"Te aseguro, Pedro, que antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces." (Jn 13, 38)
Jesús anuncia que van a traicionarle. Judas sale del cenáculo y nos dice el evangelio: "era de noche". De noche en el alma de Judas y de noche en el ánimo de Jesús que se veía abandonado por todos. Pedro asegura que él jamás lo abandonará. Jesús, con tristeza, le dice que le negará esa misma noche.
La noche. Símbolo de soledad y abandono. Tiempo en que salen las alimañas a cazar. Momento de robos y asesinatos. El mal se oculta en la oscuridad.
Sólo la luz de la Fe puede librarnos de las tinieblas. Aunque sea una pequeña luz en lámparas de barro. La Fe no nos quita las dudas, pero nos ilumina para que no permanezcamos en la oscuridad. Nos hace ver a los demás y, así, nos damos cuenta de que no estamos solos. La luz de la Fe, disipa nuestras tinieblas.
"María se presentó con un frasco de perfume muy caro, casi medio litro de nardo puro, y ungió con él los pies de Jesús; después, los secó con sus cabellos. La casa se llenó de aquel perfume tan exquisito." ( Jn 12, 3)
Jesús, antes de la Pascua está en Betania cenando en casa de María, Marta y Lázaro. María, que amaba profundamente a Jesús, aparece con un perfume carísimo y unge los pies de Jesús. Toda la casa se llena de aquel perfume. Pero surgen las críticas. ¡Qué es ese despilfarro! Jesús defiende a María. Ese perfume anticipa su muerte por todos los hombres.
Nosotros también podemos hacer como María: ungir los pies de Jesús. Es decir, postrarnos ante los pobres, los marginados, los enfermos, los perseguidos y darles todo nuestro amor. Si dedicamos nuestra vida a los demás, todo el mundo se llenará del perfume del Amor. Si en vez de criticar actuásemos...el mundo sería muy diferente.
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34)
"Pero Jesús dando un fuerte grito, expiró." (Mc 15, 37)
"Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios." (Mc 15, 38)
El Oficio de hoy comienza con la bendición de las palmas. Recordamos la entrada de Jesús en Jerusalén, aclamado por la gente sencilla. Luego todo da un giro y leemos la Pasión según san Marcos. Es la más austera y al parecer el relato más antiguo. Dada su extensión no copio el texto. En el segundo vídeo, de la Hermana Regina Goberna del Monestir de Sant Benet de Montserrat, encontraréis un resumen estupendo.
Yo he escogido tres líneas para meditar hoy. Nos encontramos ante dos gritos de Jesús.
. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
. Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
En esos dos gritos encontramos reunidos todos los gritos del hombre sufriente. Ahí encontramos todas nuestras preguntas ante el mal, el dolor, la injusticia...Estamos ante un Jesús humano. Tan humano, que en Él se encuentran unidos todos los hombres. Los hombres que se sienten desamparados, olvidados, solos...Los hombres que se sienten perseguidos, incomprendidos, engañados...El grito de Jesús es el grito de todos los inocentes. El grito de Jesús es el grito de la Humanidad.
Frente a esta muerte tan humana, un testigo que no era judío, un romano, exclama:
. verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.
Aunque parezca una paradoja, ante una muerte terrible y humillante se descubre la divinidad de Jesús. En el hombre pobre, destrozado, muerto injustamente, es donde encontramos a Dios.
Tras veinte siglos, seguimos sin entender que a Dios lo encontramos en los hombres. Que cada injusticia que cometemos, es a Dios a quien la cometemos. Que cada asesinato, es el asesinato de Dios. Que todo dolor, es el dolor de Dios. Pero, que a la vez, cada persona a la que amamos, es a Dios a quien amamos. Cada beso, cada abrazo, se los damos a Dios.
