líbranos del mal, si tu compromiso es por el bien.
Y di Amén si tomas en serio las palabras de esta oración.
Rezar es comprometedor, y rezar el Padre nuestro es un examen de conciencia permanente, porque no se trata de repetir palabras sin más, sino que lo que dicen nuestros labios es expresión de lo que cree nuestro corazón.
Di Padre, si cada día te portas como hijo y tratas a los demás como hermanos."
(José Luís Latorre cmf, Ciudad Redonda)