HERMANOS Y SERVIDORES

"En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo:

- En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.

Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido."

El texto de Mateo es muy duro. El fragmento que nos ofrece la liturgia de hoy está recortado y es más suave. La comunidad de Mateo acababa de ser expulsada del judaísmo; posiblemente esa es la causa de que cargue más las tintas que el resto de evangelistas. La primera lectura de Malaquías está en la misma línea de dura crítica a los dirigentes de los judíos. Podemos caer en el error de transferir todo esto a los dirigentes de la Iglesia de hoy día. Sin embargo el Evangelio nos habla a "todos" nosotros hoy. Y el mensaje es claro para los que seguimos a Jesús: "Vosotros...todos sois hermanos". "El primero entre vosotros será vuestro servidor". Y Pablo a los Tesalonicenses, en la segunda lectura, les dice, que él trabajó como cualquiera para no serles gravoso. Vamos, que no buscó privilegios.
Este mensaje está dirigido a todos: jerarquía, sacerdotes, religiosos, laicos...Todos somos, debemos ser, hermanos y servidores. Cada uno ha de sacar sus consecuencias. A todos nos gusta más el éxito, el reconocimiento, que las críticas. Preferimos mandar a que nos manden. Nos gusta exhibir nuestros títulos y darnos importancia. Buscamos triunfar en la vida. Pero Jesús nos habla de fraternidad y de servicio. La imagen que nunca hemos de olvidar, es la de Jesús lavando los pies a sus apóstoles. Ese debe ser nuestro signo distintivo.

El valor de nuestras oraciones no está relacionado con la solemnidad de las liturgias, sino con la fraternidad, el amor que profesamos aquellos que nos reunimos en su nombre. Y hemos de tener claro, que la oración que no nos lleva al servicio, consciente o inconscientemente, es hipocresía, espectáculo, meras palabras...

Dios aprecia la sencillez, la humildad, no el boato. Está bien que nosotros deseemos hacer nuestras ceremonias lo mejor posible. Pero lo externo, lo accesorio, no debe hacernos olvidar lo fundamental: que los que estamos reunidos en la iglesia somos hermanos y que hemos de extender esta fraternidad a toda la humanidad. Que amamos a Dios si amamos a los hombres. Y que el amor que nos une se ha de traducir en servicio. Si no...no somos mejores que los fariseos del tiempo de Jesús. Hoy más que nunca, el mundo necesita un cristianismo fraterno y personas dedicadas al servicio, a la solidaridad, a extender la paz en nuestra sociedad. Porque nunca los hombres se habían sentido tan solos...