Jesús acaba de resucitar a Lázaro y muchos creen en Él. Sacerdotes y fariseos no tienen en cuenta el bien que hace Jesús, lo que dice...Lo único que ven, es el peligro de que los romanos repriman el pueblo. Reducen Jesús a un problema político. Y Caifás, sin pretenderlo dirá la frase clave: "Es necesario que un hombre muera por todo el pueblo." Precisamente esa era la misión de Jesús. Y esa es la misión de todo cristiano: morir por el pueblo. No en el sentido literal de un jihadista fanático. Sino en el sentido de que todo cristiano debe vivir entregado a los demás. Morir por el pueblo es ser solidario, luchar por la justicia, entregarse a los pobres y marginados. Morir por el pueblo, es AMAR profundamente a todo el pueblo. Que es ni más ni menos que AMAR a Dios.
"Os he hecho ver muchas cosas buenas por encargo de mi padre." (Jn 10,32)
Estos días andan los judíos con las piedras en las manos. Primero querían apedrear a la adúltera. Ayer y hoy quieren apedrear a Jesús, porque se declara Hijo de Dios. Sólo la gente sencilla cree en Él y le siguen. Escribas, sacerdotes y fariseos no quieren ver las cosas buenas, los signos, que hace Jesús. Ellos están obsesionados por la ley y no ven nada más.
Nosotros también podemos caer en lo mismo y agarrar "piedras" para lanzarlas contra los que creemos blasfemos, porque no piensan o no cumplen lo mismo que nosotros, sin pararnos a ver lo que hacen: sus buenas obras. Olvidamos que "obras son amores..."
"Quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre." (Jn 8, 51)
Ayer dijimos que María guardaba todo lo que veía y oía de Jesús en su corazón. Hoy es Él quien nos invita a guardar su palabra. Su palabra es vida, porque su Palabra nos muestra el Padre y nos conduce a Él. De ahí la importancia de meditar su palabra. Es la única manera de conocer a Dios. La meditación de la Palabra nos llevará a ver a Dios en los demás, a respirar a Dios en la vida.
Tras el anuncio del ángel, María responde con un "hágase". Se deja totalmente a la voluntad de Dios. Se siente confiada en sus brazos. María es nuestro mejor modelo de cristiano. Ella fue la primera en acoger a Jesús en su interior. Y su actitud fue siempre de escucha. Ella guardaba todas las cosas en su corazón. Nosotros queremos razonarlo todo, saberlo todo. Sin embargo de lo que se trata es de mirar la vida con ojos sencillos, encontrar en ella la voluntad de Dios y decir "hágase".
"Pero lo que yo digo al mundo es lo que oí de aquel que me envió y él dice la verdad." (Jn 8,26)
En la primera lectura de hoy se nos muestra el pueblo murmurando en el desierto, la aparición de serpientes mortales y la serpiente de bronce que les salvaba cuando la miraban. Jesús toma hoy esa imagen y dice que "cuando levantéis en alto al Hijo del Hombre, entonces sabréis que yo soy." Se presenta como la salvación. Sólo Él puede mostrarnos de verdad quién es el Padre, porque Él es su enviado. Jesús nos muestra quién es Aquél que lo envió. Por nosotros mismos no podemos llegar a Dios. Jesús es la Palabra que habla al mundo. Es la Palabra de Dios.
"Aquel de vosotros que esté libre de culpa, que lance la primera piedra." (Jn 8, 7)
Jesús acaba de llegar de orar en el monte. Fariseos y escribas le tienden una trampa. Ponen ante Él una mujer descubierta en adulterio. Según la ley de Moisés debe ser lapidad. Pero los romanos han prohibido a los judíos ejercer la pena de muerte. O se pone contra la Ley o desobedece a los romanos. Jesús escribe o dibuja en el suelo...y les devuelve el guante a ellos: "El que no tenga culpa, que empiece a lapidar". Todos se van.
¿Somos de los que llevamos las personas a Dios para que las condene, o llevamos a las personas a Dios para que experimenten su misericordia y su ternura? No perdonamos, porque no nos perdonamos. No perdonamos, porque no hemos experimentado el perdón y la ternura de Dios. Para ello, primero hemos de reconocer nuestras faltas.
"Entre la gente que había ido a Jerusalén a adorar a Dios en la fiesta, había algunos griegos.Estos se acercaron a Felipe, que era de Betsaida, un pueblo de Galilea, y le rogaron:
– Señor, queremos ver a Jesús.
