Los que creen que en el desierto no llueve, están equivocados. Aquel día llovió a cántaros. El agua corría por los barrancos, que se vuelven muy peligrosos en estos casos. Pero todo el agua fue a perderse en la arena. A las pocas horas el desierto se cubrió de verdura y se abrieron algunas flores. La oveja del Anacoreta pació a gusto aquel día. Pero con el calor del día y el frío de la noche, al día siguiente, el desierto volvía a tener el aspecto árido de siempre.
Entonces el Anacoreta dijo al discípulo:
- A nosotros nos ocurre lo mismo. Las gracias se desparraman sobre nosotros, pero somos incapaces de aprovecharlas. A lo sumo florecemos durante un día, pero el calor y el frío acaban con nuestros buenos propósitos.
Y volviendo a su cueva añadió:
- Claro que, de vez en cuando, hay una buena oveja que sí aprovecha la ocasión...
Hola Joan Josep, interesante tu entrada, para reflexionar.
ResponderEliminarMis saludos.
Lola