jueves, 15 de septiembre de 2011

EL ANACORETA Y LA PUERTA ESTRECHA


Durante todas las Vísperas y la cena el discípulo suspiraba sin cesar. Ya durante las Completas unos gruesos lagrimones se deslizaban por sus mejillas.
El Anacoreta, aunque ya era momento de silencio, se dirigió a él y le preguntó:
- ¿Qué te ocurre?
El discípulo entre sollozos respondió:
- Llevo todo el día meditando la misma frase del Evangelio: "Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos lo intentarán y no podrán." Tengo miedo de no hacer lo suficiente. ¿Y si después de tanta penitencia en el desierto no me salvo?
El Anacoreta lo miró con ternura. Le pasó amorosamente un brazo por la espalda y lo llevó bajo la palmera, apenas teñida de púrpura por las últimas luces del día que se escapaban por el horizonte.
Luego con calma, le dijo:
- Métete esto en la cabeza: no valemos por lo que hacemos, sino por lo que somos. Los hombres nos vamos recubriendo de capas, caretas, imágenes, apariencias...Esto es lo que no nos deja pasar por la puerta.
Guardó un rato de silencio y prosiguió:
- ¿Para qué has venido al desierto? Para hacerte uno con Cristo y los Hombres. Todo lo demás son capas. Las penitencias, los ayunos, el deseo de santidad, el ánimo de dar buen ejemplo...todo eso, si no nos lleva a unirnos a Cristo y a los Hombres, son disfraces que nos engordan. Para entrar por la puerta hay que desprenderse de todo, hasta SER nosotros. Para unirse a Cristo, no hay sino que desnudarse de todo lo que hemos ido añadiendo a nuestra persona.
Quedó otra vez en silencio. Luego, acercándose al oído de su discípulo, como si no quisiera que le oyesen las arenas del desierto, le dijo en un susurro:
- Además, Él mismo es la Puerta. Si confías en Él, cuando vayas a pasar se ensanchará...
Marchó el Anacoreta a su cueva y el discípulo quedó reflexionando bajo las estrellas, la cantidad de cosas inútiles que se le habían ido adhiriendo a lo largo de la vida.
Cuando la arena empezó a teñirse de violeta por las primeras luces de la aurora, se retiró a su cueva. Quizá fue una ilusión, pero le pareció que la entrada era más ancha... 
(Publicado en la Cueva del Anacoreta hace tres años)

2 comentarios:

  1. Y yo como el discipulo, me quedo en silencio reflexionando por lo dicho? una abraçada julio

    ResponderEliminar
  2. Qué difícil resulta desprenderse de todo, y a pesar de darnos cuenta de ello, parece que cada día se nos va pegando alguna más, es cierto que nos resultaría más fácil si nos pusiéramos en sus manos y nos olvidáramos de todo lo demás, pero...
    Si lo hiciéramos así seguro que, como le pasó al discípulo, cuando volviéramos a intentar entrar, la puerta se habría vuelto más ancha

    Unn abrazo

    ResponderEliminar