En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: "Effetá", esto es: "Ábrete". Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: "Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos."
"En el evangelio de hoy, Jesús cura a un sordomudo simbolizando a quienes se cierran al proyecto de Dios, haciéndose sordos para no escucharlo y mudos para no anunciarlo. Jesús sabe que no es suficiente con la imposición de manos; llevándolo aparte, necesita tocar lo atrofiado. Es necesaria la toma de distancia de la comodidad, de la indiferencia, para escuchar la voz de Dios y anunciar esas buenas noticias de liberación. La indiferencia y el silencio de muchos frente a estructuras de muerte son mayores que los esfuerzos de quienes alzan su voz contra las injusticias. El mismo Jesús que «hizo oír a los sordos y hablar a los mudos». hoy reclama el silencio de muchos cristianos y la poca capacidad que tienen de involucrarse en compromisos comunitarios transformadores. Como creyentes no podemos caer en la cultura de la exclusión. Como Jesús, debemos salir al encuentro de quienes necesitan ser liberados. ¿Escuchamos la voz de Dios en el clamor de los empobrecidos? ¿Qué acciones concretas acompañan nuestra respuesta a Dios? ." (Koinonía)
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