Felipe fue y se lo dijo a Andrés, y los dos fueron a contárselo a Jesús.Jesús les dijo:
– Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.Os aseguro que si un grano de trigo no cae en la tierra y muere, seguirá siendo un solo grano; pero si muere, dará fruto abundante.El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna.Si alguno quiere servirme, que me siga; y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, mi Padre le honrará.
Siento en este momento una angustia terrible, pero ¿qué voy a decir? ¿Diré: Padre, líbrame de esta angustia? ¡Pero si precisamente para esto he venido!¡Padre, glorifica tu nombre!
Entonces vino una voz del cielo, que decía: “¡Ya lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez!”
Al oir esto, la gente que estaba allí decía que había sido un trueno, aunque algunos afirmaban:
– Un ángel le ha hablado.
Jesús les dijo:
– No ha sido por mí por quien se ha oído esta voz, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo. ¡Ahora va a ser expulsado el que manda en este mundo!Pero cuando yo sea levantado de la tierra,atraeré a todos a mí.
Con esto daba a entender de qué forma había de morir."
La escena comienza con unos griegos que quieren ver a Jesús. Él aprovecha para indicarnos cuál es el camino que lleva a su encuentro: el camino de la cruz. Si queremos ser sus discípulos ha de seguir su camino, y este camino pasa por la cruz. Esto fue difícil de aceptar entonces y lo sigue siendo hoy. Nos cuesta entender que, para tener una vida más plena, hay que entregarla. Jesús mismo confiesa, que esto le produce una angustia terrible. Pero el grano de trigo, para dar fruto, ha de caer en tierra y morir. Hemos de morir a muchas cosas, desprendernos de lo que nos esclaviza, para ser de verdad libres, para dar fruto. El camino de Jesús es un camino de entrega, de servicio, de amor a los demás. Este es el camino de la cruz. Pero, atención, ese camino no acaba aquí, acaba en la Pascua, en la Resurrección, en la implantación del Reino de Dios. Un reino de justicia y de Amor.
"Nadie ha hablado jamás como lo hace este hombre." (Jn 7, 46)
Los judíos siguen discutiendo a causa de Jesús. Unos a favor, otros en contra. Los sacerdotes y fariseos mandan a los guardias a detenerlo. Vuelven con las manos vacías diciendo: jamás ha hablado nadie así, Los sencillos lo admiran. Los grandes conocedores de la Ley quieren matarlo. El gran argumento para ellos es, que los que le siguen no conocen la Ley y que de Galilea nunca ha salido un profeta.
Seguimos discutiendo de Él. Unos no aceptan ley alguna ni que nadie pueda ser la Palabra, la Verdad. Otros se aferran a la ley escrita y no entienden que la Ley verdadera está en el corazón. No nos damos cuenta, que para escuchar de verdad a Jesús debemos hacerlo en el silencio y la soledad de nuestro corazón. Sólo cuando logramos apagar los ruidos que nos rodean, podemos escuchar su voz. Si no nos quitamos nuestras gafas de "sabiduría", nunca veremos su luz.
"Yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz." (Jn 7, 28)
Se acercaba la Fiesta de las Tiendas. Una conmemoración del paso por el desierto del pueblo de Israel. Era una fiesta de reflexión, de retiro; un tiempo de desierto.
Los judíos no creen que sea el Mesías: "no sabremos de dónde viene, en cambio de este todos sabemos de dónde es". ¿De verdad lo sabían?¿De verdad lo sabemos? Jesús quiere hacerles reflexionar y les responde que Él es un enviado. Él es la Palabra que se nos ha enviado a nosotros. ¿La escuchamos? Quizá como los judíos intentamos "matarla". No la escuchamos, hacemos oídos sordos y seguimos inmersos en nuestras comodidades.
"Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor." (Mt. 1, 24)
Hacemos una parada en la Cuaresma para celebrar la festividad de San José. A José lo vemos escuchando a Dios en la noche. Cuando le comunica que acepte a María, porque el hijo que espera es obra de Él. Y cuando le advierte que deben huir a Egipto porque Herodes quiere matar al Niño. Noche de turbación cuando se entera de que María está embarazada. Noche de prueba en la que sólo cabe huir.
