sábado, 19 de octubre de 2024

HABLAR DE DIOS

 


Os digo que si alguien se declara a favor mío delante de los hombres, también el Hijo del hombre se declarará a favor suyo delante de los ángeles de Dios; pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios.
Dios perdonará incluso a aquel que diga algo contra el Hijo del hombre, pero no perdonará al que con sus palabras ofenda al Espíritu Santo.
Cuando os lleven a las sinagogas o ante los jueces y las autoridades, no os preocupéis por cómo tenéis que defenderos o qué tenéis que decir; porque en el momento en que hayáis de hablar, el Espíritu Santo os enseñará lo que habéis de decir.

"Es famosa y significativa la película El Discurso del Rey porque, de alguna manera, nos hace empatizar con quien no está totalmente capacitado para una función y, así y todo, debe llevarla a cabo. Sentimos con el pobre Jorge, porque nos hemos visto en alguna situación (en nuestra propia escala) de la que no sabíamos cómo salir. El rey tenía que hablar porque no hacerlo podría llevar a su país a la catástrofe.
Pero tenemos testimonios de esto mismo todavía más antiguos. Es decir, que parece una experiencia bastante universal de inseguridad y falta de confianza en la propia capacidad. Moisés era tartamudo; Jeremías aduce que es un niño y no sabe hablar; David era el más pequeño de los hermanos y es llamado a ser rey; Amós, Nehemías…. Y luego los discípulos de Jesús, algunos hombres toscos y poco ilustrados. En todas partes está la figura del profeta renuente. ¿Cuántas veces nos hemos encontrado siendo profetas renuentes nosotros mismos? No hay ninguna certeza (y en algunos casos hay la absoluta certeza de imposibilidad) de que se pueda llevar a cabo. Y aquí se nos dice hoy que, por encima de todo problema real o imaginado de autoestima, hay que poner una confianza que casi no tiene nada que ver con nosotros: Cuando os conduzcan a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué razones os defenderéis o de lo que vais a decir, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir.
No os preocupéis de eso. Pero, por el otro lado hay una severa advertencia: el no hablar, el no dar testimonio, el no reconocer a Cristo puede tener consecuencias incluso más graves. No os preocupéis de qué decir, preocupaos, más bien, de no decir nada. Preocupaos si un miedo paralizante os lleva al silencio… con el resultado catastrófico personal de no ser reconocidos por Cristo y el resultado catastrófico para los demás de no escuchar la palabra de Verdad y redención porque nosotros no la hemos pronunciado. No os preocupéis. Preocupaos. Y mucho."
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)

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