Andaba el joven discípulo triste, callado, como ausente y con cara de preocupación. El Anacoreta se hizo el encontradizo con él y le preguntó:
- ¿Tienes algo que decirme?
El discípulo se sentó y sin mirar a su maestro dijo:
- Llevo unos días en que no siento nada en mi interior cuando medito. Parece como si Dios se hubiese ausentado. No encuentro gusto a nada espiritual...
El anciano, que se había sentado junto a él, tomándole la mano le explicó:
- Sin embargo, aunque te parezca duro, esto significa que vas por el buen camino. Has entrado lo que los místicos llaman la noche oscura del alma. Es fácil amar a Dios cuando todo es luz, cuando sentimos gozo y alegría en nuestro corazón al meditar...pero, sin embargo, a Dios se le encuentra de verdad en la noche...
Ambos guardaron un rato de silencio. Luego el Anacoreta añadió:
- Lo mismo le pasa a la Iglesia. No encuentra a Dios en el triunfalismo, en la grandeza. A dios lo encuentra y lo hace creíble sirviendo a los humildes, a los pobres, a los que no tienen nada ni nadie...
Mirando a los ojos a su joven discípulo, concluyó:
- Recuerda aquel poema de Rosales: "De noche iremos, de noche / sin luna iremos, sin luna / que para encontrar la fuente / sólo la sed nos alumbra". Es abandonándonos en sus brazos que lo encontraremos. Confiando sin límites... deseándolo...
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