Tenían la costumbre de comentar el evangelio del día tras su meditación. El Anacoreta dijo:
- Fíjate. Hoy Jesús exige todavía más. Ayer nos pedía devolver bien por mal. Hoy nos pide que amemos a nuestros enemigos.
El joven discípulo respondió:
- Sí, pero esto es muy difícil.
El anciano sonrió y añadió:
- Sí, pero no hay cosa alguna, por difícil que sea, que el amor no pueda vencer. Ayer veíamos que la violencia sólo engendra violencia y que el odio crea más odio. Sólo el amor puede cambiar al enemigo en amigo. Porque cuando se ama de verdad a una persona, ese amor despierta amor a su alrededor. No hay medio más que el amor para atraer el amor.
Puso una mano sobre el hombro de su discípulo y concluyó:
- Pero para amar de verdad debemos olvidar nuestro ego. Y eso nos lleva luchar toda la vida...
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