José nos enseña que en las noches de nuestra vida no nos hemos de desesperar, sino que hemos de escuchar la voz de Dios y cumplir su voluntad. Aunque no veamos nada, Dios está ahí para guiarnos. Su Luz nos iluminará. En la noche...Dios.
"Mi Padre no cesa nunca de trabajar; por eso yo trabajo también en todo tiempo." (Jn 5,17)
Los fariseos están escandalizados porque Jesús cura en sábado. Él se justifica diciendo que hace lo mismo que su Padre. Se declara Hijo de Dios y ellos piensan en matarlo.
Nosotros pasamos la mayor parte del día olvidando que somos y vivimos en Dios, que nuestra existencia se debe a que Él nos hace subsistir. Vivimos gracias a su Amor. Jesús dice, que por eso Él cura en sábado; que por eso se entrega siempre a los demás. Nosotros, si queremos ser sus discípulos, debemos hacer lo mismo. Debemos ser conscientes de que vivimos inmersos en Dios y de que debemos reflejar ese Amor a toda la humanidad.
"Señor, no tengo a nadie que me introduzca en el estanque cuando se mueve el agua" (Jn 5, 7)
Llevaba treinta y ocho años inválido. Esperaba el milagro de la curación del estanque de Betesdá, pero nadie le ayudaba a entrar en el agua en el momento oportuno. "No tengo a nadie".
¿Cuánta gente a nuestro alrededor no tiene a nadie? Juzgamos su maldad, su incredulidad...y nosotros pasamos a su lado sin reparar que no tienen a nadie, que están solos. No se trata de catequizarlos, decirles sermones, darles consejos. Se trata de alguien que actúe, que les ayude a moverse. Alguien que les demuestre con actos que les ama. Entonces se podrán levantar y comenzarán a andar. Entonces serán hombres nuevos.
"El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino." (Jn 4,50)
Aquél funcionario pidió a Jesús que curara a su hijo. Jesús le dice que vuelva a casa tranquilo, que su hijo se ha curado. Cree y se pone en camino...
Son las dos ideas fuertes del evangelio de hoy. Creer en la Palabra y ponernos nosotros en camino. Orar, meditar la Palabra y luego ponernos en camino, poner en práctica lo que hemos meditado. Nuestra oración sin ponerse en camino, puede limitarse a mero narcisismo. Ponerse en camino, actuar sin meditar la Palabra, puede ser mero activismo. El evangelio de hoy nos da la clave de cómo ser seguidores de Jesús.
- Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios." Nicodemo se acerca a Jesús de noche. Está a oscuras. Jesús le habla de luz. Hace que encuentre la luz. Empieza comparando la serpiente de bronce del desierto, que significaba la vida para el que había sido mordido por las de carne, con la Cruz, que significa la Vida y la Salvación para nosotros. Nos encontramos ante el gran Amor del Padre, que nos entrega a su Hijo para que el hombre sea salvo. Pero nos encontramos ante la lucha entre las tinieblas y la luz. Entre nuestra inclinación a hacer el mal y la luz, que es la Vida. Y es Cristo el sacramento de la vida que Dios nos da. En la Eucaristía, unión total con Jesús y con todos los hombres. En la Cruz de un Jesús que sufre en todos los pobres, enfermos, marginados... Nosotros preferimos ocultarnos en las sombras, que disimulan nuestros defectos, nuestro egoísmo, nuestro verdadero yo. Tememos la luz, porque ella hace que se nos vea tal cual somos. Sin embargo Dios nos ama tal cual somos; con nuestros defectos y taras. Porque para eso mandó su hijos al mundo, para salvarnos y darnos la vida. La Cuaresma es el tiempo para acercarnos a la Luz. La Luz de Cristo, simbolizada en la Pascua por la llama del cirio pascual.
"Dios mío, ten compasión de mí,que soy un pecador." (Lc 18, 13)
Nos encontramos ante dos personas. Una que hace las cosas bien y se jacta de ello, y la otra que se considera pecadora. Seguramente ni una lo hace todo tan bien, ni la otra tan mal. Son dos visiones de las cosas. La del orgulloso que se cree perfecto y la del humilde que reconoce su debilidad. Pues bien, Jesús nos dice que el que sale justificado de su oración es el segundo.
