No podemos dejar de oír tu llamada,
un gemido mudo y ardiente que se derrama por los arrabales de la ciudad.
Un amor urgente y violento
transpira detrás de la belleza de los iconos
mostrando tu rostro dolorido.
Señala la dirección de un abismo,
y nuestra oración se va empapando de un grito
que ya no podemos dejar de oír.
Señor,
querríamos escuchar y nos querríamos parar,
detenernos en los límites de nuestra sensatez,
que son los límites de la ciudad;
más allá, la incertidumbre, los sin nombre,
los desechos del Gran Monstruo urbano.
No somos héroes, ni tampoco tenemos vocación de transgresores,
pero tampoco podemos, ya, ser pacíficos ciudadanos.
Tu nos conoces, Señor.
Sabes de nuestras inercias y de nuestros miedos.
Conoces nuestra falta de amor.
En estos tiempos grises y de egoísmo
nos empujas a un nuevo Éxodo.
Entre ruinas de ideologías y de utopía,
con escasas herramientas de trabajo,
a través de los diagnósticos de la sociología,
nos pides salir a la calle sin ninguna seguridad.
No podemos dejar de oír tu llamada
y coger nuestra tienda y seguirte.
Y nos adentramos en el desierto de asfalto
de rostros y pobrezas desconocidas
que nos angustian y nos hacen daño.
Son ellos, mudos, los que gritan,
clamando por otro tipo de Ciudad.
No tienen palabras ni discursos...
Sólo miseria y cartones en las cloacas de la soledad.
Señor, ellos son tu Icono,
tu icono destrozado.
Entre ellos nos envías, desnudos.
Creients i creïbles. (P.Casaldàliga)
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