El discípulo estaba un poco perplejo, viendo cómo el Anacoreta, cada mañana, contemplaba con atención un espinoso cactus que crecía junto a la cueva. Un día le preguntó:
- ¿Por qué contemplas cada mañana este cactus que sólo tiene pinchos?
Rió el Solitario y le respondió:
- Quizá mañana tengas la respuesta.
Al día siguiente, el discípulo, encontró al Anacoreta frente al cactus que lucía una flor bellísima. El anciano le dijo:
- ¿Ves? Este cactus que parece que sólo tiene pinchos, florece cada cinco años y sus flores son maravillosas.
Miró a su discípulo a los ojos y dijo:
- Lo mismo pasa con algunas personas. Te parecerán vulgares, llenas de defectos; pero un día te sorprenderán con un acto heroico de entrega. Las apariencias engañan. La belleza está allí donde menos la esperas.
Y siguieron contemplando el cactus...