miércoles, 1 de junio de 2022

EN LAS MANOS DE DIOS

 

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad.»


"En esta sección intermedia de la oración sacerdotal, Jesús le pide al Padre tres cosas: primero, que sus discípulos sean uno como ellos son uno, segundo, que, sin sacarlos del mundo, los defienda del Maligno y, tercero, que los santifique en la verdad. Detrás de estas tres peticiones podemos descubrir un único deseo de Jesús: poner a sus discípulos en las manos del Padre, como él mismo lo hará con su propia vida antes de expirar en la cruz. El Padre que no abandonó a Jesús en la muerte, sino que lo resucitó. El mismo Padre es el que nos une en el amor, nos protege del mal y nos santifica en la verdad. Volver a contemplar esta verdad debería llenar nuestras vidas de confianza, pues, por más que haya momentos en los que parece que la desunión nos separa sin remedio, que la fuerza del maligno nos atrapa o que el poder de la mentira nos destruye por dentro y por fuera, sabemos que no estamos solos, que estamos bajo el cuidado del Padre y que es posible vivir en nuestro mundo, sin ser de él.
Sólo una confianza básica de este tipo puede fundamentar una existencia que se atreve a superar los peligros, miedos y complejos que menoscaban nuestra capacidad de riesgo para amar y construir un mundo mejor. Quien sabe que su vida está en buenas manos sabe que no tiene asegurado el éxito, pero, sabe que el Padre siempre lo acompaña, lo alienta y lo fortalece. Revisemos cómo va nuestra confianza en el Padre; un buen medidor de ello es la calidad de nuestro compromiso por forjar la unidad, por luchar contra el mal en todas sus expresiones y por vivir en la verdad. Si esta confianza y este compromiso no están vivos y vigorosos, te invito a que repitamos la oración sacerdotal de Jesús y dejemos que la fuerza de la Palabra encienda nuestro corazón." (Ciudad Redonda)

1 comentario:

  1. Ja convé la força de la paraula, ja, i haurà de ser molt forta i pujar ben amunt, per sobre del fum de les bombes i de les ànimes que pugen al cel. No sé si la barrera de les ànimes pot fer aturar la guerra...
    Una abraçada, Joan Josep, i moltes gràcies per les teves paraules, que sempre curen.

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