Frente a lo que nos predica nuestra sociedad, para la que lo importante son las apariencias, el éxito, la consideración de los demás, Jesús nos propone la sencillez. Reconocer nuestros defectos. Porque sólo el que sabe ver los propios fallos puede corregirlos y crecer. Sólo quien se sabe frágil puede mejorar ¿Qué va a cambiar quien cree que todo lo hace bien, que es perfecto?
Una cosa es segura: Dios mira con especial ternura a quien muestra ante Él, sin temor, su debilidad y su pobreza. Es la grandeza de nuestra fragilidad.
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón." (Mc 12, 30)
A Dios no podemos amarlo a medias. Hemos de amarlo con todo nuestro corazón. Para ello, hemos de empezar por "matar a nuestros dioses", no sea que a lo que estemos amando no sea Dios. Y el Dios que debemos amar es el Dios que nos muestra Jesús. Tomás le pidió que le mostrara el Padre. Jesús le amonestó diciéndole cómo tras acompañarlo tanto tiempo, no se había dado cuenta que quien le veía a Él veía al Padre.
¿Queremos amar a Dios con todo nuestro corazón? Pues, amemos a los demás con todo nuestro corazón.
"El que no está conmigo está contra mí y el que no recoge conmigo, desparrama." (Lc 11, 23)
Jesús acaba de expulsar un demonio que había dejado mudo a un hombre. Mientras muchos se admiran, otros atribuyen lo que ha hecho al diablo. Pero el diablo no puede actuar contra el diablo. Jesús nos llama a estar unidos a Él, si queremos hacer las cosas bien. No estar con Él significa desunir, destruir.
Nosotros, ante las injusticias de este mundo, a veces, estamos mudos. Nos callamos y miramos hacia otro lado. Si estamos con Jesús "hablaremos" y lucharemos contra la injusticia. No permaneceremos indiferentes frente el mal. Entonces el Reino de Dios, que es el reino de la justicia, habrá llegado a nosotros. Ante nosotros se abrirá un mundo de liberación de la esclavitud. La Buena Nueva.
"No he venido a abolir la Ley o los Profetas, sino a dar plenitud" (Mt 5,17)
Con estas palabras, Jesús, quiere que no caigamos en la trampa de hacernos una religión a la carta. Nos indica que en Él se encuentra la plenitud de la Ley y los profetas. Que escuchar su Palabra y seguirlo, es cumplir la Ley y los Profetas. Jesús nos muestra el camino a seguir y nosotros, con sencillez, debemos abrirnos a su gracia e intentar seguirlo. Y esto no es fácil. No se trata de hacer un Jesús a nuestra medida, sino de intentar hacernos nosotros a la medida de Jesús. El camino es exigente, pero no lo hacemos solos. Él camina a nuestro lado y también lo hacen nuestros hermanos. Él nos dejó su Espíritu para que nos ayude a descubrir el proyecto de Dios para nuestra vida.
"No te digo siete veces, sino setenta veces siete." (Mt 8,22)
Esto le responde Jesús a Pedro cuando le pregunta si ha de perdonar siete veces. Y narra la parábola del siervo que debía millones a su amo, y, tras ser perdonado, le exigía unos cuantos euros a su compañero.
Y es que pedimos perdón con facilidad, pero nos cuesta perdonar. Para nuestros actos encontramos mil excusas, pero somos severos con lo que hacen los demás. Pero si no perdonamos, es que no valoramos nuestra propia culpa y el perdón que se nos ha dado. Si de verdad nos sintiéramos perdonados, sabríamos perdonar. Dios nos perdona siempre, porque conoce nuestra fragilidad. Por eso nosotros debemos perdonar setenta veces siete, es decir, siempre; porque los demás son tan frágiles como nosotros.
"Os aseguro que ningún profeta es aceptado en su tierra." (Lc. 4,24)
Jesús acaba de aplicarse a sí mismo el texto de Isaías: "El Espíritu del Señor reposa sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos y devolver la luz a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor". Incrédulos se preguntan : ¿No es el hijo de José? Ellos conocen a su familia, lo han visto crecer y no dan crédito a lo que dice. Es más, se enfurecen e intentan tirarlo por un barranco.
