Señor, concédeme el don de ser niño
y poder descansar en tu regazo
sin vergüenza y sin miedo,
pues a medida que crecemos
otros intereses nos hacen olvidar
que la confianza y la ternura
son imprescindibles para madurar
y recorrer tus caminos.
Concédeme el don de ser niño
para saber mirar a los demás
con cariño y transparencia,
pues el paso de los años
va cargando nuestra vida
de suspicacias, temores y envidias
que doblan nuestra espalda
y tensionan nuestras entrañas.
Concédeme el don de ser niño
para confiar en los demás
y compartir gratuitamente,
con generosidad y limpieza,
lo que de ti recibo, cada día, para ser feliz;
pues el egoísmo, la avaricia y las comparaciones
apagan todas las estrellas
y encienden nuestras más oscuras vanidades.
Concédeme el don de ser niño;
quítame todo lo que me impide llegar a ti
y me aleja de quienes son niños
y van llenos de carencias y necesidad;
quítame la desconfianza, la doblez y el orgullo
que no acepta perderse entre los más pobres.
¡Que recupere, en el cuerpo y en el espíritu,
la maleabilidad de la niñez para servir!
¡Vuélveme niño otra vez!
Y si así no logro alcanzarte
o no logras retenerme,
o no me dejo querer,
o no aprendo a servir,
o creo que soy más y mejor,
o no me doy a los que tú quieres,
vuélvete, Señor, a mí
y háblame como una madre habla a su bebé.
(Florentino Ulibarri, "Al calor de tu Evangelio", Colección feadulta.com)