Habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos, después de comer con ellos, dice a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?" Él le contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Jesús le dice: "Apacienta mis corderos." Por segunda vez le pregunta: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le contesta: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Él le dice: "Pastorea mis ovejas." Por tercera vez le pregunta: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?" Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: "Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero." Jesús le dice: "Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras." Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme."
"A Pedro le costó comprender el final trágico de Jesús. Tres veces lo negó por temor a que lo relacionaran con Él. Jesús supo de la fragilidad humana y también de las posibilidades reales que tenemos de superarnos, de levantarnos, de avanzar. Después de la Resurrección, Jesús restablece la confianza y la dignidad de Pedro preguntándole tres veces si lo ama. La profesión de fe habilita a Pedro a apacentar el rebaño de Jesús, la Iglesia. Al final, Jesús preanuncia el martirio de Pedro, y lo invita a seguirlo por el camino de la entrega generosa. Las fragilidades de nuestra vida no deben ser motivo de desánimo y desesperación; al contrario, deben alimentar la conciencia de la gracia manifiesta en nuestras debilidades. Como afirma Pablo: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2Cor 12,10). La Iglesia se define como “comunión de pecadores necesitados de conversión”. No hay lugar para la arrogancia o la prepotencia, porque no son el camino para la comunión. ¡Ora por la humildad de tus guías espirituales!" (Koinonía)
No hay comentarios:
Publicar un comentario