miércoles, 31 de enero de 2024

NO LO ACEPTARON EN SU PUEBLO


 
Jesús se fue de allí a su propia tierra, y sus discípulos le acompañaron. Cuando llegó el sábado comenzó a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oir a Jesús, se preguntaba admirada:
– ¿Dónde ha aprendido este tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace? ¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros?
Y no quisieron hacerle caso. Por eso, Jesús les dijo:
– En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra, entre sus parientes y en su propia casa.
No pudo hacer allí ningún milagro, aparte de sanar a unos pocos enfermos poniendo las manos sobre ellos. Y estaba asombrado porque aquella gente no creía en él. Después recorría los pueblos cercanos enseñando.

Nos cuesta aceptar las lecciones de aquellos que conocemos. Esto le pasó también a Jesús. Se admiraban de lo que decía, pero como lo conocían de pequeño, no podían aceptar lo que les enseñaba. En otro evangelio, al hablar de este día, se nos dice que incluso intentaron despeñarlo, matarlo.
Sabemos que Jesús nos habla a través del otro; pero, a la hora de la verdad no sabemos ver a Jesús en ellos y no los escuchamos y los despreciamos. Es una forma de cerrarnos al mensaje de Jesús, de no escuchar su Palabra. Y es que no amamos a los otros. Sólo amándolos podremos ver a Jesús en ellos.
 
"La conversación con Jesús en pequeño grupo debió de ser embelesadora; y sus breves “arengas” a multitudes, que quizá no fueron frecuentes, tuvieron que resultar cautivadoras, tanto que en algún momento quisieron forzarle a que aceptase ser “rey” o líder de un movimiento más o menos revolucionario (Jn 6,15; Mc 6,45s). Su presentación entusiasta del reino que llega, su talante festivo que no permite que los discípulos ayunen, su invitación a vivir con la libertad y confianza de los pájaros y las flores, sus agudas puntualizaciones acerca de algunos aspectos de la ley… en más de un momento pudieron meter miedo a los gobernantes mismos, que quizá le tomaron por demagogo capaz de llevar al pueblo a una insurrección política o a una protesta contra sus dirigentes religiosos. A algo debe de responder aquel aviso que le hicieron en Galilea: “Herodes quiere matarte, mejor que te vayas de aquí” (Lc 13,31).
Pero las palabras dulces de Jesús no siempre estaban exentas de pimienta; criticaba algunas seguridades religiosas, y orientaba a cambios más radicales que echarse un simple remiendo sobre el vestido de siempre (Mc 2,21). Por ello surgieron perplejidades, que, al menos inicialmente, se saldaron a favor de Jesús. En una crisis en el seguimiento, termina Pedro diciendo: “¿A quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 66). Y cuando los jefes del templo y los fariseos se plantean sus dudas sobre el profetismo de Jesús, los servidores mismos de los sumos sacerdotes replican: “Jamás ha hablado nadie como este hombre” (Jn 7,46).
En ese contexto, no es extraño que al menos una vez, habiendo hecho un breve alto en el camino precisamente en su pueblo de Nazaret, el sábado le hayan invitado a hacer la lectura y el comentario en la sinagoga. Lucas ha rellenado un vacío diciéndonos que Jesús lee y comenta Isaías 61; Marcos y Mateo desconocen el contenido de la lectura de ese día; pero ambos conocen la reacción de la asamblea: “se pasmaron” (Mt 13,54; Mc 6,2), verbo tan ambiguo como el lucano “se admiraron” (Lc 4,22). Lucas deja claro que inicialmente la palabra de Jesús embelesa; pero pronto comienza a resultar molesta y sus compaisanos se disponen a despeñarle.
Según el cuarto evangelio los jefes religiosos se preguntan cómo puede Jesús estar tan “instruido sin haber sido escolarizado” (Jn 7,15). Estos jerosolimitanos descalificarían a Jesús por “falta de título”: no ha frecuentado la escuela de un escriba. En cambio los nazaretanos le descalifican desde su procedencia familiar: conocen de sobra a su familia y saben que no es precisamente de gene instruida. En uno y otro caso, los oyentes se protegen frente a la palabra de Jesús, que debe de ser bella pero excesivamente novedosa como para aceptarla.
El refrán sobre el menosprecio del profeta en su pueblo y entre sus parientes se encuentra extendido por toda la tradición evangélica (Mc 6,4par; Jn 4,44). Si existía ya, Jesús experimentó lo certero del mismo quizá en repetidas ocasiones; si lo creó él mismo, se difundió rápidamente como explicación de la dureza de corazón ante las llamadas de este nuevo profeta. En definitiva, quienes desearían descalificar la palabra de Jesús por su contenido pero lo encuentran tarea imposible (“jamás hombre alguno habló así”), buscan otros pretextos para desautorizarlo. No es fácil dejarse sacudir en las propias convicciones, sobre todo si son “convicciones religiosas” arraigadas. Jesús esperaría otra cosa, pero…ojalá no se admire de nuestra falta de fe."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)

