Llegó a su propia tierra, donde comenzó a enseñar en la sinagoga del lugar. La gente, admirada, decía:
– ¿De dónde ha sacado este todo lo que sabe? ¿Cómo puede hacer tales milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? Y su madre, ¿no es María? ¿No son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas, y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros? ¿De dónde ha sacado todo esto?
Y no quisieron hacerle caso. Por eso, Jesús les dijo:
– En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra y en su propia casa.
Y no hizo allí muchos milagros, porque aquella gente no creía en él.
Para los conciudadanos de Jesús, Él era el hijo del carpintero. El hijo de José. No supieron ver más allá. Les extrañaba su sabiduría, pero no la escucharon ni la siguieron. Quizá, como hoy, ser hijo de un humilde trabajador, lo reducía a nada, a alguien que ni siquiera era digno de ser escuchado.
Hoy, en nuestra sociedad, es el día del trabajador, del obrero como José. Y como lo fue Jesús hasta que empezó a los treinta años su vida pública.
Seguir a Jesús, si lo hacemos de verdad, es ser menospreciado, que nos consideren como a Jesús, los hijos del carpintero. Permanecer en la sencillez, es seguir a Jesús. Servir, es el camino, aunque nadie lo reconozca.
José, con su sencillez, tuvo a Jesús a su cargo y lo amó plenamente. Si somos sencillos como José, podremos transmitir a Jesús a los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario