"Os aseguro que ningún profeta es aceptado en su tierra." (Lc. 4,24)
Jesús acaba de aplicarse a sí mismo el texto de Isaías: "El Espíritu del Señor reposa sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos y devolver la luz a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor". Incrédulos se preguntan : ¿No es el hijo de José? Ellos conocen a su familia, lo han visto crecer y no dan crédito a lo que dice. Es más, se enfurecen e intentan tirarlo por un barranco.
A los hombres nunca nos han gustado los profetas. Son incómodos. No nos gusta que nos digan las verdades a la cara, y menos si son personas que conocemos, que han crecido junto a nosotros. Aquellas personas que nos hacen ver nuestras injusticias, que intentan cambiar esta sociedad, las rechazamos. Intentamos encontrarles defectos, puntos débiles, decir que no son cristianos, para destruirlos y seguir viviendo tranquilos sin hacer caso de lo que dicen y de lo que hacen.
Jesús se abrió camino entre los que intentaban despeñarlo. Jesús camina hacia la libertad y rompe la esclavitud con su enseñanza. Estemos atentos a las voces de los profetas de nuestros días y no los rechacemos. Escuchemos a todos los hombres. Quizá mi hermano es un profeta.
Señor , que pueda ver en mis hermanos, hombres de Dios, gracias.
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