sábado, 7 de octubre de 2023

DOMINAR EL MAL


  
Los setenta y dos regresaron muy contentos, diciendo:
– ¡Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu nombre!
 Jesús les dijo:
– Sí, pues yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Os he dado poder para que pisoteéis serpientes y alacranes, y para que triunféis sobre toda la fuerza del enemigo sin sufrir ningún daño. Pero no os alegréis de que los espíritus os obedezcan, sino de que vuestros nombres ya estén escritos en el cielo.
 En aquel momento, Jesús, lleno de alegría por el Espíritu Santo, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que ocultaste a los sabios y entendidos. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre; y nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera darlo a conocer.
 Volviéndose a los discípulos les dijo aparte: Dichosos quienes vean lo que estáis viendo vosotros, porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; desearon oir lo que vosotros oís, y no lo oyeron.

Los enviados por Jesús volvieron contentos y admirados de lo que habían hecho. El secreto fue que hicieron caso de las indicaciones de Jesús, de sencillez, de desprendimiento...Nosotros nos basamos en nuestros estudios, en nuestros planes sofisticados, y...nuestros resultados son pequeños. El día que volvamos a hablar de Dios desde la sencillez. Cuando nuestra vida se corresponda al desprendimiento que nos pide Jesús. Cuando nos basemos en el Amor...aquél día atraeremos a los hombres hacia Dios.
 
"La conmemoración de hoy se llama también Nuestra Señora de la Victoria. El hecho histórico es la victoria española en la batalla de Lepanto, atribuida al poder del Rosario. Pero las lecturas nos llevan mucho más allá de la victoria militar a victorias mucho más profundas, duraderas y milagrosas. Se trata de la victoria sobre nuestros “enemigos” que son mucho más internos de lo que pudiera parecer. La gente más “corriente” normalmente no tiene grandes enemigos… se trata más bien de antipatías, de competitividad, o de conflictos de personalidad. Pero incluso la gente más devota (o quizá especialmente la gente más devota) tiene grandes enemigos internos.
El ejercicio diario del rezo del Rosario, con la contemplación de los misterios de Cristo puede desvelar en muchas ocasiones los “demonios” internos. Cuando los discípulos regresan de su misión, exclaman entusiasmados: “¡Hasta los demonios se someten en tu Nombre!”  Nosotros también podríamos hacer lista de nuestros demonios personales, que podrían parecer algo insignificantes pero que nos molestan y paralizan nuestra vida en Dios: un mal genio, una falta de paciencia, un orgullo desmedido, un perfeccionismo molesto para los demás, un sentido de duda y desconfianza, un juicio duro… Y hasta esos demonios se someten a Cristo. Ahí está la victoria. Y entonces, llega la alegría porque los nombres están escritos en el cielo. Es decir, Dios nos ha conocido tan íntimamente que lleva nuestro nombre grabado y la victoria está asegurada por la victoria de Cristo. La victoria de Cristo nos hace conocidos y amigos de Dios, de manera que nuestros nombres están escritos en el cielo. Y esa es la causa de nuestra alegría. Es la victoria que se celebra en el rezo del Rosario y la alabanza por la victoria alcanzada por intercesión de María. La primera lectura de Baruc afirma lo mismo: “el que os mandó todas esas desgracias, os dará también con su salvación, la alegría eterna”.
Esta seguridad nuestra da a Jesús razón para alabar a Dios por haberse revelado de una manera tan extraordinaria y por revelarse a los más sencillos. Es una intuición directa: la contemplación del Misterio de Cristo nos da la llave de la victoria. Y revela, además, una verdad profundísima: Dios Padre, entregando todo al Hijo, le da la victoria sobre todo y sobre todos. Lepanto parece una pequeña batallita comparada con todos nuestros “lepantos” diarios donde Cristo vence. Bienaventurados nosotros que lo hemos visto y oído."

(Carmen Fernández Aguinaco, Ciudad Redonda)

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