"Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi propio cuerpo. Lo daré por la vida del mundo.
Los judíos se pusieron a discutir unos con otros:
– ¿Cómo puede este darnos a comer su propio cuerpo?
Jesús les dijo:
– Os aseguro que si no coméis el cuerpo del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo le resucitaré el día último. Porque mi cuerpo es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida. El que come mi cuerpo y bebe mi sangre vive unido a mí, y yo vivo unido a él. El Padre, que me ha enviado, tiene vida, y yo vivo por él. De la misma manera, el que me coma vivirá por mí. Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es como el maná que comieron vuestros antepasados, que murieron a pesar de haberlo comido. El que coma de este pan, vivirá para siempre."
La Eucaristía es la donación total de Jesús, su Cuerpo y su Sangre. Él comparte todo su ser con nosotros. Por eso la Eucaristía se celebra en comunidad. Porque nos invita a compartir también nosotros. En estos tiempos, más que nunca, es necesario compartir. Mirar a nuestro alrededor y ver todas las necesidades que nos rodean. Comulgar sin compartir, no tiene sentido. La Eucaristia nos une con Jesús, pero también con todos los hombres.
"Por distintas razones históricas y culturales nuestra iglesia ha cultivado durante mucho tiempo una perspectiva negativa del cuerpo humano. A excepción de la solemnidad que hoy conmemoramos, casi nunca ha considerado la celebración de la corporalidad del varón o la mujer, de la cual hay testimonio en el libro del Cantar de los Cantares. Una perspectiva renovada de la antropología cristiana y la corporalidad humana se impone paulatinamente en la espiritualidad y la práctica pastoral de nuestra comunidad eclesial desde la renovación impulsada por del Concilio Vaticano II, celebrado hace más de 50 años. Sin embargo llama la atención que muchas propuestas eclesiales reafirmen aún hoy una reflexión y una praxis bastante conservadora. El influjo de cierto dualismo filosófico griego todavía se hace sentir en la espiritualidad cristiana y en la teología práctica de la iglesia. Desde este enfoque, el cuerpo y todas las realidades “materiales” están sujetos al pecado y a la corrupción; por tanto son pensados como obstáculos para los deseos del “espíritu” y las búsquedas del “alma” humana que, por contraposición, son vistas como algo más sublime.
"Por distintas razones históricas y culturales nuestra iglesia ha cultivado durante mucho tiempo una perspectiva negativa del cuerpo humano. A excepción de la solemnidad que hoy conmemoramos, casi nunca ha considerado la celebración de la corporalidad del varón o la mujer, de la cual hay testimonio en el libro del Cantar de los Cantares. Una perspectiva renovada de la antropología cristiana y la corporalidad humana se impone paulatinamente en la espiritualidad y la práctica pastoral de nuestra comunidad eclesial desde la renovación impulsada por del Concilio Vaticano II, celebrado hace más de 50 años. Sin embargo llama la atención que muchas propuestas eclesiales reafirmen aún hoy una reflexión y una praxis bastante conservadora. El influjo de cierto dualismo filosófico griego todavía se hace sentir en la espiritualidad cristiana y en la teología práctica de la iglesia. Desde este enfoque, el cuerpo y todas las realidades “materiales” están sujetos al pecado y a la corrupción; por tanto son pensados como obstáculos para los deseos del “espíritu” y las búsquedas del “alma” humana que, por contraposición, son vistas como algo más sublime.
Por lo general los católicos concebimos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo como la fiesta de Jesús-Pan-de-Vida; y las lecturas que nos propone la liturgia del día nos llevan en esa dirección. Pero la celebración del Corpus Christi implica una realidad que incluye y a la vez trasciende la sola dimensión eucarística de la corporalidad de Jesús. Tenemos la firme convicción que el Cuerpo y la Sangre de Jesús que compartimos en la comunión son la presencia real de Cristo portadora de vida y salvación; pero nos cuesta comprender el sentido de esta afirmación y, particularmente, percibir la continuidad en la discontinuidad del mismo y único Jesucristo. El recorte litúrgico del evangelio del día acentúa esta perspectiva clásica.
En esta celebración se hace necesario incluir la memoria del Jesús histórico que pone a disposición de la salvación del mundo la totalidad de su persona. El Cristo que ofrece su cuerpo progresivamente andando por los polvorientos caminos de Galilea. Ya desde entonces su existencia está puesta a disposición del proyecto salvador del Padre. Jesús se deja conducir por el Espíritu hasta las últimas consecuencias. Y si en el camino a Jerusalén abraza la perspectiva de la cruz es porque antes había puesto a disposición su cuerpo, al abrazar la carne doliente de tantos hermanos y hermanas. Los acontecimientos de la pasión, muerte y resurrección en Jerusalén tanto como la reflexión posterior de la comunidad cristiana no se entienden sin aquella solidaridad primera de Jesús que ofrece su cuerpo para que lo encuentren quienes lo buscan en sus necesidades." (Koinonía)
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