A oídos del Obispo llegaron rumores que cuestionaban la ortodoxia de la Fe del Anacoreta.Llamó al teólogo más brillante de la diócesis y lo mandó a inspeccionar al Solitario. Aquel eclesiástico, enfundado en su impoluto clérgiman negro, partió de noche para evitar los rigores del calor del desierto. No quiso un guía y no llevó ninguna luz para el camino. Él era clarividente, conocía perfectamente el camino y la palabra duda no existía en su diccionario. Nunca llegó a la Cueva y nunca más se supo de él.
Llamó entonces el Obispo al mejor pastoralista de la diócesis. Era un hombre práctico y llevó consigo un potente foco. Veía perfectamente a lo lejos, pero sus pies quedaban a oscuras, de forma que tropezaba continuamente. El Anacoreta y su discípulo vieron la luz en la lejanía y fueron a socorrerlo. Llegó medio muerto a la Cueva. Cuando tras unos días se hubo reuperado, volvió a la ciudad acompañado por el discípulo sin cumplir su misión.
El Obispo fue entonces al encuentro de un anciano sacerdote con fama de santo y de contemplativo. Este tomó una pequeña lámpara de aceite y un botellín del mismo, por si se le acababa por el camino. Andó despacio, con cuidado. A veces dudaba, pero con la luz de su lamparita lograba encontrar siempre el camino. Llegó a la Cueva al amanecer.
Se presentó al Anacoreta y le preguntó:
- ¿Cuál es tu Fe?
El Anacoreta le sirvió leche de la oveja y dátiles de la palmera. Luego le contestó:
- Mi Fe, buen sacerdote, es como la tuya. Una pequeña lamparita de aceite.
Le miró extrañado el anciano sacerdote y esperó a que el Solitario continuara:
- Algunos creen que la Fe es seguridad, es no dudar nunca. Jamás piden ayuda. Están seguros de que aquello que estudiaron, de que lo que han investigado, de que aquello piensan, es la Verdad. Estos se extravían siempre. El Dios del que hablan es su dios...Otros creen que la Fe es un gran foco. Creen que aquello que les parece ver en el futuro, sus planes, organizaciones, obras, son la verdadera Fe. Pero sus pies quedan a oscuras y tropiezan continuamente. Eso si no tienen la mala suerte de precipitarse en un abismo. Mi Fe es como tu lamparilla de aceite. Me sirve para ver dónde tengo puestos mis pies en cada momento. Cierto que dudo, que a veces no tengo claro a dónde voy; pero esa pequeña luz acaba por acerme descubrir el camino. Y no le pido más a Dios.
Volvió contento a la ciudad el tercer inspector. Y cuando el Obispo le pidió cuál era la Fe del Anacoreta, respondió:
- Su Fe es la misma que yo tengo. Si su Eminencia me lo permite, lo seguiré visitando de vez en cuando....
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