martes, 30 de enero de 2024

LA FE NOS CURA Y NOS DA LA VIDA

Cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se le reunió mucha gente, y él se quedó en la orilla. Llegó entonces uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, que al ver a Jesús se echó a sus pies suplicándole con insistencia:
– Mi hija se está muriendo: ven a poner tus manos sobre ella, para que sane y viva.
Jesús fue con él, y mucha gente le acompañaba apretujándose a su alrededor. Entre la multitud había una mujer que desde hacía doce años estaba enferma, con hemorragias. Había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado cuanto tenía sin que le hubiera servido de nada. Al contrario, iba de mal en peor. Esta mujer, al saber lo que se decía de Jesús, se le acercó por detrás, entre la gente, y le tocó la capa. Porque pensaba: “Tan sólo con que toque su capa, quedaré sana.” Al momento se detuvo su hemorragia, y sintió en el cuerpo que ya estaba sanada de su enfermedad. Jesús, dándose cuenta de que había salido de él poder para sanar, se volvió a mirar a la gente y preguntó:
– ¿Quién me ha tocado?
Sus discípulos le dijeron:
– Ves que la gente te oprime por todas partes y preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’
Pero Jesús seguía mirando a su alrededor para ver quién le había tocado. Entonces la mujer, temblando de miedo y sabiendo lo que le había sucedido, fue y se arrodilló delante de él, y le contó toda la verdad. Jesús le dijo:
– Hija, por tu fe has sido sanada. Vete tranquila y libre ya de tu enfermedad.
Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga a decirle al padre de la niña:
– Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?
Pero Jesús, sin hacer caso de ellos, dijo al jefe de la sinagoga:
– No tengas miedo. Cree solamente.
Y sin dejar que nadie le acompañara, aparte de Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, se dirigió a casa del jefe de la sinagoga. Allí, al ver el alboroto y la gente que lloraba y gritaba, entró y les dijo:
– ¿Por qué alborotáis y lloráis de esa manera? La niña no está muerta, sino dormida.
La gente se burlaba de Jesús, pero él los hizo salir a todos, y tomando al padre, a la madre y a los que le acompañaban, entró donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo:
– Talita, cum (que significa: “Muchacha, a ti te digo: levántate.”)
Al momento, la muchacha, que tenía doce años, se levantó y echó a andar. Y la gente se quedó muy impresionada. Jesús ordenó severamente que no se lo contaran a nadie, y luego mandó que dieran de comer a la niña.

"El evangelista Marcos realiza una presentación de la actividad de Jesús por bloques, muy cuidada. Hace dos semanas veíamos a Jesús permanentemente atacado y a la defensiva, porque comía con pecadores, no practicaba el ayuno devocional, no guardaba el sábado con suficiente escrúpulo, etc. Luego le hemos visto predicando en parábolas, todas ellas orientadas a despertar la esperanza: el sembrador impertérrito, la semilla que crece sin que el labrador se dé cuenta, el desarrollo increíble del grano de mostaza. Y ahora llevamos unos días en el bloque de los milagros, que son también una llamada a la esperanza, pues muestra que el poder salvífico de Jesús está desalojando al mal de nuestro mundo; y el evangelista lo hace de manera ordenada, pedagógica, poniendo un ejemplo de cada tipo de milagro: uno sobre la naturaleza (la tempestad), uno de curación psíquica (el energúmeno de Gerasa), uno de curación física (la hemorroisa), y, como culminación, uno de resurrección (la hija de Jairo). Nos encontramos con un catequista ordenado y metódico.
A Marcos le gusta además dar forma artística a su presentación de Jesús, mediante diversos recursos estilísticos y jugando con el orden de los sucesos. Una figura a la que es especialmente aficionado es la llamada estructura-bocadillo, o en tres pisos (A-B-A), que es la que encontramos en la lectura evangélica de hoy: se habla de la niña moribunda o ya difunta en los dos extremos del párrafo, mientras que el centro lo ocupa la curación de la hemorroisa: A-B-A. El evangelista-catequista desea ser claro, convincente y ameno.
A Jesús hay que conocerlo por sus hechos. Y particularmente las dos curaciones, o curación y resurrección, de hoy son especialmente significativas. Capítulos atrás le veíamos justificando su cercanía a los marginados y pecadores, a los que “necesitan médico”. Hoy no se nos dice nada sobre la conducta moral de las dos mujeres restituidas a una existencia digna; pero el hecho de que sean mujeres es ya suficientemente elocuente. Es sabido que la mujer en el judaísmo era un ser menospreciado, que no tenía derechos, ni siquiera categoría personal para hacer de testigo en un juicio… Pero Jesús está cambiando las cosas; y esto es sabido y las mujeres se le acercan con confianza, aunque con un cierto temor, como se dice de la hemorroísa. La mujer con flujo de sangre era impura; no se le permitía asistir al culto del templo ni al sinagogal, ni siquiera en el lugar lateral y secundario reservado a las mujeres. Cuando Jesús la cura de su enfermedad, no solo la libra de su dolencia física, sino que la restituye a la comunidad religiosa de Israel, liberándola de la “excomunión” a la que su condición la tenía condenada.
El detalle aparentemente nimio de que la niña de Jairo “tenía 12 años” pudiera ir en la misma dirección: la supuesta impureza de la mujer en las culturas primitivas, que puede comenzar hacia es edad. Por lo demás, en caso de que estuviese muerta, era ya una fuente de impureza. Pero Jesús va superando e invitando a superar las diversas barreras y tabúes. Él da vida a una adolescente, que ya puede comer en presencia de todos (importancia del “comer juntos”) e integrarse de nuevo en la vida familiar. En definitiva, Jesús restituye y dignifica la vida humana, y restaura la comunión allí donde esté rota.
Él dice a las personas y a los grupos: “quedad libres de vuestros flagelos”."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)

   

lunes, 29 de enero de 2024

ÉL NOS LIBERA DE TODO MAL

 

