domingo, 6 de junio de 2021

EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO


 

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?" Él envió a dos discípulos, diciéndoles: "Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena." Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: "Tomad, esto es mi cuerpo." Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: "Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios." Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.

En el momento central de nuestras celebraciones eucarísticas, proclamamos: «este es el Sacramento de nuestra fe». Con un artículo determinado «el». Como si sólo hubiera un sacramento. No decimos «este es uno de los 7 sacramentos», ni siquiera  «este es el sacramento más importante». Y es que realmente, sólo tenemos un sacramento: Jesucristo-Eucaristía. Los otros... no son sino «derivaciones», variaciones, aplicaciones a distintos momentos de la vida de fe. Y sin embargo hay no pocos bautizados que dicen no necesitar este sacramento central de la fe. Y quienes se acercan a él principalmente si es «día de precepto», y no siempre. Muchos no sabrían explicar por qué es «importante» o «necesario»: tal vez ofrezcan su testimonio de que se sienten bien al comulgar, que les ayuda a ser mejores, que les falta "algo" si no van a misa... Está bien... pero esto no ayuda gran cosa a los que preguntan «por qué debiera yo ir a la Eucaristía», «por qué es importante o necesario». Eso se queda corto. Tenemos que reconocer que hay una buena falta de formación bíblica, teológica y litúrgica (las tres) que ayude a valorar, disfrutar y aprovechar esto que Jesús nos dejó como Testamento de su vida. Como también evitar convertirlo en algo diferente a lo que Jesucristo quiso que fuera.
Jesús reformulará esa Alianza. Primero: habrá solo un mandamiento (nuevo): amarnos como él nos amó. Considerará discípulos suyos a los que hagan lo que él manda: amar como él. Y se compromete a estar con ellos todos los días hasta el fin del mundo, se compromete a darles su propia vida, a hacerlos hermanos e hijos. Y esto lo hace por medio de un gesto: compartir el pan y beber la copa. Son  discípulos suyos los que comen su cuerpo y beben su copa. Y este pacto/Alianza lo sella Jesús con su propia sangre. Como signo de su fidelidad y de su amor incondicional él ofrece toda una vida (eso es la «sangre») entregada/derramada desde el amor. Y pide a sus discípulos:

- A partir de ahora vosotros -todos juntos, en comunión- vais a ser mi Cuerpo, haciéndome presente en el mundo cuando yo ya no esté.

- Vais a hacer de vuestra vida una entrega hasta el final, como mi propia entrega

- Recibir su Cuerpo y Sangre es irnos convirtiendo en el mismo Jesús para hacer lo mismo que él hizo,  en memoria suya. Hasta poder decir, como san Pablo, «ya no soy yo... es Cristo quien vive en mí». (Ciudad Redonda)



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