El joven dijo al Anacoreta:
- Yo no tengo vocación.
El anciano lo miró sonriendo mientras decía:
- Todos tenemos vocación. Por el mero hecho de vivir todos estamos llamados a algo, todos tenemos una misión. Lo que ocurre es, que infinidad de cosas nos distraen y no siempre oímos esta llamada.
Puso una mano sobre el hombro del joven y concluyó:
- Es triste, pero muchos vivimos sin saber para qué, sin tener un fin. Por eso no llegamos a ser felices y nos parece que siempre nos falta algo. No nos damos cuenta que la felicidad llega, cuando lo que decidimos hacer, vale la pena que dediquemos toda nuestra vida a hacerlo.
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