Llegaron a la otra orilla del lago, a la tierra de Gerasa. En cuanto Jesús bajó de la barca se le acercó un hombre que tenía un espíritu impuro. Este hombre había salido de entre las tumbas, porque vivía en ellas. Nadie podía sujetarlo ni siquiera con cadenas. Pues aunque muchas veces lo habían atado de pies y manos con cadenas, siempre las había hecho pedazos, sin que nadie le pudiera dominar. Andaba de día y de noche entre las tumbas y por los cerros, gritando y golpeándose con piedras. Pero cuando vio de lejos a Jesús, echó a correr y, poniéndose de rodillas delante de él, le dijo a gritos:
– ¡No te metas conmigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo! ¡Te ruego, por Dios, que no me atormentes!
Hablaba así porque Jesús le había dicho:
– ¡Espíritu impuro, deja a ese hombre!
Jesús le preguntó:
– ¿Cómo te llamas?
Él contestó:
– Me llamo Legión, porque somos muchos.
Y rogaba mucho a Jesús que no enviara los espíritus fuera de aquella región. Y como cerca de allí, junto al monte, se hallaba paciendo una gran piara de cerdos, los espíritus le rogaron:
– Mándanos a los cerdos y déjanos entrar en ellos.
Jesús les dio permiso, y los espíritus impuros salieron del hombre y entraron en los cerdos. Estos, que eran unos dos mil, echaron a correr pendiente abajo hasta el lago, y se ahogaron.
Los que cuidaban de los cerdos salieron huyendo, y contaron en el pueblo y por los campos lo sucedido. La gente acudió a ver lo que había pasado. Y cuando llegaron a donde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su cabal juicio al endemoniado que había tenido la legión de espíritus. La gente estaba asustada, y los que habían visto lo sucedido con el endemoniado y con los cerdos, se lo contaron a los demás.  Entonces comenzaron a rogar a Jesús que se fuera de aquellos lugares.
Al volver Jesús a la barca, el hombre que había estado endemoniado le rogó que le dejara ir con él. Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo:
– Vete a tu casa, con tus parientes, y cuéntales todo lo que te ha hecho el Señor y cómo ha tenido compasión de ti.
El hombre se fue y comenzó a contar por los pueblos de Decápolis lo que Jesús había hecho por él. Y todos se quedaban admirados.

Jesús nos libera del mal que nos atenaza. Nuestra sociedad intenta apartarnos del camino del Amor de mil maneras. Por eso el mal se llama legión. Pero Jesús está ahí para liberarnos. Y, además, nos envía a ser testimonios suyos, en nuestro ambiente, haciendo partícipes a los demás de la liberación que ha hecho en nosotros.

"El ser humano ha experimentado siempre al dolor, la presencia del mal; todos nosotros hemos conocido personas especialmente sufrientes, con vidas disminuidas por flagelos físicos o psíquicos, a veces con las manifestaciones más extrañas. Según ámbitos y momentos culturales se ha intentado dar explicación del origen de esas situaciones. Nuestra sociedad secularizada busca causas científicas e intenta dar con las terapias pertinentes; pero experimenta que no puede explicarlo todo. Hablen, si no, los que han estado en una secta satánica y, cuando han querido salir de ella les ha sido imposible.
En la época de Jesús y de la Iglesia naciente se tendía a buscar explicación sobrenatural de los males: serían causados por los poderes diabólicos; Satanás sería una especie de anti-dios, que estaría dando al traste con una creación originariamente buena. Esa parece ser la mentalidad de Jesús y la del evangelista Marcos. Pero no faltaban otros intentos de explicación; algunos verían en el sufrimiento un castigo del Dios ofendido; “¿Quién pecó, él o sus padres?”, preguntan los discípulos ante el ciego de nacimiento (Jn 9,2s); pero a esa interpretación, sin ofrecer otra satisfactoria. Más cercano a nuestro tiempo parece estar Mateo cuando habla del niño atormentado; según Mc 9,17s el muchacho está dominado por un demonio mudo, que a veces “le tira al fuego y al agua”. Pero según Mt 17,15 el niño es víctima de influjo de la luna, y es él el que “se cae al fuego y al agua”.
A principios del siglo XX se lanzó por parte de cierta teología todo un programa de “desmitologización” del NT, de búsqueda del mensaje auténticamente cristiano traspasando la corteza cultural, “mítica”, en que nos llega envuelto. Indudablemente esta sigue siendo la gran tarea. Jesús y la Iglesia primitiva estaban condicionados por una determinada cultura, que, como tal, no se nos impone a los creyentes, ya que nada tiene de específicamente cristiana. Desmitologizar para ser mejores creyentes es apasionante.
Nuestra fe no nos obliga a atenernos a una determinada teoría respecto del origen del mal; ya el NT ofrece varias, o incluso “se abstiene”. Pero lo que el NT enseña inconfundiblemente es que las fuerzas del mal no están por encima de Dios, y que Jesús ha venido para que tengamos vida en abundancia (Jn 10,10). Él se presenta a sí mismo como el “más fuerte” dispuesto a encadenar al “simplemente fuerte” y arramblar con su ajuar (Mc 3,27); y dice expresamente que si él libera del flagelo demoníaco es que “el Reino de Dios ha llegado a nosotros” (Lc 11,20). Ante las curaciones realizadas por los discípulos misioneros exclama: “veía a Satanás cayendo del cielo como un rayo” (Lc 10,18), es decir, desposeído de su poder.
Cuando los supuestos espíritus malignos perciben la cercanía de Jesús tiemblan, pues saben que es más poderoso. El mensaje es claro aunque no matemático: la cercanía de Jesús es sanadora: “encontraron al hombre sentado, vestido y en su sano juicio” (Mc 5,15). Es normal que ese hombre curado y renovado quiera irse con Jesús. Pero él le pide otra forma de adhesión a su persona: que sea en su aldea, con los suyos, heraldo de la misericordia y el poder del Señor."
(Severiano Blanco cmf, Ciudad Redonda)    

domingo, 28 de enero de 2024

ENSEÑAR COMO JESÚS

  

Llegaron a Cafarnaún, y el sábado entró Jesús en la sinagoga y comenzó a enseñar. La gente se admiraba de cómo les enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad y no como los maestros de la ley. En la sinagoga del pueblo, un hombre que tenía un espíritu impuro gritó:
– ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco. ¡Sé que eres el Santo de Dios!
Jesús reprendió a aquel espíritu, diciéndole:
– ¡Cállate y sal de este hombre!
El espíritu impuro sacudió con violencia al hombre, y gritando con gran fuerza salió de él. Todos se asustaron y se preguntaban unos a otros:
– ¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva y con plena autoridad! ¡Hasta a los espíritus impuros da órdenes, y le obedecen!
Muy pronto, la fama de Jesús se extendió por toda la región de Galilea.

