El adolescente confesó al Anacoreta, que cada vez creía menos. Que veía a Dios como algo imaginario y que no casaba con el mal que reinaba en el mundo.
El anciano miró con ternura al muchacho y le dijo:
- Sólo hay una puerta de acceso a Dios: el amor.
Ante la mirada de interrogación del adolescente, siguió:
- Es a través del amor, de la entrega a los demás, que llegamos a Dios.
El muchacho movió la cabeza mientras decía:
- Pues yo conozco personas que lo dan todo para salvar a los inmigrantes en el Mediterráneo; que se van a lugares remotos a curar enfermos, a dar de comer a gente que no tiene nada, o que trabajan por la gente que vive en la calle de las ciudades y dicen que no creen en Dios.
Sonrió el Anacoreta y, luego, mirando a los ojos del adolescente, dijo:
- Y a esos el Padre los recibirá con los brazos abiertos. Mientras que a otros que se les llena la boca de Dios los mirará con severidad. ¿No conoces el fragmento del Evangelio que nos habla del Juicio Final? Los que fueron aceptados por el Padre son los que habían dado de comer, vestido, acogida...a los hombres, sin saber que lo hacían a Dios.
Hizo una pequeña pausa y concluyó:
- El gran error que cometemos es diferenciar el amor de Dios del amor al prójimo. Créeme, ama a los demás y amarás a Dios...
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