A los hombres nunca nos han gustado los profetas. Son incómodos. No nos gusta que nos digan las verdades a la cara, y menos si son personas que conocemos, que han crecido junto a nosotros. Aquellas personas que nos hacen ver nuestras injusticias, que intentan cambiar esta sociedad, las rechazamos. Intentamos encontrarles defectos, puntos débiles, decir que no son cristianos, para destruirlos y seguir viviendo tranquilos sin hacer caso de lo que dicen y de lo que hacen.
Jesús se abrió camino entre los que intentaban despeñarlo. Jesús camina hacia la libertad y rompe la esclavitud con su enseñanza. Estemos atentos a las voces de los profetas de nuestros días y no los rechacemos. Escuchemos a todos los hombres. Quizá mi hermano es un profeta.
"Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
- Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: "El celo de tu casa me devora." Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
- ¿Qué signos nos muestras para obrar así?
Jesús contestó:
- Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos replicaron:
- Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
Pero hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre."
Jesús se indigna. Aquello ya no es el templo, sino un mercado. Aquello es el templo del dinero. Los judíos (cuando Juan en su evangelio habla de los judíos, siempre se refiere a escribas, fariseos y sacerdotes) no entienden lo que Jesús les dice: a partir de ahora es su cuerpo el que será el templo. En otro lugar del evangelio, Jesús nos dice que ha llegado el tiempo en que no se adorará a Dios en las montañas ni en los templos. Toda la creación es el templo y, sobre todo nuestro corazón es el templo.
Al igual que los judíos habían transformado el Templo de Jerusalén en un lugar de comercio, trapicheo y negocio, nosotros hacemos lo mismo con el Templo actual:
una religión que utilizamos para nuestro provecho.
un mundo que estamos destruyendo, sobre-explotandolo en beneficio de unos pocos.
un corazón del que hemos desterrado a Dios y en el que hemos colocado el dinero, el egoísmo, la injusticia.
Dios ni se compra ni se vende. Dios es gratuito. El camino que nos lleva hacia él, no es el del dinero, sino el del amor. Y el amor no se compra.
El tiempo de Cuaresma es un buen momento para recuperar nuestra interioridad, para darnos cuenta de que nuestro corazón, nuestros hermanos los hombres, la naturaleza, son templos de Dios. No los convirtamos en un mercado.
"Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr se le echó al cuello, y se puso a besarlo." (Lc 15,20)
Tengo amigos, que al escuchar esta parábola del Hijo Pródigo (debería llamarse del Padre Bueno), o la de los trabajadores a diferentes horas de la viña, exclaman que Dios no es justo. Y es cierto. La justicia de Dios no es nuestra justicia: es Amor. Dios no está con el Código Penal o el Código Civil en la mano. Dios, como el padre de la parábola, está oteando el horizonte en espera de nuestro regreso. Y no sólo esto, sino que echa a correr en nuestra busca, nos abraza y nos besa. Nosotros, o somos hijos pródigos que regresamos al Padre porque tenemos hambre, o somos hijos mayores que nos creemos perfectos con todos los derechos. Ni unos ni otros entendemos el Amor de Dios.
En la parábola, los labradores rebeldes, al ver llegar al hijo del dueño se frotan las manos y deciden matarlo, pensando que así se quedarán con la herencia. Jesús habla de sí mismo. Él es el Hijo enviado a la viña de este mundo y nosotros lo seguimos matando.
Lo matamos los creyentes que lo tergiversamos y fabricamos una religión que nos permite dominar a los otros, seguir con una sociedad alejada del evangelio, en la que unos pocos lo tenemos todo, ante una mayoría que no tiene nada.
Lo matamos ocultándolo de nuestra sociedad y nuestras vidas e intentando vivir como si nunca hubiese existido.
Jesús, ante esto, exclama: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen".