Jesús, como era sábado, entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Su forma de enseñar sorprendió y admiró a la concurrencia. Enseñaba de una forma nueva y con autoridad. De tal manera que el espíritu impuro que poseía a un hombre lo increpó. Jesús destruía el mal. Y Jesús sigue enseñando de una manera nueva. No con sólo con palabras, sino con acciones. Y liberó a aquel hombre del espíritu impuro.
Jesús nos muestra cómo debemos enseñar. Con autoridad, es decir, desde nuestra entrega total. Hablando de lo que creemos profundamente, de lo que llevamos en el corazón, de lo que hacemos. Y sobre todo, haciendo el bien. Ayudando a los demás a desembarazarse del mal. Hablando desde el Amor.
Para enseñar como Jesús debemos amar a los demás. Sólo así podremos penetrar en su corazón. Sólo así ellos se abrirán a nosotros.
Demasiadas veces enseñamos creyéndonos los únicos poseedores de la verdad. Enseñar con autoridad no significa hacerlo con prepotencia, sino hacerlo desde el convencimiento; desde nuestra vida. Entrega y Amor, deben ser las claves de nuestra enseñanza.


sábado, 27 de enero de 2024

NO DUERME

 


Al anochecer de aquel mismo día, Jesús dijo a sus discípulos:
– Pasemos a la otra orilla del lago.
Entonces despidieron a la gente y llevaron a Jesús en la misma barca en que se encontraba. Otras barcas le acompañaban. De pronto se desató una tormenta; y el viento era tan fuerte, que las olas, cayendo sobre la barca, comenzaron a llenarla de agua. Pero Jesús se había dormido en la parte de popa, apoyado sobre una almohada. Le despertaron y le dijeron:
– ¡Maestro!, ¿no te importa que nos estemos hundiendo?
Jesús se levantó, dio una orden al viento y le dijo al mar:
– ¡Silencio! ¡Cállate!
El viento se detuvo y todo quedó completamente en calma. Después dijo Jesús a sus discípulos:
– ¿Por qué tanto miedo? ¿Todavía no tenéis fe?
Y ellos, muy asustados, se preguntaban unos a otros:
– ¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?

El mundo actual es tempestuoso. La Iglesia se mueve en medio de la tempestad. Nos puede dar la impresión, como a los apóstoles, de que Jesús duerme. Pero mientras permanezcamos con Él en la barca, nada debemos temer. Lo peligroso sería desembarazarnos de Él, huir de su presencia. Él no nos abandonará nunca. Las situaciones pueden ser más o menos difíciles, más o menos complicadas; pero Él permanece siempre junto a nosotros y calmará el viento y las olas. Nos llevará a la costa de salvación.
 
"Nunca he pasado una tormenta en el mar. Lo más un poco de olas movidas en una barco de tamaño mediano. No quiero imaginar lo que se tiene que sentir cuando a uno le tocan esas olas y más fuertes subido en una barca y la noche se va cerrando impidiendo ver la costa, el lugar donde uno se puede sentir seguro. Entiendo lo que podían sentir los discípulos en el relato del Evangelio de hoy: miedo del que se agarra al estómago y no te deja ni respirar bien. Era un miedo justificado. Como nos puede pasar a todos tantas veces cuando la vida nos hace pasar por situaciones complicadas. No somos “superman” ni “superwoman”. Somos gente limitada y no siempre contamos con la valentía y los arrestos para enfrentar lo que la vida hace con nosotros. Esto es lo primero que querría decir: entiendo a los discípulos y su cobardía. Me entiendo a mí y a mis hermanos y hermanas cuando nos sentimos cobardes porque el miedo nos atenaza la garganta.
Por eso, es cuestión de despertar a Jesús. No se puede quedar dormido cuando lo estamos pasando mal. Me da lo mismo que se moleste si le despierto. Y hasta que me llame cobarde. No me dice nada nuevo. Precisamente porque me siento lleno de miedo, le estoy llamando.
Pero hay algo más. No le llamo solo porque este lleno de miedo y me sienta cobarde. Le llamo porque creo en él. Hemos llegado a la fe. Sí. Esa es la clave. Creo que él es Jesús, el Hijo de Dios, mi salvador, nuestro salvador. Se que puedo confiar en él. Incluso en el caso de que las olas sigan pegando fuerte contra mi barca. Incluso cuando me parece que no hace nada. En ese caso, creo y, por eso, sigo confiando en él, en su presencia cerca de mí. Repito: aunque no vea que haga nada. Sigo creyendo. Sigo confiando. Sigo pensando que él no va a dejar que mi barca se hunda. Eso es la fe. Por eso sigo adelante, remando y buscando la ruta que me llevará al puerto seguro. En medio de la noche. Sin ver ningún faro. Sigo creyendo. Sigo confiando. Eso es la fe. Porque estoy seguro de que “hasta el viento y las aguas le obedecen”."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

viernes, 26 de enero de 2024

LAS SEMILLAS

 

Jesús dijo también: Con el reino de Dios sucede como con el hombre que siembra en la tierra: que lo mismo si duerme que si está despierto, lo mismo de noche que de día, la semilla nace y crece sin que él sepa cómo. Y es que la tierra produce por sí misma: primero brota una hierba, luego se forma la espiga y, por último, el grano que llena la espiga. Y cuando el grano ya está maduro, se siega, porque ha llegado el tiempo de la cosecha.
También dijo Jesús: ¿A qué se parece el reino de Dios, o con qué podremos compararlo? Es como una semilla de mostaza que se siembra en la tierra. Es la más pequeña de todas las semillas del mundo; pero, una vez sembrada, crece y se hace mayor que cualquiera otra planta del huerto, y echa ramas tan grandes que hasta los pájaros pueden anidar a su sombra
De esta manera les enseñaba Jesús el mensaje, por medio de muchas parábolas como estas y hasta donde podían comprender. No les decía nada sin parábolas, aunque a sus discípulos se lo explicaba todo aparte.

