Llegó agotado y sin nada. Tras aceptar la frugal comida del anciano y su discípulo se quejó:
- No tengo nada. Trabajo en mil cosas que apenas me dan para vivir. ¿Por qué este mundo es tan injusto?
El Anacoreta le dijo:
- Mira. Las personas más infelices que me han visitado tenían muchas riquezas. Y es que estas nos hacen insaciables. Cada vez queremos tener más. Acabamos por convertirnos en esclavos de la riqueza. Y el dinero sólo puede comprar lo que se vende. Y la felicidad no tiene precio.
Guardó unos momentos de silencio y concluyó:
- Claro que hay que desterrar la miseria de este mundo. Todo el mundo debería tener lo necesario para vivir. Y esto es menos de lo que creemos. Todo lo que tenemos de más, alguien lo tiene de menos...
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