Alzad la vista, restregaos los ojos,
otead el horizonte y daos cuenta del momento.
Abrid todos los sentidos, aguzad el oído.
Captad los gritos y susurros, el viento y la vida.
Empezamos Adviento
y, una vez más, renace la esperanza en el horizonte.
Al fondo, clareando ya, la Navidad.
Una Navidad sosegada, íntima, pacífica,
fraternal, solidaria, encarnada;
también superficial, desgarrada, violenta...
mas siempre desposada con la esperanza.
Es Adviento ese niño esperanza
que todos llevamos, sin saber cómo, en las entrañas;
una llama temblorosa, imposible de apagar,
que atraviesa el espesor de los tiempos;
un camino de solidaridad bien recorrido;
la alegría contenida en cada trayecto;
unas huellas que no engañan;
una gestación llena de vida;
anuncio contenido de buena nueva;
una ternura que se desborda...
Lleno de esperanza, grita Isaías:
"Caminemos a la luz del Señor".
Con esperanza pregona Juan Bautista:
"Convertíos, porque ya llega el Reino de Dios".
Con sorpresa inaudita
acoge José a su hijo y Mesías.
Con la esperanza de todos los pobres
susurra María su palabra de acogida:
"Hágase en mí según tu palabra".
Alegraos, saltad de júbilo.
Poneos vuestro mejor traje.
Perfumaos con perfumes caros.
¡Que se note! Viene Dios.
Preparad el camino.
Ya llega nuestro Salvador.
¡Alzad la vista!
¡Despertad a la vida!
No hay comentarios:
Publicar un comentario