miércoles, 26 de julio de 2017

CULTIVAR AMOR


"Aquel mismo día salió Jesús de casa y fue a sentarse a la orilla del lago. Como se reunió mucha gente, subió Jesús en una barca y se sentó, mientras la gente se quedaba en la orilla. Y se puso a hablarles de muchas cosas por medio de parábolas. Les dijo:
- Un sembrador salió a sembrar. Y al sembrar, una parte de la semilla cayó en el camino, y llegaron las aves y se la comieron. Otra parte cayó entre las piedras, donde no había mucha tierra; aquella semilla brotó pronto, porque la tierra no era profunda; pero el sol, al salir, la quemó, y como no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron. Pero otra parte cayó en buena tierra y dio una buena cosecha: unas espigas dieron cien granos por semilla, otras dieron sesenta y otras treinta. Los que tienen oídos, oigan."

Las parábolas, y concretamente esta del sembrador, son tan conocidas, que corremos el peligro de pasar por encima de ellas sin meditarlas.
Reflexionaremos hoy sobre la parábola del sembrador, considerando que la semilla que Dios quiere que arraigue en nuestro corazón para dar mucho fruto, es el amor.
Dios reparte amor a todos por igual. El que arraigue o no en nosotros depende de nuestro corazón. Si nuestro corazón no está atento, vendrá cualquiera y se llevará el amor, sin que nosotros nos demos cuenta.
Si no cuidamos el amor cada día y lo dejamos que brote, pero no hacemos nada para que crezca, morirá pronto quemada por los problemas.
Si el amor lo rodeamos de nuestro egoísmo, lo utilizamos como posesión del otro y no dejamos crecer, ni ser ellos mismos a los que amamos, nuestro ego lo ahogará. Creeremos amar a los otros, y, en realidad, sólo nos amaremos a nosotros mismos.
Es en un corazón bueno, abierto, libre de egoísmos, donde crecerá el amor con toda su fuerza y dará mucho fruto. 

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