Uno de entre la gente dijo a Jesús:
– Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.
Jesús le contestó:
– Amigo, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?
También dijo:
– Guardaos de toda avaricia, porque la vida no depende del poseer muchas cosas.
Entonces les contó esta parábola:
- Había un hombre rico, cuyas tierras dieron una gran cosecha. El rico se puso a pensar: ‘¿Qué haré? ¡No tengo donde guardar mi cosecha!’ Y se dijo: ‘Ya sé qué voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes en los que guardar toda mi cosecha y mis bienes. Luego me diré: Amigo, ya tienes muchos bienes guardados para muchos años; descansa, come, bebe y goza de la vida.’ Pero Dios le dijo: ‘Necio, vas a morir esta misma noche: ¿para quién será lo que tienes guardado?’ Eso le pasa al hombre que acumula riquezas para sí mismo, pero no es rico delante de Dios.
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El comentario de hoy de Koinonia es claro y contundente. El dinero es la causa del mal en este mundo y la verdadera riqueza es el amor. Mientras nuestro corazón esté apegado al tener, al dinero, estaremos lejos de los otros, causaremos divisiones y diferencias, y el amor estará ausente de él.
"A Jesús, como Maestro, se le acercan dos hermanos en litigio y le suplican que ponga orden entre ellos, que haga justicia. Jesús responde yendo a la raíz de los problemas, que está en el corazón del ser humano. Para Él es más importante desenmascarar la codicia que nos domina, que hacer valer los derechos de cada uno. Con lo primero, se conseguirá lo segundo.
Sus palabras son magistrales: “eviten toda clase de codicia, porque, aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida”. Jesús no invita al conformismo. Lo primero es la justicia, querida por Dios, predicada por Jesús: que todos tengan pan, educación, techo... fruto de la comunión, de la solidaridad, nuevo nombre de la justicia: eso es el Reino, la Nueva Humanidad. Pero puede ocurrir que cuando tengamos lo justo, lo que nos corresponde como hijos y hermanos, ambicionemos más. Esta codicia nunca nos permitirá ya descansar. Es muy difícil ya decirse a uno mismo: “Hombre, tienes muchas cosas guardadas para muchos años, descansa, come, bebe, pásalo bien...” normalmente, no hay quien detenga ya el dinamismo de la codicia. Hay que estar alerta. ¿Hasta dónde llegar en la acumulación de bienes?
La codicia de unos pocos o de unos muchos impide el desarrollo de los pueblos. Y llama la atención la medida actual de la codicia en el mundo: según un informe de la OCDE (mayo 2013), el 10% más rico de las sociedades de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) tenían 9,5 veces más ingresos que el 10% más pobre en el 2010 respecto al 2007, cuando los ingresos de los ricos eran 9 veces superiores a los de los pobres. Más: la crisis ha acelerado la brecha entre ricos y pobres en los países que integran esa organización. Las desigualdades aumentaron más entre 2007 y 2010 que en los 12 años precedentes.
En los últimos años (2016), tenemos una humanidad que bate sus records, sumida en la desigualdad mayor de su historia: 85 personas tienen una riqueza equivalente al patrimonio de la mitad pobre de la humanidad.
La palabra de Jesús en el Evangelio de hoy no puede quedar reducida a una consideración de la necesidad personal individual de «no ser avaro o codicioso»... Hoy ha de ser aplicada también a la situación planetaria, de la estructura económica mundial, de un mundo que sigue y sigue acentuando sus diferencias, la desigualdad, la brecha entre pobres y ricos. Todavía hay quienes alimentan recelos respecto al concepto de «pecado
estructural»... En definitiva, no hay que discutir de literatura, o de «cuestión de nombres». La teología de la liberación tiene muy claro que el pecado –¡y las virtudes!– pueden ser no sólo personales/individuales, sino también sociales, estructurales. Ya sabemos que las estructuras «no son personas que cometan pecados»; nadie es tan ingenuo que confunda eso. Lo que queremos decir es que el mal, el pecado, con frecuencia se corporifica, toma cuerpo, en las estructuras sociales, de modo que impone la posibilidad y expande la facilidad, la propensión para un tipo de actitudes y de actos perversos, pecaminosos, más allá de las voluntades y las buenas intenciones personales. La Utopía, el Mundo nuevo, el Sumak Kawsay –¡el Reino de Dios!, como la llamaba Jesús–, no estará realizado cuando esté en todos los corazones (personales, individuales), sino cuando tome cuerpo también en estructuras que lo hagan posible, realizable, verificable.
La respuesta cristiana es «vivir como Jesús»: vivir confiados en las manos del Padre/Madre Dios, buscando el Reino-Utopía como lo más principal. «Lo demás vendrá por añadidura». El verdadero enriquecerse es amasar una única fortuna: la del amor, el favorecimiento de la vida, el descentramiento de sí mismo en favor del centramiento en el amor, las buenas obras con los más pequeños y desfavorecidos (Mt 6,19)." (koinonía)
"...– Amigo, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?
ResponderEliminarTambién dijo:
– Guardaos de toda avaricia, porque la vida no depende del poseer muchas cosas..."
El verdadero enriquecerse es amasar una única fortuna: la del amor, el favorecimiento de la vida, el descentramiento de sí mismo en favor del centramiento en el amor, las buenas obras con los más pequeños y desfavorecidos (Mt 6,19)