Ayer Jesús enviaba a sus discípulos a proclamar su Palabra por todo el mundo. Hoy nos narra dos parábolas en que compara su Palabra con las semillas.
Nosotros, si somos sus discípulos, también debemos repartir esas semillas a nuestro alrededor.
La primera parábola nos dice que nosotros no somos los que hacemos crecer la semilla, los que hacemos que su Palabra de fruto. Es Él quien la hace fructificar. Nosotros no sabemos como. Nuestra labor es sembrar. Dios hará que fructifique.
La segunda parábola nos quita la idea de creer que debemos hacer grandes cosas. La semilla es como un grano de mostaza. La Palabra no se siembra con grandes acontecimientos, sino con nuestro ejemplo del día a día, con nuestra entrega callada. Eso es lo que producirá una gran planta. 

jueves, 25 de enero de 2024

ANUNCIAR LA PALABRA


Y les dijo: Id por todo el mundo y anunciad a todos la buena noticia. El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea será condenado. Y estas señales acompañarán a los que creen: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán nuevas lenguas; cogerán serpientes con las manos; si beben algún veneno, no les dañará; pondrán las manos sobre los enfermos, y los sanarán.

Jesús envía a sus discípulos a anunciar su Palabra a todo el mundo. Dios es el Dios de todos. No solamente de un pueblo o de unos elegidos. Por eso les pide, y nos pide, que anunciemos su Palabra por todo el mundo.
Él estará con nosotros y nos ayudará. Con Él podremos alejar el mal del mundo. Por desgracia lo queremos hacer solos; por eso no desaparece el mal del mundo.
San Pablo, del que hoy celebramos su conversión, dio su vida anunciando la Palabra a los que no eran judíos. Había salido de Jerusalén hacia Damasco para hacer prisioneros a los cristianos. En el desierto Dios le esperaba y lo hizo caer del caballo, de sus ideas preconcebidas contra los seguidores de Jesús. También nosotros debemos caer de nuestros caballos y aceptar la Palabra. Y con la Palabra, el mandato de anunciarla.  

miércoles, 24 de enero de 2024

¿QUÉ TERRENO SOMOS?



 
Otra vez comenzó Jesús a enseñar a la orilla del lago. Como se reunió una gran multitud, subió a una barca que había en el lago y se sentó, mientras la gente se quedaba en la orilla. Y se puso a enseñarles muchas cosas por medio de parábolas.
En su enseñanza les decía: “Oíd esto: Un sembrador salió a sembrar. Y al sembrar, una parte de la semilla cayó en el camino, y llegaron las aves y se la comieron. Otra parte cayó entre las piedras, donde no había mucha tierra; aquella semilla brotó pronto, porque la tierra no era profunda; pero el sol, al salir, la quemó, y como no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron, de modo que la semilla no produjo grano. Pero otra parte cayó en buena tierra, y creció y dio una buena cosecha: unas espigas dieron treinta granos por semilla, otras dieron sesenta granos y otras cien.”
Y añadió Jesús:
– Los que tienen oídos, oigan
Después, cuando Jesús se quedó a solas, los que estaban cerca de él y los doce discípulos le preguntaron qué significaba aquella parábola. Les contestó: “A vosotros, Dios os da a conocer el secreto de su reino; pero a los que están fuera se les dice todo por medio de parábolas, para que por mucho que miren no vean, y por mucho que oigan no entiendan; a no ser que se vuelvan a Dios y él los perdone.”
Les dijo: “¿No entendéis esta parábola? ¿Cómo, pues, vais a entender todas las demás? El que siembra la semilla representa al que anuncia el mensaje. Hay quienes son como la semilla que cayó en el camino: oyen el mensaje, pero después de haberlo escuchado viene Satanás y les quita ese mensaje sembrado en su corazón. Otros son comparables a la semilla sembrada entre las piedras: oyen el mensaje, y al pronto lo reciben con gusto, pero como no tienen bastante raíz no pueden permanecer firmes; por eso, cuando por causa del mensaje sufren pruebas o persecución, pierden la fe. Otros son como la semilla sembrada entre espinos: oyen el mensaje, pero los negocios de este mundo les preocupan demasiado, el amor a las riquezas los engaña y su deseo es poseer todas las cosas. Todo eso entra en ellos, ahoga el mensaje y no le deja dar fruto. Pero hay otros que oyen el mensaje y lo aceptan y dan una buena cosecha, lo mismo que la semilla sembrada en buena tierra: algunos de estos son como las espigas que dieron treinta granos por semilla, otros son como las que dieron sesenta y otros como las que dieron cien.”

Probablemente todos tenemos un poco de cada terreno. A veces somos pedregal, o estamos llenos de hierbas o dejamos que los pájaros se lleven el grano. Debemos luchar para ser buena tierra y dar buen fruto.

"Dicen que, cuando se sufre un ataque al corazón, hay partes de corazón que quedan necrosadas, como muertas. Ni reciben sangre que les alimente ni son capaces de colaborar al trabajo común de bombear sangre para el resto del cuerpo. Lo mismo podríamos decir del corazón –corazón en otro sentido, naturalmente– de otras personas a las que los golpes que da la vida han sido la causa también de que haya partes de su corazón que queden como muertas, incapaces de sentir afecto. A veces incluso llenas de odio o de rencor o de envidia.
Me gusta pensar que Dios con su palabra de consuelo, de amor y misericordia se parece al sembrador de la parábola que es capaz de derrochar su simiente en las partes de su campo que están llenas de piedras. ¿Se han dado cuenta de que el sembrador no tiene ni de lejos una mentalidad capitalista? Cualquiera le diría que es inútil echar la simientes en las zonas de piedras, en los caminos o en las zarzas. Ahí no va a crecer nada. Eso es tirar el dinero.
Pero el sembrador de la parábola se parece Dios. O quizá habría que decir que es Dios el que se parece al sembrador. No mide mucho los resultados. Su acción, su forma de ser, está dominada por la generosidad, la gratuidad sin medida y sin condiciones, la misericordia, el amor. El sembrador-Dios no pierde nunca la esperanza en que la semilla crecerá y que del suelo más árido, seco e infértil terminará brotando la vida. El sembrador no está buscando resultados. No hace evaluaciones a fin de año para, teniendo en cuenta los resultados de la cosecha, planificar donde tiene que echar la semilla/palabra el año siguiente. Simplemente es así. Y no puede ser de otra manera.
Ahora podemos echar una mirada a las partes necrosadas o heridas de nuestro corazón. Y las podemos mirar con la misma mirada de Dios, con su esperanza y su cariño. Somos sus criaturas. Y más allá de nuestros méritos o deméritos, de nuestras heridas, más allá de los cadáveres que a veces tenemos escondidos en nuestros armarios, está siempre el amor de Dios, su generosidad, su gratuidad sin condiciones, que es capaz –eso es la fe– de hacer brotar la vida allá donde nuestros cálculos y nuestros datos nos dicen que es imposible.
Una ultima nota: esto dicho es válido para nuestros corazones –el mío y el tuyo, estimado lector– y para los de los demás, de todos los demás. Porque todos somos sus hijos amados."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

