Llegaron de la ciudad unos amigos del discípulo a pedirle que fuese a hablar a su comunidad. No supo negarse; pero cuando marcharon quedó muy preocupado. Decidió pedir consejo al Anacoreta:
- ¿Cómo puedo hacer para que esa comunidad encuentre a Dios en mis palabras?
Miró el Anacoreta a su discípulo con una gran sonrisa.
- Tienes mucho ganado. La palabra nacida del silencio, ofrecida como fruto maduro de la soledad, conduce a Dios.
Como el discípulo miraba extrañado a su maestro, este prosiguió:
- Llevas ya más de un año practicando el silencio en este desierto. El silencio es el mejor camino para la formación espiritual. Además, únicamente a través del silencio puede la palabra desender de la mente al corzón. Deja que el silencio hable en ti y encontrarás las palabras que debes decir a tus amigos...
Guardó silencio un instante, y luego, tomando al discípulo suavemente del brazo lo acompañó a la cueva y añadió:
- Decir la Palabra de Dios desde el silencio, es participar de la palabra hablada de Dios. Cuando nuestras palabras llevan consigo el silencio eterno de Dios, entonces pueden ser verdaderamente vivificantes...
(Inspirado en un texto de Henri J.M. Nouwen)
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