«No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el Reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los cielos».
Cumplir la ley no es hacerlo desde la letra, sino desde el amor. Ese es el auténtico de la ley. La ley no nos hace esclavos. Nos libera y nos da alegría, no esclavitud y miedo. Pero para ello hay que cumplirla desde el amor. A mar a Dios y al prójimo; que para Jesús era lo mismo.
"En el evangelio, Mateo nos muestra cómo Jesús interpreta y explica la Ley. Para algunos escribas y fariseos, Jesús buscaba anular la Ley de Moisés. Sin embargo, su intención era otra. Él mismo dice: («no penséis que he venido a abolir...sino para cumplir»( (Mt 5,17). Este cumplimiento implica una nueva manera de interpretar y vivir las prescripciones de la Ley, según el corazón de Dios. No se trata de quedar atrapados en cumplir normas al pie de la letra y de fiscalizar a los demás. Hay personas que disfrutan controlando a los demás siendo más flexibles cuando se trata de ellas mismas. Pero la Ley no es mala en sí; Jesús critica a quienes ponen la ley a su favor y la distorsionan para conseguir sus fines egoístas. Si una ley, por sencilla que sea, produce superioridad de unos sobre otros, condenas injustas, sentimientos de culpa y exclusión, no puede agradar a Dios. (Pregúntate: ¿Las leyes que practico me humanizan y me comprometen a ser mejor persona? " (Koinonía)
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