Después de su frugal cena, el Anacoreta y su discípulo estaban sentados frente a la cueva, contemplando cómo el sol se ocultaba tras las nubes del horizonte.
Suspiró el Anacoreta y dijo:
- Ese ha sido mi camino. Ese es el camino de todo discípulo.
El joven miró sorprendido al anciano y preguntó:
- ¿De qué camino me hablas?
- Del camino hacia Jesús...mira el sol.
El discípulo tras obedecerle dijo:
-Maestro, si miro el sol, ahora no veo nada, me ciega.
El Anacoreta sonrió y prosiguió:
- El punto de partida es la ceguera. El punto de llegada, es la noche: la fe en Jesús.
Guardó silencio y, luego, tomando arena en sus manos y dejándola caer entre sus dedos, dijo:
- El camino está hecho de rupturas. Primero romperemos con los más cercanos. No entienden nuestra experiencia, ellos no la tienen y no pueden entendernos. Nos rechazarán porque no hacemos lo que hace todo el mundo. Nos considerarán bichos raros. Luego romperemos con la ley, con al autoridad instituída. Esto cuesta mucho. Ellos, desde la seguridad de su posición, creen ver; en realidad están cegados por el sol. Por eso no ven y por eso no nos comprenden...
Volvió a callar un instante.
- El verdadero discípulo ha de quedarse solo con Jesús...En la noche...Pero nosotros sabemos que su presencia nos ilumina...
El último rayo de luz se ocultó en el horizonte.
- Ya es de noche...- exclamó el Anacoreta.
Y una estrella brilló en lo alto del cielo...
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