"He venido a encender fuego en el mundo, ¡y cómo querría que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba, ¡y cómo he de sufrir hasta que haya terminado! ¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues os digo que no, sino división. Porque, de ahora en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra."
No es que Jesús no quiera la paz; para Él la paz no es cerrar los ojos ante los problemas, ante las injusticias. La paz de Jesús se conseguirá el día que nuestra sociedad sea fraterna, en que todo el mundo sepa compartir y nadie oprima a nadie. Esto se consigue haciendo arder el mundo con el fuego del Amor. Conseguirlo implica, por desgracia, incomprensión; incluso persecución. Per es con el fuego del Amor que el Reino se hará presente entre nosotros.
"En palabras de suma intimidad, Jesús comparte con sus discípulos la profundidad de su corazón: lo que intensamente anhela y la angustia que le genera la urgencia de su cumplimiento. Compara estos sentimientos con un fuego que arde y que quiere contagiar por donde va pasando, sabiendo que el tiempo ha llegado y que queda poco. Ciertamente, los apóstoles son contagiados de ese fuego del corazón de Jesús y especialmente confirmados en la misma misión que su Maestro en el día de Pentecostés. Es el celo que mueve al misionero apostólico que se sabe llamado y enviado para una misión que no permite esperas. Las contradicciones muchas veces son un signo de ese fuego que el Espíritu hace arder en los corazones de aquellos que han optado por ser misioneros. La memoria de san Antonio María Claret se sintetiza en este mismo fuego y nos presenta el Corazón de María como la fragua ardiente donde nos forjamos para seguir haciendo crecer este fuego en el corazón del mundo. ¿Cómo cuidamos el fuego de nuestro corazón misionero?" (Koinonía)
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