"Había un hombre rico...y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal." (Lc 16, 19-20)
Un rico muy bien vestido y que banqueteaba todos los días y un pobre que recogía las migas que caían de la mesa. Un rico sin nombre y un pobre llamado Lázaro. Un rico sin nombre, porque tiene todos nuestros nombres. Un pobre con nombre: inmigrante, marginado, deshauciado... Un pobre que pide a la puerta del supermercado buscando nuestras migajas. Un pobre que duerme en el cajero automático de un banco, esperando solamente protegerse del frío de la calle. Y nosotros no hacemos caso. Aunque resucitara un muerto no haríamos caso.
Estamos muy contentos con nuestro orden establecido...porque estamos del lado de los que están bien. Esta parábola la conocemos todos, pero, como tantas cosas, la ignoramos en la práctica. ¿Qué hacemos para que nuestro orden establecido deje de ser injusto? ¿Qué hago por mi hermano que tiene nombre y apellidos?
"El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por muchos." (Mt 20, 28)
Jesús acaba de anunciar a sus apóstoles el futuro que le espera: su muerte en cruz. Ellos no entienden nada y la madre de Santiago y Juan le pide que sus hijos tengan puestos de privilegio, lo que indigna a todos los demás. Jesús les vuelve a hablar de servicio y de dar la vida.
¿Para qué estamos en este mundo? Todos tenemos una misión. ¿La cumplimos? Sea cual sea el lugar, la profesión, el puesto que tengamos, hemos de dedicar nuestra vida al servicio y la hemos de entregar para salvar a los demás. El árbol tiene sentido cuando da fruto, cobija a los pájaros y ofrece su sombra al caminante. Nuestra vida tiene sentido cuando sirve de ayuda y apoyo a los demás.
"El primero de vosotros será vuestro servidor." (Mt 23, 11)
Jesús nos muestra la imagen de los sacerdotes y fariseos de su tiempo, que desgraciadamente coincide con la de demasiados eclesiásticos y políticos de este mundo. A continuación sentencia: "El primero entre vosotros será vuestro servidor."
Jesús nos llama a ser sinceros y huir de toda hipocresía y a entender la vida como un servicio a los demás. Nuestras cualidades no nos han sido dadas para dominar a los demás, sino para, entre todos, construir un mundo más justo.
"Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo." (Lc 6,36)
La palabra compasión no nos gusta. Nos da la sensación de que al compadecer nos ponemos por encima del que padece. Sin embargo, no es ese el sentido de la palabra. Compadecer es "padecer-con". Es ponerse al mismo nivel, intentar sentir lo mismo que está sintiendo el otro. Para superar este equívoco nos hemos inventado una nueva palabra: "empatía". Que significa exactamente lo mismo, pero sus raíces son griegas en vez de latinas. Algo semejante a lo que ocurre entre moral y ética.
Al margen de los nominalismos, lo que queda claro, es que debemos hacernos unos con el otro. Y eso vale para el dolor y la alegría. Pero claro, nos cuesta mucho más en el dolor. Compasión, al igual que la empatía, no son palabras. Muchas veces compartir el dolor, es permanecer al lado del que sufre en silencio. Sufrir con él. Y buscar en nuestro interior qué es lo que podemos hacer para aliviar su pena y su dolor.
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:
- Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:
- Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
- No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de "resucitar de entre los muertos".
En la primera lectura y en el evangelio de hoy se nos habla de subir a la montaña. Abraham sube con su hijo Isaac para sacrificarlo. Jesús lleva a tres apóstoles a lo alto del Tabor para mostrarles su divinidad. Abraham, por su fidelidad, recibe la promesa de Yaveh de ser padre de un pueblo más numeroso que las estrellas del cielo y las aguas del mar. Los tres apóstoles se encuentran felices y a la vez asustados.
Tanto Abraham como los apóstoles no se pueden quedar en la montaña. Deben descender a la vida cotidiana.
Por más elevados y místicos que sean nuestros momentos de oración y meditación, luego, debemos volver al día a día. Y es allí donde manifestaremos si nuestra oración ha sido verdadera o mero narcisismo. Si hemos visto a Jesús transfigurado, o nos hemos visto a nosotros mismos.
Jesús no quiere que hablemos a los demás de nuestras experiencias espirituales, sino que nos entreguemos a ellos, dando nuestra vida en la solidaridad y la lucha por la justicia. Jesús quiere que le veamos en los otros como "hijos amados del Padre."