"El mundo existe para todos, porque todos los seres humanos nacemos en esta tierra con la misma dignidad. Las diferencias de color, religión, capacidades, lugar de nacimiento, lugar de residencia y tantas otras, no pueden anteponerse o utilizarse para justificar los privilegios de unos sobre los derechos de todos. Por consiguiente, como comunidad estamos conminados a garantizar que cada persona viva con dignidad y tenga las oportunidades adecuadas a su desarrollo integral". (Fratelli Tutti, 118)
Lo que nos dice el papa francisco en este texto nos parece obvio. Pero si miramos a nuestro alrededor, nos damos cuenta que está muy lejos de cumplirse. No sólo por el hecho de vivir en un continente o en un país u otro. Sino que, dentro de una misma ciudad o población, las diferencias pueden ser abismales.
Una de las cosas que me gustan de mi colegio, es ver sentados en la misma clase, alumnos dependientes de los servicios sociales, alumnos de necesidades especiales y alumnos que llamamos, incorrectamente, "normales". Además hay algo que es palpable. Las diferencias las creamos los adultos. Los niños no rechazan a nadie. Acogen a aquellos que llegan sin conocer ni catalán ni castellano, haciendo que se integren rápidamente en el grupo.
Somos los adultos los que por motivos ideológicos, económicos, religiosos... creamos las diferencias.
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