Yo os amo como el Padre me ama a mí; permaneced, pues, en el amor que os tengo. Si obedecéis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os hablo así para que os alegréis conmigo y vuestra alegría sea completa. Mi mandamiento es este: Que os améis unos a otros como yo os he amado. No hay amor más grande que el que a uno le lleva a dar la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho. Vosotros no me escogisteis a mí, sino que yo os he escogido a vosotros y os he encargado que vayáis y deis mucho fruto, y que ese fruto permanezca. Así el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre. Esto es, pues, lo que os mando: Que os améis unos a otros.
En el evangelio de hoy podemos unir todos los últimos comentarios que hemos hecho. Jesús nos muestra la importancia del Amor y cómo, solamente a través de ese Amor, podemos conocer a Dios.
"Lo que Jesús proclamó, lo que Juan, Pedro y tantos otros anunciaron, entonces, puede no ser original, pero sí fue original la forma de anunciarlo. Llevando ese amor hasta la entrega en la cruz Cristo, hasta el martirio los apóstoles, por amor. Siguiendo la voluntad del Padre, siempre. Respondiendo a lo que Dios quiere de nosotros, para ser felices. Porque si aceptamos esa misión, nos convertimos en “otros Cristos” y, a través de nosotros, es Él el que sana, ama, consuela y llena de paz. Unidos a Él, como el sarmiento a la vid, portadores de alegría y de paz.
Si lo pensamos bien, a nuestro alrededor hay muchas cosas que nos prometen esa paz y esa alegría. Pero pasan pronto. Más que hacernos crecer como personas, lo que la sociedad nos ofrece, en muchas ocasiones, solo fomenta el egoísmo, la búsqueda del placer y la autosatisfacción. Es atrayente, por supuesto, pero todas esas son alegrías efímeras, pasajeras. La auténtica alegría, la que da Jesús, se puede medir con la vara de la prueba. En los malos momentos, a pesar de las dificultades, el creyente puede mantener la paz y sentirse alegre, por está cumpliendo la voluntad de Dios. Como los mártires, que pudieron morir contentos, porque morían por Cristo.
Sin llegar hasta el martirio, intentar cumplir los Mandamientos puede ser difícil, incluso doloroso, si nos lo tomamos en serio. Es que muchas cosas están en contra. Pero Jesús está a nuestro favor. Porque somos sus amigos, no sus siervos. Tenemos una comunión de vida con Jesús, no nos pide nada a cambio de haber dado la vida por nosotros. Y ahí está nuestra fuerza. Tenemos un aliado incansable en nuestro caminar por la vida.
Para poder hablar de paz, amor y alegría a los demás, es necesario sentir primero esa paz, ese amor y esa alegría en el corazón de cada uno, primero, y en nuestras comunidades, después. Solo si en nuestros grupos se practica la escucha, el perdón, la acogida, la tolerancia, podremos anunciar al mundo entero la Buena Nueva de Cristo. “Quien no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). Y todo eso deriva de la experiencia de amistad con Cristo. Que sea nuestro confidente, que sintamos su apoyo y que nos mueva a amar, testimoniar y entregarnos a Él más y más cada día."
(Alejandro Carbajo cmf, Ciudad Redonda)
Un petó. Gràcies
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