"Jesús se fue de allí a su propia tierra, y sus discípulos le acompañaron. Cuando llegó el sábado comenzó a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oir a Jesús, se preguntaba admirada:
– ¿Dónde ha aprendido este tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace? ¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros?
Y no quisieron hacerle caso. Por eso, Jesús les dijo:
– En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra, entre sus parientes y en su propia casa.
No pudo hacer allí ningún milagro, aparte de sanar a unos pocos enfermos poniendo las manos sobre ellos. Y estaba asombrado porque aquella gente no creía en él".
Nosotros también clasificamos a las personas por sus apariencias y perdemos la ocasión de escucharlos, de conocer su interior. La ocasión de saber quiénes son realmente. Y si esa persona es un profeta, perdemos la ocasión de crecer, de aprender, de mejorar nuestra vida.
Porque a nuestro alrededor hay profetas. Profetas anónimos, pero que nos hablan en nombre de Dios. Nosotros los clasificamos y no los escuchamos. Este no tiene estudios. Aquel es homosexual. Ese no frecuenta la iglesia. El otro es un antisistema...Y no nos damos cuenta de que Jesús está en él. De que Jesús nos habla desde su corazón.
En el fondo no los escuchamos porque remueven nuestro interior. Nos hacen salir de nuestra comodidad y nos presentan un mundo diferente. Hacen que nos demos cuenta de nuestros intereses ocultos, de nuestras intenciones desviadas...Escucharlos nos obliga a cambiar de vida, y esto no nos interesa. Preferimos quedarnos con nuestras palabras vanas y seguir con nuestras comodidades.
Jesús no pudo hacer ninguna curación en su pueblo...Si nosotros clasificamos a los demás, tampoco podremos sanar nuestras vidas. Seguiremos dormidos, paralíticos, ciegos, muertos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario