Hablaban de un hombre que acababa de morir y al que todos consideraban un hombre bueno:
- Hizo de su vida una obra de arte que todos hemos podido contemplar y seguir. ¿Sabes cuál fue su secreto?
El joven discípulo no supo qué responder y esperó las palabras del Anacoreta:
- Vivía siempre en la presencia de Dios. Esa presencia amorosa le orientaba y le cuestionaba en el amor. Regía su vida.
Miró al joven y concluyó:
- Si somos capaces de vivir esa presencia constantemente, nos dejaremos penetrar de su amor y lo veremos en todo y en todos. Así sólo se puede obrar bien...
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