"Dios mío, ten compasión de mí,que soy un pecador." (Lc 18, 13)
Nos encontramos ante dos personas. Una que hace las cosas bien y se jacta de ello, y la otra que se considera pecadora. Seguramente ni una lo hace todo tan bien, ni la otra tan mal. Son dos visiones de las cosas. La del orgulloso que se cree perfecto y la del humilde que reconoce su debilidad. Pues bien, Jesús nos dice que el que sale justificado de su oración es el segundo.
Frente a lo que nos predica nuestra sociedad, para la que lo importante son las apariencias, el éxito, la consideración de los demás, Jesús nos propone la sencillez. Reconocer nuestros defectos. Porque sólo el que sabe ver los propios fallos puede corregirlos y crecer. Sólo quien se sabe frágil puede mejorar ¿Qué va a cambiar quien cree que todo lo hace bien, que es perfecto?
Una cosa es segura: Dios mira con especial ternura a quien muestra ante Él, sin temor, su debilidad y su pobreza. Es la grandeza de nuestra fragilidad.
Gracias, mi tarea de hoy es ser sencilla y humilde, vivir desde mi pobreza, gracias.
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