Todos necesitamos momentos de soledad. Momentos en los que nos encontramos con nosotros mismos y cambia totalmente nuestra percepción de las cosas. Desde los primeros siglos del cristianismo aparecieron los solitarios, anacoretas, ermitaños...En la soledad buscaban a Dios. Allí encontraban su verdadero yo, su interior, su corazón... Y allí estaba Dios.
Pero no todas las soledades son buenas. Hay soledades no buscadas, que nos hacen infelices. Personas que viven solas, porque ya nadie piensa en ellas. Personas que pueden estar rodeadas de mucha gente, como los sin techo, y sin embargo sentirse profundamente solas. Y no hay pobreza más grande que la soledad de la persona que no se siente querida.
Hay gente, gracias a Dios, que busca a esas personas y dedica su tiempo a ellas, a amarlas, a hacer que no se sientan solas. Ejemplos serían la Comunidad de San Egidio, Els Amics de la Gent Gran (Amigos de las personas mayores) o el Teléfono de la Esperanza.
Miremos a nuestro alrededor y no permitamos que, junto a nosotros, exista una persona que se sienta sola.
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