martes, 23 de enero de 2024

SER SU FAMILIA

 

Entre tanto, llegaron la madre y los hermanos de Jesús, pero se quedaron fuera y mandaron llamarle. La gente que estaba sentada alrededor de Jesús le avisó:
– Tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.
Él les contestó:
– ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, añadió:
– Estos son mi madre y mis hermanos. Todo el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.

Seguir a Jesús es dejarlo todo, incluso la familia. Empezamos a formar parte de una nueva familia. No quiere decir que debamos despreciar nuestra familia de origen, sino que debemos supeditarla a la gran Familia de Dios.
 
"Estamos demasiado acostumbrados a leer el Evangelio. Nos resuenan ya en los oídos las palabras de Jesús. Y las interpretamos de acuerdo con lo que nos han enseñado desde pequeños. Pero, de cuando en vez, conviene hacer el esfuerzo de ponernos en situación, en aquel momento en que Jesús las pronunció, en aquel contexto. Y escucharlas como si fuera la primera vez. Estoy seguro de que las palabras de Jesús en el testo evangélico de hoy nos sonarían de otra manera. Imaginemos a Jesús al que dicen que afuera están su madre y sus hermanos, ¡su familia!. La respuesta de Jesús es tremenda: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” No se queda contento con una afirmación que suena a repudio. Textualmente viene a decir que no les conoce. Más incluso, que no les quiere conocer. Porque él, Jesús, tiene una nueva familia. Son los que le escuchan, el corro de los que están sentados en torno a él. A ellos les mira cuando dice las siguientes palabras: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”.
Repito: hay que hacer el esfuerzo de hacer como si estas palabras resonarán en nuestros oídos por primera vez. No valen interpretaciones como decir que en realidad está haciendo una alabanza mayor a su madre, que no lo es tanto por haberle dado la vida física sino por cumplir la voluntad de Dios. La realidad es que Jesús deja de lado la relación carnal. Diríamos que carece valor para él. Es duro decirlo así pero es lo que Jesús da a entender con sus palabras.
Parece que Jesús quiere decir que en el Reino hay una nueva relación que es más importante que la carnal de madre a hijo o entre hermanos. Los que cumplen la voluntad de Dios de trabajar por la justicia y la fraternidad constituyen una nueva familia. Es la verdadera familia. Porque Dios, el libertad, el autor de la vida, el padre de todos, es el centro de esa familia. Todo lo demás queda en suspenso, hay que dejarlo atrás. Porque lo nuevo, el Reino, impone su ley. No valen componendas ni atajos. No vale espiritualizar las palabras de Jesús. Lo que vale es seguirle y entrar en la dinámica del Reino, de la verdadera fraternidad de los hijos e hijas de Dios que no excluye a nadie. Y donde el lazo de unión es ese “cumplir la voluntad del Padre” que quiere la vida de todos sus hijos."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

lunes, 22 de enero de 2024

DEMONIZAR AL OTRO

  

También los maestros de la ley que habían llegado de Jerusalén decían: “Beelzebú, el propio jefe de los demonios, es quien ha dado a este hombre poder para expulsarlos.”
Jesús los llamó y les puso un ejemplo, diciendo: “¿Cómo puede Satanás expulsar al propio Satanás? Un país dividido en bandos enemigos no puede mantenerse, y una casa dividida no puede mantenerse. Pues bien, si Satanás se divide y se levanta contra sí mismo, no podrá mantenerse: habrá llegado su fin.
“Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y robarle sus bienes, si antes no lo ata. Solamente así podrá robárselos.
“Os aseguro que Dios perdonará a los hombres todos los pecados y todo lo malo que digan; pero el que ofenda con sus palabras al Espíritu Santo no tendrá perdón, sino que será culpable para siempre.”
Esto lo dijo Jesús porque afirmaban que tenía un espíritu impuro.

Es un mecanismo de defensa. Demonizar al otro. Aquel que no piensa como nosotros, que nos ofrece una forma de vivir diferente, que nos cuestiona...lo demonizamos y nos quedamos tan tranquilos. En vez de analizar, de mirarnos a nosotros mismos y buscar la parte de razón que tienen, como los escribas, decimos que tiene el demonio, que es malo y lo rechazamos.
 
