"Al llegar la noche de aquel mismo día, primero de la semana, los discípulos estaban reunidos y tenían las puertas cerradas
por miedo a los judíos. Jesús entró y, poniéndose en
medio de los discípulos, los saludó diciendo:
– ¡Paz a vosotros!
Dicho esto, les mostró las manos y el
costado.Y ellos se alegraron de
ver al Señor. Luego Jesús dijo de nuevo:
– ¡Paz a vosotros! Como el Padre me envió a mí, también yo os envío
a vosotros.
Dicho esto, sopló sobre ellos y añadió:
–Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a
quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar."
Además de este texto de Juan, la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, nos narran la venida del Espíritu. Están con "las puertas cerradas". Tienen miedo. Por eso el saludo de Jesús es "paz a vosotros". Si en nuestro corazón no reina la paz, es que Jesús se haya lejos de nosotros.
Jesús les hace dos cosas: los envía y les da el Espíritu. Hoy, a todos los que nos consideramos sus discípulos, Jesús nos envía y nos comunica su Espíritu.
Nos envía, no a hacer proselitismo, sino, como le envió el Padre a Él, a hacer que los ciegos vean, los cojos anden, los hambrientos coman, los enfermos sanen...
Nos comunica su Espíritu, la fuerza del Espíritu, que se traduce en el perdón a todos, porque el Espíritu es Amor.
La consecuencia, como nos dice Lucas en los Hechos, será la misma que la de los discípulos: todos nos entenderán en su idioma; porque el Amor se entiende en todas las lenguas, ideologías, culturas, religiones...
El Espíritu es quien nos capacita para ejercer nuestra misión de amor en el mundo. Un Espíritu que debe estar enraizado en nuestro corazón. Lucas lo materializa en forma de fuego que cambia nuestra mente y nuestro corazón.
Los cristianos andamos, como los discípulos, con las puertas cerradas. Pentecostés nos invita a abrir las puertas de par en para para que entre el Espíritu y nos invita a salir de nosotros mismos y llenar el mundo de Amor y de Justícia. Es decir, a luchar por la venida del Reino.
Juan nos dice, que para entregarles el espíritu, Jesús sopló sobre ellos. Nos recuerda al Padre creando al ser humano o al viento de vida que Ezequiel lanza sobre los huesos secos y los hace revivir.
Porque con la fuerza del Espíritu se inaugura un mundo nuevo. Debemos considerarnos "seres humanos nuevos", continuadores de la misión de Jesús. Entre todos podemos hacer un mundo mejor.
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