Aquel hombre le dijo al anciano que desde siempre había anhelado encontrar a Dios y que a pesar de la búsqueda constante, sentía su vida vacía y alejada de Dios.
Se levantó el Anacoreta: Se dirigió a una estantería, y tomando un libro leyó:
- "En este mundo nos sentimos extranjeros, desarraigados, exiliados. Como Ulises, al que unos marineros cambiaron de lugar mientras dormía. Despertó en un lugar desconocido anhelando Itaca con un deseo que le rompía el alma. De pronto, Atenea le abrió los ojos y se dio cuenta de que ya estaba en Itaca. De la mima forma, todo hombre que desea incansablemente su patria, que no se aparta de su destino ni por Calipso ni por las sirenas, se da cuenta un día, de repente, que ja está en su patria."
- ¿Sabes quién escribió esto? - preguntó el Anacoreta. Y tras la negativa prosiguió:
- Alguien que buscó toda su vida: Simone Weil, en un libro titulado "A la espera de Dios". Nos ocurre que tenemos un velo ante los ojos. Miramos todas las cosas de forma rutinaria y creemos que a Dios lo encontraremos en momentos especiales...
Se detuvo unos instantes y concluyó:
- Si lo miramos todo con una mirada nueva, nos daremos cuenta de que cualquier circunstancia, cualquier momento de nuestra vida, se puede convertir en un encuentro con Dios. Si sabemos mirar, las cosas se convierten en un camino que nos lleva hacia Dios...
Muchas veces caemos en el error de querer entender a Dios y esto nos hace dudar de Él y buscarle en lugares "especiales". No llegamos a entender que Dios está en el amor de los pequeños gestos, en la mirada sin prejuicio, en los humildes de corazón.
ResponderEliminarTienes razón Pablo. Olvidamos que en Dios siempre hay una parte de "misterio", de inalcanzable. Jesús, precisamente, hace que pongamos nuestra mirada en los pequeños...Un abrazo: Joan Josep
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