"Os aseguro que vosotros lloraréis y estaréis tristes, mientras que la gente del mundo se alegrará. Sin embargo, aunque estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en alegría. Cuando una mujer va a dar a luz, se angustia, porque le ha llegado la hora; pero cuando ya ha nacido la criatura, la madre se olvida del dolor a causa de la alegría de que un niño haya venido al mundo. Así también, vosotros os angustiáis ahora, pero yo volveré a veros y entonces vuestro corazón se llenará de alegría, de una alegría que nadie os podrá quitar.
Aquel día ya no me preguntaréis nada."
Jesús compara nuestra alegría con la de la madre que acaba de dar a luz. En ese momento olvida todos los sufrimientos anteriores. Nuestra alegría es a pesar de las dificultades, porque el amor de Dios nos rodea.
Koinonía nos hace la siguiente reflexión:
"La alegría que trae Jesús no conoce fin. Nadie la
puede quitar. Esa es la promesa que el Crucificado-Resucitado da a los que
entran en una relación existencial con él. Esto es muy importante. No se
puede ser cristiano si no se tiene una relación profunda con el Señor Jesús
muerto, en la Cruz del calvario y Resucitado por el amor de Dios Padre. Esa
alegría nadie la puede arrebatar. Esta promesa es bellísima porque es en
esta dimensión donde debemos potenciar la vida, el pensamiento y los
sentimientos de un creyente en Jesucristo. Dejemos que sea la alegría del
Crucificado-Resucitado la que llene nuestra vida. Pero para que eso suceda
hemos de abrir un espacio a Dios para que sea él quien haga la obra en
nosotros. No es una tarea fácil. Es cierto que nos resistimos a dejarnos
tocar por Dios. Son muchas las resistencias que aparecen permanentemente en
nuestras vidas. Pero Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, es el único
que puede hacer que la alegría de su Hijo se encienda en nosotros."
I EL VOSTRE COR S'OMPLIRÀ D'ALEGRIA. PARE NOSTRE
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