También entonces llegaron algunos fariseos, a decirle a Jesús:
– Vete de aquí, porque Herodes te quiere matar.
Él les contestó:
– Id y decidle a ese zorro: ‘Mira, hoy y mañana expulso a los demonios y sano a los enfermos, y pasado mañana termino.’ Pero tengo que seguir mi camino hoy, mañana y al día siguiente, porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, pero no quisisteis! Pues mirad, vuestro hogar va a quedar desierto. Y os digo que no volveréis a verme hasta que llegue el tiempo en que digáis:
‘¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!’
A Jesús le advierten que Herodes lo quiere matar. Jesús, sabe que ha de morir en Jerusalem. No le afectan las amenazas. Sigue su camino porque sabe que ha de cumplir su misión. Se lamenta ante Jerusalem porque no cree en Él, porque no acepta su protección. Nosotros debemos seguirlo y anunciar su Palabra a todo el mundo.
Nosotros también debemos cumplir nuestra misión, por dura que sea.
"Vivimos tiempos difíciles, donde cada día nos desayunamos con malas noticias: corrupción, guerras, amenazas de destrucción, violencia, desmoralización general, robo de identidad. Cada día tenemos la opción de caer en el desánimo, la amargura, el resentimiento, o el recurso a la violencia para sacudirnos de encima el mal. Nadie nos podría culpar. A veces el sentimiento de impotencia es tan grande, que no parece que merezca la pena resistir. Por eso es consolador hoy escuchar que hay una “armadura” para resistir el día malo. No es una armadura barata, ni de hojalata. Esa no serviría. Es la armadura de Dios y se trata, nada más y nada menos, que de la Cruz. Símbolo de escándalo y debilidad, la cruz es lo más poderoso que tenemos los cristianos. La Cruz implica una confianza absoluta en la victoria pese a todas las apariencias externas y todas las dificultades enormes a las que nos enfrentamos.
A Jesús le aconsejaban que dejara su misión porque era difícil; estaba perseguido. Le aconsejaban que huyera. Su vida corría peligro inminente. Pero Jesús responde que la gallina protege a sus polluelos.
Es decir: ante la dificultad, una armadura que parece conducir directamente a la muerte; frente a la posible persecución y muerte una protección de simples alas de gallina con una capacidad de defensa muy limitada.
Son las paradojas cristianas. La fe no las discute, porque se basan en la Roca de la Palabra de Dios. Se trata de esa firme y segura convicción de la fuerza imparable de la Resurrección. Lo que toca es resistir, orar y suplicar, como dice Pablo a los efesios. Es también pedir el valor de hablar, proclamar y denunciar. Y decir, como Jesús, “debo continuar hoy y mañana y el día siguiente”. Porque el profeta debe mantenerse en “Jerusalén”, aunque eso signifique su muerte. Aunque nuestras alas sean tan aparentemente poco poderosas ante el como las de la gallina. Aunque nuestra armadura sea algo tan aparentemente fracasado como la Cruz. Dos mil años de salvación; la voz segura de la Vida, nos dicen, una y otra y otra vez, que las apariencias engañan. Esta es nuestra fe. ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!"
(Carmen Aguinaco, Ciudad Redonda)