"Hay formas de reaccionar ante Jesús que se ven con mucha claridad en los Evangelios. En realidad, son formas que tenemos las personas de defendernos ante lo que consideramos que puede ser una amenaza para nuestra tranquilidad y comodidad. Aquellos estímulos, ideas, sugerencias o planteamientos que vienen de fuera, de otras personas, y que nos obligan a cambiar algo en nuestra vida, en nuestra forma de hacer las cosas o de pensar, nos ponen nerviosos, nos sacan de nuestras casillas, que es donde nos gusta estar porque como en casa no se está en ningún sitio.
Entiendo que algo así es lo que les pasa a los escribas del Evangelio. Delante de ellos tenían a Jesús que se expresaba con libertad y reinterpretaba la ley sin atenerse a la letra sino desde su experiencia de Dios como padre de misericordia. Escuchar a Jesús implicaba inevitablemente replantearse sus propias opiniones. Quizá incluso reconocer que estaban equivocados y que habían terminado por convertir al Dios que había liberado al pueblo de la esclavitud de Egipto en un Dios fiscalizador que observaba con lupa cada uno de nuestros actos y ante el que había que cumplir la letra de la ley (aunque no importaba demasiado si se cumplía con el espíritu de esa misma ley). Y la vida de los buenos judíos se había convertido en una pequeña tortura donde cada momento del día estaba regido por innumerables normas. Y el quebrantamiento de la más mínima de esas normas suponía ser infiel a Dios. Y arriesgar la condenación.
Por eso era mucho más cómodo decir que Jesús estaba poseído por un demonio. Los escribas podían seguir a lo suyo, a lo de siempre. No se veían obligados a cambiar nada de lo que hacían. Podían seguir en sus casillas. Habían matado al mensajero. Más adelante lo matarían también físicamente.
Para nosotros la cuestión es simple: ¿Estamos dispuestos a escuchar a Jesús y que nos saque de nuestras casillas tan cómodas y confortables?"
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)

domingo, 21 de enero de 2024

EMPEZÓ A LLAMAR A SUS DISCÍPULOS

  


Después que metieron a Juan en la cárcel, Jesús fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte de Dios. Decía: “Ha llegado el tiempo, y el reino de Dios está cerca. Volveos a Dios y aceptad con fe sus buenas noticias.”
Paseaba Jesús por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano Andrés. Eran pescadores y estaban echando la red al agua. Les dijo Jesús:
– Seguidme, y os haré pescadores de hombres.
Al momento dejaron sus redes y se fueron con él.
Un poco más adelante, Jesús vio a Santiago y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca reparando las redes. Al punto Jesús los llamó, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con sus ayudantes, se fueron con Jesús.

"El Evangelio de hoy es el anuncio de que comienza algo nuevo. Y es nuevo por varias razones. Suena una voz diferente, después de las palabras preparatorias de Juan el Bautista.
El caso es que Israel no había escuchado la voz de Dios, expresada en los profetas. Ni antes ni después del Bautista. Sin embargo, los ninivitas, a pesar de la desgana con que Jonás habla – con menos palabras no se puede decir, y eso después de la espantada y hundimiento del barco en el que escapaba – cambian, se arrepienten y se vuelven a Dios, desde el rey hasta el último de los servidores. Se ve que los israelitas eran torpes para entender a los profetas. Estaban bloqueados, tenían cerrados los corazones. Y algunos paganos, no tanto.
Lo que le pasó a Jonás puede ser lo que nos pasa a nosotros, a menudo. Muchos se imaginan a Dios como un juez severo, vengador, que castiga a los malos con rayos celestiales y premia a los buenos. Ver que Dios es compasivo, cambia de opinión cuando se arrepienten los habitantes de Nínive no le sentó muy bien al profeta. Se le olvidaba que el Dios de Jesús no es como él quería. Es un Dios que no tiene enemigos, solo hijos extraviados, a los que buscar y atraer con su amor, para que no pequen más y sean santos, o sea, felices.
Al igual que Jonás, san Pablo se dedicó a las cosas de Dios. Fue una persona que valoraba mucho todo lo humano. Se preocupaba por las relaciones familiares, por la situación de los niños, de los esclavos, de las mujeres… Pero más se preocupaba por las relaciones con Dios. Lo que Pablo quiere es que los creyentes valoren las realidades del mundo como lo que son, importantes, sí, pero no eternas. El peligro de esas realidades mundanas es que se transformen en absolutas. Dejan de ser estructuras útiles, para convertirse en ídolos, que desvían el corazón del hombre de Dios, y le hacen perder el sentido de la vida. Porque todo es relativo, en relación a Dios. Hasta lo más querido. Ojo. Que nadie está libre de estas idolatrías.
Decimos adiós a Juan Bautista, el último gran profeta del Antiguo Testamento, que desaparece de la escena. Y toma el relevo Jesús, que comienza con un estilo completamente nuevo. Invita, sí a la conversión, pero viene dando una «Buena Noticia». No es un tono de amenaza, sino de alegría. Escuchamos la primera frase de Jesús, “se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios. Arrepentíos y creed en el Evangelio”. En esa frase, resume todo su mensaje.
Porque se ha cumplido el tiempo: ya no hay que esperar más señales ni respuestas del cielo. Ya mismo, hoy, en este momento entra en acción la presencia de Dios en medio de nuestro mundo, en medio de nuestra vida, en medio de nuestras cosas. Dios ya no se encuentra sólo en el templo: anda por nuestros caminos, por nuestros lagos, entre nuestras redes. Podemos, por lo tanto, sabernos y sentirnos acompañados por Dios cada día, y cada minuto.
Dios ya ha empezado a hacer de las suyas: Dios ha comenzado a convertir este mundo en otro, que eso es el Reino de Dios. No es esperar algo para el más allá, sino «ir más allá» de como las cosas vienen siendo desde siempre. Es descubrir que Dios Padre interviene para hacer sentir toda la fuerza de su amor, sus preferencias, sus sueños para nuestro mundo.
Para ser parte de este Reino, hay que tener fe. Es lo que mueve a las personas a la conversión, saber que el cambio va a ser a mejor, para ser mejor persona. Decía san Juan Bosco que “ser bueno no consiste en no cometer ninguna falta, sino en saber enmendarse”. Seguir adelante, con fe, a pesar de las caídas.
Y convertirse no es solo intentar vivir como Dios quiere, sino que implica también variar la forma de ver a Dios, al hombre, al mundo e incluso la historia. Recordar que Dios es un Padre bueno, no un juez justiciero. Que trata a todos por igual, independientemente de cómo nos caigan. Para Marcos, la noticia de la llegada del Reino de Dios se presenta como una novedad que da esperanza. Todos pueden aceptar esa invitación a la conversión. Hasta el mayor pecador del mundo. Porque para Dios, ese pecador empedernido es también su hijo.
Es Jesús el que elige a sus colaboradores. No era lo usual. Los discípulos de los rabinos elegían ellos mismos a su maestro. Se ve que la mirada de Jesús tenía algo que encandilaba, despertaba la fe, la confianza. Te miraba y te transformaba. Era una mirada de esperanza y amor. Era la mirada que dice “te conozco, te necesito, quiero que seas parte de este proyecto de construcción del Reino”.
¿Por qué a mí? El elegido siente que no hay razones para esa elección. Jesús no busca a gente de los buenos, los cumplidores, los admirados. No va al templo, ni a las sinagogas. Se va al lago de Galilea. Busca a la gente en medio de sus ocupaciones cotidianas. Y hace una invitación. “¿Por qué no dejas lo que estás haciendo, tus lugares de siempre, tus compañeros de siempre, tus horarios de siempre…, y te vienes a hacer otra cosa? Vamos a emplear el tiempo, el trabajo, las energías en las personas. Que otros se ocupen del pescado y de las redes. Tú y yo vamos a hacer algo mejor”.
Todo eso pasa a un segundo plano, porque hay que tomar una decisión. Ya lo dice Jesús al comienzo: Convertíos y creed en la Buena Noticia. Es decir: no se puede permanecer indiferente ante esta llamada urgente. Así que ahora mismo, hoy, en este día de domingo: ven a recorrer conmigo los caminos del Evangelio. Pero, ¿ahora? Sí. Sin retrasos. No le interesan los que quieren todo tipo de explicaciones, antes de dejar sus «peces y sus barcos». Ni le hacen falta los que se quedan mirando para atrás. Ni quiere saber nada de los que le ponen condiciones: «déjame que antes vaya a ...». Es decir: no puedes dejar pasar este día sin dar una respuesta en serio y definitiva. Todo debe ser sacrificado si es un impedimento para la nueva vida a la que Cristo te llama.
Se trata de trabajar en lo mismo que Jesús: hacer que este mundo sea otro, donde haya más fraternidad, más justicia, más paz, más corazones limpios, más perdón, más servicio, más generosidad, más pan para todos, más... Podíamos añadir más cosas, pero pienso que, por hoy, es suficiente. Una llamada apremiante a hacer las cosas de otro modo, con otros y siempre en compañía de Jesús. Y, por favor, no pensemos que este Evangelio está dirigido especialmente a «curas, monjas o religiosos». Estos son formas de responder al que algunos se sentirán llamados. Pero desde luego no son las únicas. Cada uno tiene su misión en la Iglesia. Este Evangelio va dirigido directamente a ti, y pide «moverse», salir de la orilla, de las redes y de las barcas de siempre. Pídele a Dios que te enseñe sus caminos, como hemos repetido en el salmo. Porque son caminos de paz, alegría y salvación."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)

