Si me amáis, obedeceréis mis mandamientos. Y yo pediré al Padre que os envíe otro defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con vosotros. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero vosotros lo conocéis, porque él está con vosotros y permanecerá siempre en vosotros.
No voy a dejaros abandonados: volveré para estar con vosotros. Dentro de poco, los que son del mundo ya no me verán; pero vosotros me veréis, y viviréis porque yo vivo. En aquel día os daréis cuenta de que yo estoy en mi Padre, y que vosotros estáis en mí y yo en vosotros. El que recibe mis mandamientos y los obedece, demuestra que me ama. Y mi Padre amará al que me ama, y yo también le amaré y me mostraré a él.
Algo debemos haber confundido los cristianos, cuando nos hemos llenado de obligaciones, y mandamientos, que nos hacen andar entre «cumplimientos». «Hay que» oír misa entera todos los domingos y fiestas de precepto». «Hay que comulgar en Pascua florida», confesar al menos una vez al año, en peligro de muerte y si se ha de comulgar». «Hay que dar ayuda económica a la Iglesia». «El que quiera casarse tiene que hacer un cursillo de novios», «hay que ayunar en cuaresma y abstenernos de la carne ciertos días». Es imprescindible rezar... En asuntos de sexualidad un cristiano «no puede»... (mejor sin ejemplos). Y están los mandamientos, y las obras de misericordia y... ¡Tanto que hacer, y tanto que hay que dejar de hacer...!
Este modo de plantear las cosas de la fe cristiana es más bien poco atractivo, y se parece más a una «dieta» que a una Buena Noticia. Puede que haya podido resultar apropiado para personas inmaduras, inseguras, poco formadas... Sin embargo, estoy convencido de que las propuestas de de Jesús iban por otro lado. Y estoy convencido por palabras como las que dan comienzo al evangelio de hoy: «Si me amáis»...
El amor es la Palabra más repetida por Jesús, por sus apóstoles, es la que mejor resume todo su mensaje y toda su vida, incluso sirve para describir lo esencial de Dios: «Dios es amor». Los mandatos de Jesús se resumen en Amar, son el único mandamiento y la señal de que somos sus discípulos. Por eso, el discípulo de Jesús sería aquel que ama a Jesús, y se siente amado por Jesús, y procura amar como Jesús.
Dicho de otra manera: Pensemos en una persona a la que queramos especial y entrañablemente: un amigo, un familiar, nuestra pareja (el que la tenga, claro). Lo normal es estar pendientes de sus necesidades y deseos. La tenemos en cuenta de un modo u otro al organizar nuestro tiempo, nuestras decisiones y nuestra vida. Procuramos hacer lo que le agrada, nos interesa conocer a la gente a la que quieren, procuramos pasar tiempo con él/ella y conocerla cada vez mejor, la nombramos a menudo, sabe que cuenta con nuestro apoyo incondicional y ayuda... Y somos capaces de increíbles y generosos esfuerzos y sacrificios para hacerles la vida mejor. Podríamos valorar la calidad, la importancia, el valor que le damos a esa relación personal por la capacidad de hacer realmente todas estas cosas.
Y en estos casos se vuelven impensables las obligaciones, las imposiciones... Imagina que esa persona especial te invita a comer. No se te ocurriría decirle: ¿Es obligatorio que vaya? ¿Me vale si llego después del primer plato? ¿Cuántas veces tengo que ir a visitarte al año?, etc. Sería totalmente absurdo y sin sentido. ¿Y en la fe cristiana sí?
Jesús ha llamado «amigos» a sus discípulos. También a ti te ha llamado amigo. Discípulo es «el amigo de Jesús». Y por eso, como amigo suyo, estoy espontáneamente pendiente de lo que desea y necesita de mí. Cuento con él a la hora de organizar mi tiempo, mis opciones y mi vida. Le tengo presente a menudo, procuro dedicarle una parte de mi tiempo para pasarlo juntos «tratando de amistad con quien sabemos que nos ama»... (Sta Teresa de Jesús). En las decisiones que voy tomando, pienso: ¿Qué le parecerá a él? ¿Qué querría él que eligiera o hiciera?
Y si cae en la cuenta de que algún comportamiento, actitud o acción no ha sido de su agrado, no ha sido lo que él habría esperado... que le ha fallado o decepcionado... no se espera para para reconciliarse "una vez al año" (o más) , y restablecer la comunión herida. Necesita reconciliarse lo antes posible.
Al comenzar sus últimas palabras, Jesús se ha dirigido a ellos llamándolos «amigos», por tanto no está en clave de «mandar» que cumplan nada. El amor no impone «obligaciones», aunque en realidad nos obliga mucho. Y además, con el amor nunca podemos decir que ya hemos «cumplido». Porque la medida del amor es el amor sin medida.
Jesús les recuerda que les ha amado mucho y de manera única: «No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos, y yo doy mi vida por vosotros». Se trata de un Amor que va a permanecer dentro de ellos, haciéndoles instrumentos de su amor («mora con vosotros y está en vosotros»). Será el Espíritu de Jesús, el Paráclito, quien hará posible que amen y que amemos como él. El seguimiento, el compromiso, el testimonio, la capacidad de entregarnos a los demás -como él- hasta dar la vida... depende del amor que le tengamos a Él y del amor que Él nos haga experimentar. Dependen de ese Espíritu que nos habita y nos hace arder en caridad. Y para quien le ama verdaderamente, todo se le hace poco: guardará sus palabras y las hará vida. Será OTRO CRISTO.
Podríamos pensar que nuestro amor siempre será poco comparado con el suyo. Pero no es del todo verdad, porque Jesús ha unido su Amor al del Padre y al nuestro para que el poder de nuestro amor sea infinito, tan grande como el suyo: «Yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros». El Resucitado ha decidido estar siempre con/en nosotros y facilitarnos el que lo conozcamos cada vez mejor por medio de su Espíritu («le amaré y me revelaré a él»). Sólo quien le ama le podrá encontrar y conocer de veras («el mundo no lo ve ni lo conoce... pero vosotros sí me veréis»). Nos ocurre también con las personas que amamos: cuando queremos a alguien a fondo, verdaderamente, podemos afirmar que lo conocemos, y cuanto más lo vamos conociendo, más lo amamos, más lo tenemos en cuenta, más disfrutamos de su cariño... Más todo.
(Quique Martinez de la Lama - Noriega, cmf)
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