¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que cerráis a todos la puerta del reino de los cielos. Ni vosotros entráis ni dejáis entrar a los que quisieran hacerlo.
¡Ay de vosotros, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que recorréis tierra y mar para ganar un adepto, y cuando lo habéis ganado hacéis de él una persona dos veces más merecedora del infierno que vosotros mismos.
¡Ay de vosotros, guías ciegos!, que decís: ‘El que hace una promesa jurando por el templo no se compromete a nada; el que queda comprometido es el que jura por el oro del templo.’ ¡Estúpidos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro o el templo por el que el oro queda consagrado? También decís: ‘El que hace una promesa jurando por el altar no se compromete a nada; el que queda comprometido es el que jura por la ofrenda que está sobre el altar.’ ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar por el que la ofrenda queda consagrada? El que jura por el altar, no solo jura por el altar sino también por todo lo que hay encima de él; y el que jura por el templo, no solo jura por el templo sino también por Dios, que vive allí. Y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por Dios mismo, que se sienta en él.
Estos tres primeros días de la semana leeremos textos muy duros contra los maestros de la ley y los fariseos. Jesús los acusa de hipocresía, de llevar una doble vida, de decir una cosa y hacer otra.
Es curioso que, Jesús que se muestra misericordioso y manso de corazón, aparezca con esta dureza frente a los que "teóricamente" eran las personas más religiosas de Israel.
Lo que Jesús no tolera es la falsedad y la hipocresía. Al sencillo y humilde, por pecador que sea le tiende siempre su mano salvadora.
Pero no pensemos que estas palabras las dirige solamente a los de su tiempo. Su Palabra se dirige también a nosotros. Debemos reflexionar, sobre todo aquellos que decimos ser sus seguidores más cercanos, sacerdotes y religiosos, si nuestra vida concuerda con nuestras palabras. Si obramos por Amor o para aparentar y tener prestigio y poder. Si ponemos cargas pesadas a los demás y nosotros ni las tocamos.
Todos somos pecadores, todos necesitamos el perdón de Dios. Presentémonos ante los demás tal como somos, sin doblez ni hipocresía.
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