Los fariseos se reunieron al saber que Jesús había hecho callar a los saduceos. Uno de aquellos, maestro de la ley, para tenderle una trampa le preguntó:
– Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?
Jesús le dijo:
– ‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.’ Este es el más importante y el primero de los mandamientos. Y el segundo es parecido a este: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ De estos dos mandamientos pende toda la ley de Moisés y las enseñanzas de los profetas.
Amar y amar. Esa es la forma, según Jesús, de cumplir los mandamientos. Amar a Dios y amar al prójimo. Lo segundo implica también amarnos a nosotros, pero no sólo a nosotros. Este es el camino para conseguir el Reino en la tierra.
"Cuando se tiene una ley con 613 normas, como tenían los judíos en la Torá, es normal que las personas se preocupen por poner un poco de orden y saber cuál es la ley más importante. Diría que en la Iglesia nos pasa un poco lo mismo. También tenemos muchas normas entre mandamientos de la ley de Dios, mandamientos de la Iglesia y cánones del Código de Derecho Canónico (son nada más y nada menos que 2414 en la última edición). Es decir, que podemos asumir como nuestra la preocupación de aquel fariseo por saber cuál de todos aquellos mandamientos era el principal.
Jesús no tiene duda en responder. Todo se resume en dos mandamientos, que contienen la ley entera: Amar a Dios y amar al prójimo. Y ya está. No hay más que hablar.
O sí. En realidad hay mucho que hablar. Lo primero es que nos podemos preguntar qué es eso de amar a Dios. O mejor, ¿cómo se expresa el amor a Dios? Leyendo y releyendo el Evangelio se entiende con facilidad, y así lo han entendido tantos y tantas a lo largo de la historia del cristianismo, que ese amor a Dios se expresa precisamente en el amor al prójimo. Nada que ver con muchas oraciones ni muchas celebraciones ni muchos cánticos ni muchas horas pasadas de rodillas. Si todo eso no nos lleva a amar a nuestro hermano o hermana, a estar cerca del que sufre de cualquier manera, todo son actos inútiles y sin sentido. Puras evasiones que es posible que tranquilicen nuestra mente pero que ciertamente no tienen nada que ver con el Evangelio.
Amar a Dios es (expresando identidad en el sentido más fuerte posible) amar al hermano. Y eso se hace… amando: preocupándose de una manera eficaz y realista por su bien. Porque amar es mucho más que un sentimiento. Es la cercanía atenta al hermano o hermana en sus necesidades concretas, ya sea hambre, justicia, enfermedad, libertad… Amar es sentir con el hermano y hacer nuestras sus preocupaciones y dolores. Y caminar con él, juntos, de la mano, para hacer el camino del Reino. Y así hacer presente en nuestro mundo el amor de/a Dios."
(Fernando Torres cmf, Ciudad Redonda)
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