sábado, 20 de enero de 2024

LO TOMABAN POR LOCO

 

 Después entró Jesús en una casa, y se juntó de nuevo tanta gente que ni siquiera podían comer él y sus discípulos. Al saber que estaba allí, los parientes de Jesús acudieron a llevárselo, pues decían que se había vuelto loco.

Seguir a Jesús con todas nuestras fuerzas nos acarreará, seguramente, incomprensión. Sobre todo si este seguimiento nos lleva a rechazar lo "correcto" socialmente. Lo supieron bien la mayoría de los Fundadores de Congregaciones Religiosas, a los que se les persiguió, incluso por los estamentos religiosos. Seguir a Jesús no es fácil...

"En la vida hay días donde parece que todo va adelante, y otros donde todo parecen dificultades. Así sería también la vida de Jesús.
Hoy el pasaje evangélico nos narra un episodio paradójico: en medio de su actividad inicial, después de sus primeros signos y de haber instituido su grupo de amigos y colaboradores más estrechos, la familia de origen de Jesús no entiende lo que hace, desaprueban su acción y se lo quieren llevar con ellos.
Aunque no se especifica qué miembros de la familia eran, podemos pensar que desde la concepción de familia extensa de la época, podría haber primos u otras personas con otros grados de parentesco, junto con María, la madre de Jesús. No es la primera vez que se nos dice que a María le cuesta entender: en el relato de Jesús perdido y hallado en el templo, a la edad de 12 años, Jesús le recuerda que Él debe “estar en las cosas de su Padre”. Y al final de su vida, María sigue sin entender del todo, aunque no por ello dejará de estar “al pie de la cruz”.
A partir de este episodio breve, que continuará con la oposición de los escribas y una respuesta de Jesús que incluye una precisión sobre quiénes son “su madre y sus hermanos”, podemos extraer algunas claves para nuestra vida.
En primer lugar, que las cosas de Dios no son fáciles de comprender ni de encajar a la primera. Porque el Señor no se queda en las apariencias, sino que ve el corazón. También estamos llamados a ir más allá de lo aparente, buscando el sentido de lo que vemos en la realidad y en los otros, antes de dar un juicio definitivo, y buscando orientar nuestra vida desde el querer de Dios.
En segundo lugar, la familia de origen es importante, como raíz de la vida y como “iglesia doméstica” donde muchos empezamos a conocer y a querer al Señor. A la vez, los cristianos tenemos una familia más amplia y más importante: “la gran familia de los hijos de Dios”, formada por quienes creemos en Dios y buscamos su Reino, y llamada a llegar a todos, uniendo a toda la humanidad más allá de edades, razas o clases sociales.
Y por fin, el amor a Dios sobre todas las cosas puede llevarnos a conflictos con nuestra familia de origen o con otras convenciones sociales, por muy “políticamente correctas” o mayoritarias que sean. La fidelidad de Jesús a la voluntad de Dios, más allá de la incomprensión por parte de su familia o de la oposición abierta de muchos, es luz para iluminar los conflictos de nuestra vida y de confiarnos a su Espíritu para seguir caminando en fidelidad."
(Luis Manuel Suárez cmf, Ciudad Redonda)