Aquel hombre era una celebridad. Todo el mundo hablaba bien de él. En la prensa, la televisión, la radio...Lo llamaban a todas las reuniones y eventos importantes. Sin embargo, un día tomó el camino del desierto y se dirigió a hablar con el Anacoreta:
- Sí, soy una persona muy apreciada, sin embargo en mi interior me encuentro, solo. Creo que lo que hago no sirve para nada, que mi vida no tiene sentido...
Se lo miró con simpatía el Anacoreta y le dijo:
- Nuestro problema es, que nos aferramos a la gente. Esperamos que nos amen ardientemente, no en el exterior sino con un amor total...Pero los seres humanos somos limitados. Nunca conseguiremos de los demás la plenitud...
Miró al horizonte y prosiguió:
- Si actuamos para que los demás nos quieran, estamos perdidos. Lo que hemos de buscar es ser nosotros mismos...y amar nosotros a los demás, aunque nuestro amor sea limitado...
Y se quedaron mirando la puesta de sol...
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