Viajaba hacia el Norte,
hacia nuevos horizontes,
siguiendo el rastro de todo aquello en lo que creía,
pero me sentía perdido.
Buscaba abrigo en la sabiduría,
en la fama,
en el falso espejismo de la seguridad pasajera,
pero me sentía desnudo.
Conocía gente nueva,
otras vidas,
bocas que gritaban: "sigue el rebaño".
Pero yo me sentía solo.
Me llenaba de ruido,
de actividad,
de confusión,
para no sentir mi angustia,
pero siempre había momentos de silencio.
Huía de mí mismo,
quemando los recuerdos,
anestesiando el alma,
sumergiéndome en el alcohol,
noches de juerga...
pero siempre llegaba la mañana.
Buscaba nuevos caminos,
nuevas sendas,
me perdía en parajes profundos,
pero todo me parecía lo mismo.
Entonces apareciste Tú.
Tus ojos me iluminaron:
encontré el camino.
Tus brazos me abrazaron:
me vestiste.
Tus pasos también se dirigían al Norte:
me acompañaste.
El sol iluminaba tu imagen:
amé la mañana.
Tu presencia lo cambió todo:
nada ha sido ya igual.
Y oí que me decías: "te amo".
Y en cada paso que hago desde entonces,
está la huella de tu Amor.
(El Salmista)
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