miércoles, 9 de agosto de 2023

EL ACEITE DEL AMOR

 


El reino de los cielos podrá entonces compararse a diez muchachas que, en una boda, tomaron sus lámparas de aceite y salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no tomaron aceite de repuesto; en cambio, las previsoras llevaron frascos de aceite además de las lámparas. Como el novio tardaba en llegar, les entró sueño a todas y se durmieron. Cerca de medianoche se oyó gritar: ‘¡Ya viene el novio! ¡Salid a recibirle!’ Entonces todas las muchachas se levantaron y comenzaron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dadnos un poco de vuestro aceite, porque nuestras lámparas van a apagarse.’ Pero las muchachas previsoras contestaron: ‘No, porque entonces no alcanzará para nosotras ni para vosotras. Más vale que vayáis a donde lo venden y compréis para vosotras mismas.’ Pero mientras las cinco muchachas iban a comprar el aceite, llegó el novio; y las que habían sido previsoras entraron con él a la fiesta de la boda, y se cerró la puerta. Llegaron después las otras muchachas, diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’ Pero él les contestó: ‘Os aseguro que no sé quiénes sois.’
Permaneced despiertos – añadió Jesús –, porque no sabéis el día ni la hora.


   Jesús nos invita a las Bodas de su Reino. Debemos tener nuestras lámparas encendidas. Él debe iluminar nuestro corazón. El Amor es el combustible que hace arder la llama de nuestras lámparas. Como no sabemos cuando llegará, debemos estar siempre apunto. Sólo si el Amor enciendo nuestros corazones, sólo si nuestra vida es una entrega contínua a los demás, a los más desfavorecidos, a los sencillos, podremos entrar en el Reino.

"La vida se puede ir viviendo de múltiples maneras, ¿no te parece?
Hay quien vive lúcidamente; hay quien más que vivir, los días le viven; hay quien se deja llevar, hay quien se ha instalado en la finitud y no se pregunta, ni se cuestiona, ni se inquieta…
La conciencia del origen y del destino; la vivencia del de dónde y hacia dónde; la persuasión de a quién pertenezco y quién me espera… tienen -en la vivencia de la fe- una densidad importante.
Tomarse en serio la vida es, en el sentido del camino de la fe, saber que voy construyendo lo que anhelo para el final; que voy generando la plenitud a la que aspira y la que anhela el corazón y el alma creyente.
En cristiano, ni tu ni yo caminamos dejados de la mano, peregrinos sin norte y brújula, nómadas solitarios… Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida; que es Señor de la gloria y la victoria, anda a nuestro lado, revestido de caminante de Emaús, por todos los senderos y veredas, también por las cañadas oscuras de la incertidumbre, del desconsuelo, de la precariedad…
Él, ha puesto en el buzón de nuestros corazones la invitación al acontecimiento decisivo de plenitud: la gran Boda (donde quedarán definitivamente saciados nuestros anhelos, colmados nuestros sueños, plenificadas todas nuestras realizaciones).
Esa invitación es la que caldea el corazón y lo hace arder en deseo.
Esa invitación y la certeza de ser también destinatario de ella, es la que moviliza los recursos de la esperanza, y activa el compromiso de estar despierto, de espabilarse cuando llega la “modorra”.
Esa invitación, acogida como don, es la que permite sacar de dentro el aceite preciso para mantener -todo cuanto sea necesario- la dichosa espera.
La invitación es personal, es única, intransferible.
La fidelidad nadie la puede alimentar por ti; aunque el testimonio fiel de los demás te inspire y te ayude.
La esperanza nadie la puede cultivar sustituyéndote a ti.
Yo quiero irme de Boda con Él, discreto caminante en este entretiempo.
Que me arda en el corazón su invitación: ese es mi anhelo."
(Juan Carlos Rodríguez cmf, Ciudad Redonda)

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